Duelo, melancolía y regresión al yo
31 enero, 2023Oriol Alonso Cano, profesor de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la UOC, reflexiona sobre el duelo y la melancolía, sus puntos de unión y sus diferencias, a partir del texto de Freud Duelo y Melancolía, publicado en 1915.
¿Cómo separar el duelo de la melancolía?, pero, ¿debe hacerse verdaderamente?, ¿qué ingredientes entran en juego en la melancolía que en el duelo desaparecen o bien juegan un papel radicalmente secundario? Estas son algunas de las preguntas que aborda Freud en la elaboración de su célebre texto Duelo y Melancolía, publicado en 1915 pero expuesto ya previamente a Ernst Jones, en 1914.
Concretamente, las ideas que desarrolla en este texto pueden considerarse claramente como el desarrollo y profundización de los puntos que Freud expuso, por aquella misma época, acerca del narcisismo y el ideal del yo. Y es que, para Freud, hay un vínculo indisoluble entre melancolía y narcisismo. Ahora bien, para alcanzar esta ligazón estructural, primero debe hacerse un importante recorrido teórico y ver, entre otras cosas, las imbricaciones y separaciones que se producen entre el trabajo del duelo y la melancolía.
Los lazos y las diferencias entre el duelo y la melancolía
En un primer momento, parecería existir una unión indisoluble entre duelo y melancolía. Parecen dos estados similares, por no decir idénticos, puesto que el duelo, visto superficialmente, implicaría en varios tramos de su proceso el estado melancólico. Ahora bien, y si empezamos a adentrarnos mínimamente en ambos fenómenos, observaremos que esto no es así. Por un lado, dirá Freud, el duelo hace referencia a la respuesta, reacción, de un sujeto frente a la pérdida de la persona amada, o bien de aquel objeto que hace las veces, es decir, que se identifica, con el objeto amado. Además, el duelo puede ser considerado como un estado coyuntural, más o menos efímero, pero de naturaleza pasajera. Por ello no se lo considera como algo patológico.
Si ahondamos un poco más en el trabajo del duelo, se apreciará como, según Freud, este responde a un imperativo de la realidad para que el sujeto extraiga todos los lazos libidinales para con el objeto perdido. El mundo, la realidad, exige sus tributos, y el sujeto debe pagar por ellos. Esa retirada, no obstante, genera malestar, dolor, sufrimiento, incluso en los momentos en los que se vislumbra el objeto que sustituirá al perdido. Muchas veces hay rechazo a las demandas de la realidad y, tal rechazo, puede ser tan intenso que conduzca a una situación de extrañamiento del mundo o bien a una retención del objeto por vía de la psicosis alucinatoria.
Cuando el trabajo del duelo ya ha cumplido su función de retraer los lazos libidinales del objeto perdido, el yo se libera y puede, nuevamente, hacer vínculo con otro objeto
Ahora bien, lo normal es que se atienda a las exhortaciones de la realidad y que esa retirada, efectivamente, se lleve a cabo poco a poco, de forma progresiva, con un gran gasto de tiempo y de energía de investidura, ya que hay dolor mientras el objeto perdido permanezca en el centro de la vida psíquica del sujeto. Cuando el trabajo del duelo ya ha cumplido su función de retraer los lazos libidinales del objeto perdido, el yo se libera y puede, nuevamente, hacer vínculo de forma más o menos plena con otro objeto.
La melancolía, por su parte, es algo más compleja, dirá Freud. Realmente se presenta en una multitud de formas, unas con un carácter más somático, otras de orden psíquico, pero la cuestión es que, en efecto, no puede haber una unidad de síntesis que defina unívocamente la melancolía. Así pues, y asumiendo esta dificultad inherente de tipificación, Freud asegura que la melancolía se refiere a una desazón profunda, a una falta de interés por el mundo exterior, a la pérdida de la capacidad de amar, producir hechos, acontecimientos y cosas, a una rebaja de la autoestima traducida por autorreproches, autocastigos…
La melancolía puede darse en casos de pérdida del objeto amado, pero también por una pérdida más ideal, o bien por algo que se desconoce absolutamente. Esto último es lo verdaderamente interesante, ya que podría decirse que en la melancolía se produce una pérdida de objeto que es inconsciente, a diferencia del duelo, donde no hay nada inconsciente, relacionado con la pérdida (otra cosa es el trabajo propio del duelo y los efectos reales que produce). En el duelo, la inhibición y la falta de interés por la realidad proceden de la absorción del yo fruto del trabajo del duelo, mientras que en la melancolía se presenta como algo enigmático al no acabarse de identificar el objeto, en muchos casos.
