El peso de la Navidad

18 diciembre, 2024

Nos resultaría difícil ponernos de acuerdo sobre el significado de la Navidad. ¿Es una celebración religiosa, como su origen sugiere, o se ha transformado en la fiesta del consumo? También sería complicado determinar su duración. ¿Comienza con la Nochebuena o con el sorteo del Gordo de Navidad? A juzgar por las luces y los árboles navideños que invaden pueblos y ciudades, el espíritu navideño parece despertarse al menos un mes antes del 25 de diciembre.

“Navidad, Navidad, dulce Navidad, la alegría de este día hay que celebrar.” Lo que nadie puede negar es que la Navidad irrumpe cada año en nuestras vidas. Para alegría de unos y fastidio de otros, esta festividad nos envuelve. Sin duda, Nochebuena y Nochevieja son dos momentos destacados del año. Reuniones familiares, visitas, adornos, banquetes, regalos… fiesta. Por más que algunos lo intenten, es difícil mantenerse al margen de este ajetreo.

Pensemos en el concepto de “ajetreo” desde una perspectiva crítica y sociológica, o como si fuéramos visitantes de otro mundo. La Navidad interrumpe muchas de nuestras rutinas diarias, introduce actividades nuevas y amplifica algunas de las habituales. El observador vería como aumenta el consumo en tiendas y supermercados; en calles y viviendas aparecen elementos decorativos no habituales; la gente se reúne en grupos, algunos enormes, para llevar a cabo extrañas celebraciones: comen y beben desmesuradamente, cantan y se felicitan. Se intercambian regalos.

Ampliemos nuestra mirada crítica. ¿Quién es el principal afectado por esta alteración de la normalidad cotidiana? ¿Quién se encarga, sobre todo, de organizar estas extraordinarias celebraciones? Organizar implica pensar, planificar, decidir, comprar, preparar, cocinar, envolver, mediar, limpiar, despedir… Y, además, como la Navidad debe ser alegre, se espera que todo esto se haga con entusiasmo y buen humor. Con mayor o menor colaboración, son las mujeres quienes suelen asumir este trabajo transformador, convirtiendo la vida diaria en una fiesta inolvidable.

No exagero al afirmar —siguiendo las investigaciones de Almudena Hernando— que las mujeres, universalmente y a lo largo de la historia, han sido las responsables de dirigir el concierto emocional de los grupos humanos. En pocas palabras, se toman en serio las relaciones humanas y dominan la alquimia emocional. Por otro lado, los hombres, aunque reconocen la importancia de esta alquimia para la vida, tienden a enfocarse más en desarrollar su individualidad y aumentar su control sobre el mundo, una tarea de dominación que históricamente ha excluido a las mujeres. En nuestras sociedades industriales, esto se traduce en una división entre el trabajo no remunerado (o reproductivo), realizado mayoritariamente por mujeres, y el trabajo remunerado, de mayor prestigio, realizado en su mayoría por hombres.

Sin embargo, millones de personas (por no decir todas, dejando un margen para la diversidad) recordamos que, más allá del brindis o el regalo de Reyes, son nuestras madres, abuelas o tías quienes organizan y articulan la gran celebración. Ellas diseñan el decorado, componen la melodía y buscan armonizar al conjunto de intérpretes. Puede haber solistas destacados y momentos memorables en la gran fiesta de Navidad, pero la dirección artística de esta composición es esencialmente femenina. De hecho, no solo en Navidad: en las relaciones familiares y sociales más fundamentales siempre encontramos a las mujeres en el trasfondo.

Aunque introduzcamos en la organización navideña elementos externos que compensen desde una lógica calculadora el trabajo de organización, como contratar servicios para decorar, cocinar o limpiar, esto apenas alivia el peso emocional y mental del “ajetreo femenino” propio de estas fechas. Es cierto que podemos pensar, desde una racionalidad instrumental, en términos de costos y beneficios: ¿cuánto tiempo, esfuerzo o dinero dedicamos a la Navidad? Así, podría llegarse a la conclusión de que es necesario repartir mejor (¿más justamente?) los costos de la celebración.

Esta racionalización se concreta en dinámicas que buscan equilibrar los gastos e introducen mecanismos económicos de compensación: “yo pago el cava, tú traes el turrón.” Estas nuevas reglas reconfiguran (o deshacen) las viejas normas sociales que regían las fiestas, como cuando, por costumbre, toda la familia se reunía en casa de los abuelos, quienes se encargaban de preparar la comida. Ahora, al dividir las tareas y adoptar normas económicas, resulta casi imposible regresar a las tradiciones sociales. Nos sentimos obligados a repartir los costes, pero esta aparente justicia puede ocultar o ensombrecer el arte esencial de cualquier celebración: la alquimia emocional.

Pensar y decidir, en un sentido amplio, no solo racional, cuáles son los ingredientes y las combinaciones que hacen posible la fiesta, que la Nochebuena sea una buena noche, sigue siendo, como siempre, tarea que hacen las mujeres.

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