El dinero es tecnología, confianza… y política

16 mayo, 2022
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Con el transcurso del tiempo, las preguntas que nos hacen a los economistas van cambiando. Últimamente, se observa un especial interés por el tema de las criptomonedas. Estudiantes, familiares, amigos y periodistas nos interpelan al respecto. En esta entrada señalo algunas consideraciones relativas a las implicaciones que pueden tener para la economía.

La primera moneda completamente virtual de la historia, el bitcoin, nació a finales del 2008, pocos meses después de la caída Lehman Brothers. Su creación pasó bastante desapercibida, pero el número de criptomonedas y su capitalización no ha hecho más que aumentar, transformándose en una nueva rama de las finanzas globales.

Según CoinMarketCap, a finales de abril de 2022, existían 10.075 criptomonedas. Las cinco primeras por valor de capitalización son Bitcoin (BTC), Ethereum, (ETH), Tether (USDT), Binance Coin (BNB) y USD Coin (USDC). El diario El Economista señalaba, el 13 de enero de 2022, que el 9% de la población española (unos 4 millones de personas) utilizaban o poseían criptomonedas y que casi la mitad de los millennials millonarios tiene al menos el 25% de su riqueza en este tipo de activos. Además, determinados establecimientos han ido aceptando pagos en algunas de estas criptodivisas, así como PayPal o Mastercard..

¿Contribuyen las criptomonedas a democratizar el sistema?

El valor del dinero se basa en la confianza. Desde 1971, con la crisis del Sistema Monetario Internacional de Bretton Woods, las monedas no están apoyadas por una mercancía física, como lo habían hecho en períodos anteriores el oro o la plata, sino que es “dinero fiduciario”, es decir, la confianza se apoya en el Banco Central -y en el Estado- que las emite (la Reserva Federal en el caso del dólar, el BCE en el del euro, etc.). Por el contrario, la característica fundamental de las criptomonedas es la ausencia de garantía por parte de una autoridad monetaria pública. En este tipo de monedas, la confianza con los bancos centrales es sustituida por la que suministra la tecnología a través de la que se llevan a cabo las transacciones en criptodivisas, el blockchain.

La proliferación y crecimiento del uso de criptomonedas profundiza pues en el cuestionamiento sobre la utilidad de la intervención del sector público en las economías actuales, adornando el discurso en una supuesta contribución al empoderamiento de la población ya la democratización del sistema. Nos encontramos en una fase en la que “extraer” cualquier ámbito de la regulación y de la actuación pública, para pasarlo a una ciudadanía supuestamente empoderada por la vía tecnológica, es visto como un avance democratizador. Resulta paradójica la fascinación que las criptomonedas han despertado tanto en ámbitos tradicionalmente calificados de liberales, que las ven como un elemento de aproximación a un estado-mínimo, como en grupos que históricamente han sido más partidarios de la intervención pública pero que a la vez, y especialmente desde la crisis de principios del siglo XXI, se muestran como radicalmente antibancos y antifinanzas.

¿Pero qué tiene de empoderador y democratizador que la política monetaria, es decir, las decisiones sobre la cantidad de dinero en circulación o sobre el precio que debe pagarse para obtenerlas –con sus repercusiones sobre los precios y los niveles de actividad- estén fuera del ámbito público? Si la dotación de mayor autonomía e independencia hacia los bancos centrales, justificada por la supuesta tecnicidad de las decisiones que toman, fue considerada por algunos analistas como una pérdida de calidad democrática de la Política Económica, no parece que la posibilidad de crear monedas fuera del control y regulación de las autoridades públicas, signifique una profundización de las democracias.

Una inversión de alto riesgo

Hasta el momento, lo que sí muestra la corta y desregulada vida de las criptomonedas, es su elevada volatilidad, lo que las hace proclives a ser utilizadas por inversiones de carácter especulativo. Este hecho, junto a su complejidad conceptual y tecnológica, no solo las convierte en instrumentos de inversión poco adecuados para los pequeños ahorradores, sino que hace que no cumplan adecuadamente las otras dos funciones tradicionales del dinero, las de unidad de cuenta y de depósito de valor. Que actualmente existan más de 10.000 criptomonedas y que más de 2000 ya hayan desaparecido después de una corta vida, pone de manifiesto que las inversiones en este tipo de activos son de alto riesgo y que, por tanto, existe una elevada probabilidad de perder el total de la inversión.

Pero estabilizar su valor en moneda fiduciaria significaría perder lo que para muchos de sus usuarios, especialmente los que se aproximan con el objetivo de especular, es su principal atractivo, su absoluta independencia de las autoridades monetarias públicas, ya que las convertiría en nuevas formas de dinero bajo el control de los bancos antes centrales y de sus políticas monetarias, tal y como lo fueron en su día las cuentas corrientes o las tarjetas de crédito.

Finalmente, y para cerrar esta entrada, hay que poner de manifiesto que aunque a veces se presentan como componentes de un mismo debate, no debe confundirse las criptomonedas con las monedas «alternativas» o «sociales», el objetivo de las cuales es mejorar o transformar el uso social del dinero y que son utilizadas para facilitar intercambios, tanto de productos como de servicios o conocimientos, por comunidades o colectivos particulares. Las criptomonedas no pretenden incidir en el sistema económico, sino aprovecharse de las facilidades que las modernas tecnologías proporcionan para introducir un nuevo elemento de especulación y enriquecimiento rápido, pero también de incertidumbre, riesgo e inestabilidad por el conjunto del sistema.

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Autor / Autora
Profesor de Política Económica y Economía Mundial de los Estudios de Economía y Empresa y director del Máster Universitario en Análisis Económico de la UOC
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