Mientras que en el duelo será el mundo la instancia que dejará de tener sentido, en la melancolía, por lo contrario, será el yo que se vacía de sentido
Más allá de este carácter inconsciente del objeto perdido, en el melancólico, sobre todo, y a diferencia del duelo, lo que se produce es un empobrecimiento del yo. Dicho en otros términos, mientras que en el duelo será el mundo la instancia que dejará de tener sentido, y se convertirá en un elemento residual, en la melancolía, por el contrario, será el yo el que se vacía de sentido, tal y como puede observarse en la retahíla de autorreproches, autocastigos, insultos hacia uno mismo o una misma… (que pueden completarse con insomnio, expulsa de alimentos…). Hay, a su vez, una satisfacción sádica en el sufrimiento, un automartirio gozoso en la melancolía.
Ahora bien, dirá Freud, si se atiende bien, se advertirá que esos autorreproches, autocastigos y demás procedimientos de tortura del sujeto para consigo mismo, en realidad están destinados a un Otro. Dicho de otra forma, lejos de dirigirse a su propia persona, el martirio está destinado a otra persona, objeto… que el sujeto ama, ha amado o amaría. Los autorreproches son realmente reproches contra un objeto de amor. ¿Cómo puede ser esto?
Las fases del proceso melancólico
En el proceso melancólico se seguiría la siguiente ruta: en primer lugar, hay una elección de objeto y un vínculo libidinal con el mismo. Sin embargo, en segundo término, se produce un trastrocamiento, quebranto, fractura de ese vínculo (por las razones que sean –afrenta real, desengaño…-). Finalmente, en tercer lugar, hay un truncamiento del procedimiento normal de extraer la libido de ese objeto para desplazarlo a otro. Las razones de este truncamiento pueden ser varias, pero la principal es que la investidura libidinal de ese objeto fue poco resistente, cancelándose definitivamente, pero la libido liberada no se desplaza a otro objeto sino que, por el contrario, se retira al yo. De esta forma, esta libido que engulle al yo sirve para establecer una identificación del yo con el objeto perdido (ambos aparentemente no están…). Así pues, la pérdida del objeto se traducirá como la pérdida del yo, y, por otro lado, el conflicto que se da entre el yo y el objeto amado-perdido, se transformará en una bifurcación del yo en, por un lado, el yo crítico y, por el otro, el yo alterado por la identificación (de ahí los autocastigos, autorreproches, autocensura…).
Tal y como podemos observar, en la melancolía hay una dominación narcisista bastante acusada. Y es que, verdaderamente, según Freud, la melancolía toma parte de sus caracteres del duelo, pero también, y sobre todo, de la regresión de la elección narcisista de objeto que se da en el narcisismo.
A su vez, esta asimilación del yo con un objeto es lo que explica el sadismo que induce al suicidio del/la melancólico/a. El yo puede darse muerte puesto que, en virtud de este retroceso de investidura libidinal de objeto, él se trata a sí mismo como un objeto y, como tal, puede dirigir toda su hostilidad, aquella que normalmente recae sobre el objeto. Es decir, se sustituye la reacción originaria del yo hacia los objetos del mundo exterior, pasando a ser él mismo un objeto más.
La melancolía, a su vez, puede acabar convirtiéndose en manía. En este caso, el yo tiene que haber vencido a la pérdida del objeto, pero lo que sucede es que toda la carga libidinal libre, que la melancolía había retraído al yo, ahora, voraz, desatada, va a la búsqueda de nuevas investiduras y objetos.
Tal y como se ha podido observar, tanto el duelo como la melancolía, pasado cierto tiempo, transcurren sin dejar graves secuelas. Las principales diferencias entre ambas estriba, por un lado, en el marcado componente narcisista de la melancolía, a diferencia del trabajo del duelo, y, por el otro, en el carácter predominantemente inconsciente, tanto del objeto como de varios procesos (enfrentamientos, cargas, descargas…) que se produce en el sujeto melancólico.