El legado de Alejandro Magno
10 junio, 2023En el magnífico final de su obra, el dramaturgo francés Edmond Rostand atribuía al siempre locuaz Cyrano de Bergerac un epitafio demoledor: “el que lo fue todo y no fue nada”. Cuando se cumplen veintitrés siglos de la muerte de Alejandro Magno —y bajo el foco de las nuevas perspectivas sobre su vida y el impacto de sus gestas—, las últimas décadas han visto cómo se cuestiona la impronta de la conquista griega de Asia con argumentos sobre lo efímero de su auténtica trascendencia histórica.
¿Pero quién fue Alejandro Magno? La pregunta es sencilla y, a la vez, imposible de resolver. Sabemos que un joven rey de un territorio marginal en el norte de Grecia, gracias a la creación por parte de su padre Filipo de un ejército modernizado (y revolucionario en sus formas y armamento), tras restaurar el dominio que Filipo había instaurado sobre las poleis griegas, cruzó el Helesponto con un ejército no muy numeroso, y se enfrentó a todo aquel que quiso hacerle frente hasta que, en un periodo de cuatro años, conseguía vencer al Gran Rey de Persia, el imperio más grande del momento. Con cinco años más, no solo el Próximo Oriente y Mesopotamia, sino que incluso las tierras de la frontera del Indo, quedaban en su poder. Invicto, con 33 años y en extrañas circunstancias, moría el señor de (casi) todo el mundo conocido en Babilonia un 10 de junio de 323 a. C.
La sempiterna obsesión por Alejandro
El relato de Alejandro Magno obsesionó a los antiguos, casi más de lo que nos obsesiona en los tiempos modernos. Desde su muerte, fueron decenas los libros que se escribieron sobre él. Y no solo en relación con las conquistas y hazañas militares: la vida de Alejandro estaba plagada de momentos; algunos gloriosos, preciosamente humanos, y otros execrables, profundamente humanos. Alumno del ilustre Aristóteles, ávido lector de la Ilíada y de Eurípides —y, probablemente, de todo lo que le cayese entre manos—, descubridor lleno de curiosidad y viajero imperturbable, Alejandro fue también un gentleman con algunas de las cautivas prisioneras en su ejército y un modelo de diplomacia y consenso en su relación habitual con muchos de los vencidos. Pero fue también un hombre cruel, capaz de reacciones iracundas contra su padre, sus amigos más íntimos y aquellos colaboradores esenciales que habían sido con él los responsables de la gloria que, sin embargo, Alejandro ha conseguido acaparar en solitario a lo largo de los más de dos milenios desde el que le contemplamos.
Si hubiésemos de juzgarle con la severa mirada de nuestros días, seguramente se le tildaría de genocida, déspota, o de tirano. Y así fue ya en el mundo antiguo, cuando contar la historia de Alejandro Magno servía en ocasiones para criticar de forma velada (y segura) a los emperadores romanos más autocráticos. También han sido muchas las voces a lo largo de tantos años que han tratado de manifestar la aversión hacia un personaje que basa su reconocimiento en las armas y la sumisión de la mayor parte de la población de su tiempo. Y, sin embargo, Alejandro ha salido siempre muy bien parado del juicio al que la historia somete a todos sus acusados.
La cuestión no es sencilla, y en relación con Alejandro ciertamente nada lo es. En el año 1973, Robin Lane Fox publicaba la que sería la biografía más vendida sobre Alejandro (traducida al castellano a raíz de la película de Oliver Stone en 2004 por Ed. Acantilado), un best-seller de historia antigua, y confesaba al inicio del libro que había tenido que leer más de 1.000 documentos durante la redacción. Pero la Antigüedad parece que quiso guardar muchos secretos, pues si bien Alejandro Magno fue el personaje sobre el que los autores clásicos escribieron más obras, más que sobre Augusto o incluso Jesús, solo un puñado de fuentes históricas han sobrevivido hasta nosotros, y todas ellas a una enorme distancia —la historia más antigua conservada sobre Alejandro es de 200 años después de su muerte— de los hechos que narran.
