Oscar, el hombre dorado

27 de febrero de 2014

Per Alba Colombo
Professora dels Estudis d’Arts i Humanitats de la UOC

Limusinas, terciopelos rojos, luces de colores, focos, carrerillas, una agenda enloquecida, miles de periodistas y una alfombra roja que da mil vueltas antes de llegar a la entrada de la gala en el Dolby Theatre de Los Angeles. Hoy el Oscar no está solo, lo acompañan toda una serie de figuritas de varias academias de todo el mundo que han optado por seguir sus pasos. Los Goya, los Gaudí o los Premios Europeos del Cine procuran generar valor en torno a un reconocimiento que no se sabe si, detrás del glamur, esconde la precaria sostenibilidad del sector o el uso de grandes lobis para sus intereses comerciales.

Es difícil objetivar el valor que generan estos premios para la industria cinematográfica, pero podemos tener una idea, una visión desenfocada, que nos hace creer que son necesarios. Sin embargo, teóricos de las ciencias sociales reconocen el valor de los eventos tanto para el sector del que participan como para la sociedad que los acoge. Getz identifica su valor por los impactos que generan sobre el turismo, el desarrollo económico o la promoción de la ciudad. Para Mayer, en cambio, son un elemento clave para el crecimiento de ciertos sectores dado que generan proyección y desarrollo tanto para los propios profesionales como para mercados e industrias. En el caso del sector cinematográfico hay que subrayar dos aspectos clave, no reflejados en la cadena de valor de los mercados, como el valor de la existencia o el valor del prestigio, identificados por Bruno Frey. Estos valores benefician al producto cinematográfico tanto en el momento de su lanzamiento como cuando, una vez está guardado en el cajón del olvido, vive una segunda primavera en las salas de cine.

Así, por ejemplo, el filme La plaga, de Neus Ballús, inició el viaje con el estreno mundial en el 2013 en Berlín, donde se le abrieron las puertas de un largo recorrido por más de 20 festivales, haciendo puente en prácticamente todos los continentes. Finalmente, tras pasar por varios premios, la cinta ha obtenido en el 2014 el premio Ópera Prima del Col·legi de Directors de Cinema de Catalunya y cuatro premios Gaudí (película, dirección, guion y montaje). Actualmente parece que ha vuelto a ver la luz en nuestros cines, aunque de forma esporádica y poco sostenida.

Por otra parte, la producción belga The Broken Circle Breakdown, de Felix van Groeningen, ha tardado dos años en llegar a nuestras salas de cine, con el título Alabama Monroe. Llega coincidiendo con su nominación a la mejor película de habla no inglesa en los Oscar de este año y después de una larga cosecha de galardones en multitud de festivales y certámenes, como el de mejor actriz para Veerle Baetens de los premios Europeos del Cine 2013, entre otros. Podemos sospechar, pues, que sin estos reconocimientos esta película no habría llegado a nuestras salas de cine.

Algunos de estos premios probablemente han ayudado a dar valor a producciones pequeñas e independientes a las que se les ha abierto el camino de las complejas redes de distribución y exhibición. Por tanto, más allá de la dificultad de cuantificar el valor del prestigio, la existencia de festivales y premios de cine genera efectos que son evidentes en el sector.

Neus Ballús sostenía durante la reciente entrega de los premios Gaudí que otras profesiones deberían ser iluminadas con focos brillantes en medio de alfombras rojas para sentir reconocido su trabajo. Sin embargo, no todos los premios deben ser entendidos de la misma manera, no son sinónimos y su impacto dependerá del valor que nosotros les otorguemos. No es lo mismo un premio reconocido mundialmente, otorgado a grandes producciones bajo el control de lobis internacionales, que uno otorgado en señal de reconocimiento de una industria quizá más pequeña y cercana.

El contexto actual, sin embargo, sitúa al sector en un punto de inflexión en el que los valores generados por los premios pueden ser decisivos para el futuro de las producciones. Sin embargo, la fuga de talentos es evidente y hay que cuestionarnos si debemos volcarnos en el sueño americano, desertizando el sector, o seguir trabajando en nuestro ámbito más cercano con un optimismo consciente, esperando que los premios sean una pieza más para ayudar a sobrevivir a un sector que está agonizando.

Seguro que el camino de los premios aporta valor a nuestra industria, y si nos creemos ese camino más cercano podremos incentivar más al sector y evitar el riesgo de que la única voluntad de la profesión sea desear el perro de Àngel Llàcer, llamado Oscar.

Article publicat per El Periódico el dia 26 de febrer de 2014

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Comentarios
Magda Veiga da Costa22 de junio de 2014 a las 09:12

Hola Alba, gracias por tu análisis. Yo, sin embargo, creo que a parte de premios que proyecten las creaciones artísticas, sean ellas cinematográficas o escénicas, necesitamos políticas culturales que verdaderamente proporcionen estructura al cinema y al teatro, desde la economía y, favorezcan la igualdad de oportunidades y el desarrollo del talento y disciplina.

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Jaume17 de septiembre de 2014 a las 16:11

El potencial de los OSCAR es tremndo la marca OSCAR se ha erigidio y tristemente rodeado de esta parafernalia, que a mí particularmente no me gusta nada.

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