¿Por qué es importante tener conocimientos sobre historia para analizar el presente?

La historia es el destilado narrativo y crítico de los procesos vividos por las diferentes sociedades humanas del pasado. Pero, a pesar de centrarse en el estudio del “mundo de ayer”, la disciplina tiene poco que ver con la taxidermia. Al contrario, es una ciencia viva, polémica y necesaria. El debate sobre nuestros antecedentes nunca se agota porque, más allá de las discusiones científicas sobre fuentes e interpretaciones, el presente, en gran parte, se explica en función de las genealogías a las que que nos adscribimos y cómo, a partir de ellas, dibujamos horizontes de futuro. Simple y llanamente: la historia nos define y nos proyecta.

El poder de la historia y su capacidad para ser reescrita y reinterpretada

Georges Orwell lo formulaba de forma más contundente: «quien controla el pasado controla el futuro: quien controla el presente controla el pasado». Con su crudeza habitual, el aforismo del autor de 1984 subrayaba tanto la relevancia de la historia en la fijación del relato colectivo como su carácter cambiante, susceptible siempre de ser reescrita y reinterpretada. Cada nueva generación construye un vínculo con sus antecesores y dibuja un camino para sus descendentes, y esto lo fundamenta a partir del relato histórico. Nunca será lo mismo asociarse a una estirpe donde aparezcan la Segunda República y los derechos humanos, o la dictadura de Primo de Rivera y el Holodomor.

Conocer la historia no nos hará infalibles, ni evitará la reiteración de errores, ni nos anticipará el mañana; pero gracias al estudio de la historia podremos pensar críticamente nuestro mundo y tendremos en nuestras manos las herramientas para entender las raíces de los procesos actuales y los mapas para orientarnos en las incertidumbres del futuro. En palabras de la historiadora canadiense Margaret MacMillan: «la historia no produce respuestas definitivas para siempre. Es un proceso».

La importancia de la historia se evidencia en su omnipresencia y, obviamente, en la obsesión por controlarla. Del primer rasgo, hay múltiples ejemplos: desde el espacio público configurado por nomenclátores determinados, por los diferentes estratos urbanísticos o por la elección de los nombres de las equipaciones o de las estatuas erigidas; hasta su (ab)uso como base o inspiración de productos culturales y de consumo (novelas, series, cómics, exposiciones, videojuegos…). Relacionado con la segunda característica, los intereses espurios de la política para controlar los currículums, los centenarios o los referentes son la muestra más patente.

La universidad como espacio de pensamiento crítico, de reflexión útil y de creación de conocimiento

Desatender la historia no nos libra de ella, simplemente regala el control. Las personas somos seres narrativos e históricos; ambos rasgos son intrínsecos a nuestra identidad. Y es que tal y como nos recuerda la periodista Dorothy West: «no hay vida que no contribuya a la historia”». Esta certeza nos lleva a reivindicar la actualidad y la vigencia. Por ello, la apuesta de la UOC por titulaciones vinculadas a la historia refuerza esta visión de la universidad como un espacio de pensamiento crítico, de reflexión útil y de creación de conocimiento.

Con el Máster Universitario de Historia del Mundo Contemporáneo de los Estudios de Artes y Humanidades, actualizamos la disciplina, acercándola a debates actuales como los usos de la historia, las revoluciones económicas en marcha, las crisis culturales e identitarias, el antropoceno y la emergencia climática o el papel de la tecnología y las instituciones internacionales. Una renovación temática que, en realidad, afianza la certeza sobre la utilidad del método histórico para guiarnos en la contemporaneidad y en los procesos del pasado que se extienden en el futuro.