Aun así, la necesidad de visitar y revisitar la aventura de Alejandro Magno es casi eterna, obsesiva (como señala F. J. Gómez Espelosín en su libro Historia de una obsesión: sobre las miradas a Alejandro (2016). Quizás la primera razón de ello, la más interesante, sea la plasticidad misma de la vida de Alejandro. Solo teniendo en cuenta esta capacidad para adaptarse, permite entender por qué el libro más leído a lo largo de la Edad Media, por encima de la Biblia o el Corán, es el popularmente llamado Pseudo-Calístenes, la Vida y Hazañas de Alejandro de Macedonia (no en vano, simbólicamente quizás, esta obra es el número uno de la colección Clásicos Gredos), una novela en el sentido antiguo del término que es resultado de una especie de pastiche de tradiciones que mezclan historia y fantasía. En estas aventuras, Alejandro no solo se enfrenta a enemigos incontables —siempre con éxito y elegancia, al más puro estilo James Bond, pero sin ese cinismo tan british del agente del MI5—, sino que además intenta medir su propia humanidad en la lucha contra los límites del mundo, sean geográficos o físicos (pues desciende al fondo del mar en un recipiente de vidrio o sube a los cielos en un carro tirado por águilas gigantes, posteriormente transformadas en grifos mitológicos en la tradición artística y arquitectónica). Incluso en ocasiones, con motivo de su adaptación a los marcos de la fe cristiana y de la fe islámica, Alejandro aparece como un agente de lo divino, que combate el mal, imponiendo fronteras a los monstruos o sometiendo a demonios y djinns a su voluntad, para emplearlos en la lucha entre el bien y el mal al servicio de Dios.
Esta visión medieval de Alejandro, más allá de creencias y fronteras, le representa habitualmente como una especie de caballero, e incluso en ocasiones como un aventurero, obviando la perspectiva de la conquista. No obstante, la llegada de los europeos a América revitalizó esta otra dimensión del mito histórico de Alejandro: en la nueva era colonial, la figura de Alejandro Magno vuelve a servir de modelo a aquellos soldados y buscadores de fortuna, a menudo exentos de escrúpulos, como referente histórico y como héroe modélico. No obstante, en muchos sentidos, la sombra de Alejandro siguió siendo profundamente alargada: en los albores de la era contemporánea, J. G. Droysen (2001) escribía el primer estudio académico de carácter científico sobre Alejandro partiendo del lugar preeminente que el personaje había tenido como agente histórico en la transformación del mundo antiguo para el advenimiento y la expansión de la cristiandad. Al fin y al cabo, Jesús vivió en el mundo creado a la muerte de Alejandro, y la doctrina apostólica pudo difundirse gracias al marco cultural del griego, acogiendo enormes influencias de la filosofía y de la religión anterior. Es en esta línea, que la investigación sobre el joven rey macedonio llega hasta nuestros días, en constante revisión entre el papel que Alejandro juega en la posteridad posterior a su vida y la valoración concreta de los desmanes, las conspiraciones y los desvaríos megalómanos que caracterizaron su ejercicio del poder, en especial en sus últimos años.
Alejandro Magno y la cultura popular: música, poesía, arte y pantallas
Pese a ello, la cultura popular ha mantenido a Alejandro Magno siempre en una alta estima. El papel que este juega tanto en la música pop y rock (desde el Alejandro de Caetano Veloso hasta el de Iron Maiden), en la poesía (con aquellos versos de Brecht que interrogaban a la historia sobre si Alejandro había conquistado el mundo él solo, y dónde quedan en la memoria cuantos le acompañaron), en el arte (hasta Andy Warhol tiene un cuadro dedicado a él), y en las pantallas (con innumerables videojuegos, diversas películas de gran calado, series de dibujos animados y animé de tremenda repercusión en los imaginarios populares). Esto pone de manifiesto que la historia de Alejandro Magno debe ser considerada una especie de legado universal de lo humano, un patrimonio colectivo que cada época revisita. Hay algo en esta historia que toca lo más íntimo, el enfrentamiento de la existencia de las personas con el poder, el ánimo incansable de ir más allá, los límites posibles de la vida y del comportamiento. Alejandro es, en sí, una lección (en el sentido antiguo de exemplum), que seguimos aprendiendo y reaprendiendo, veintitrés siglos después.
El 10 de junio de 2023 se conmemora el (falso) aniversario de la muerte de Alejandro Magno, que quizás no fue nada, y que después de muerto lo fue todo. Y lo sigue siendo.
Artículo elaborado por el máster universitario del Mediterráneo Antiguo (interuniversitario: UOC, UAB, UAH)