Bailar la locura: ¿dónde está la frontera entre “normalidad” y patología?
17 abril, 2024Bailar la locura (Marta Espar y Maiol Virgili, 2022) es un documental que aborda los posibles diálogos, y las potenciales sinergias que pueden establecerse entre la expresión artística y la locura. Tema tratado profundamente a lo largo de la historia de la cultura, no por ello deja de ser una aproximación interesante y lúcida la que realizan Marta Espar y Maiol Vrigili. En concreto, la historia transita en la creación de una pieza musical, J-AhO!, en la que tres bailarinas idean una coreografía a través de la complicidad creativa con tres chicas diagnosticadas con diferentes trastornos (en concreto, depresión, esquizofrenia y anorexia nerviosa restrictiva). Las relaciones que se establecerán entre las seis, surgidas de manera espontánea a través de sus heterogéneas, pero carismáticas personalidades, constituirá el hilo sobre el que se anudará el desarrollo temático del documental.
En el marco de las Jornadas #TrioLaVida 2024 para la prevención del suicidio en las universidades catalanas, que acogió la UOC el pasado mes de febrero, se celebró el cinefórum sobre el documental Bailar la locura en el que participaron los autores de la obra; Jordi Sánchez, director de los Estudios de Ciencias de la Información y la Comunicación y yo mismo, Oriol Alonso, profesor de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la UOC.
La conversación, precisamente, se inició a partir de la voluntad de interrogar los vínculos que se establecen entre normalidad y patología. Y es que uno de los objetivos principales de la obra era profundizar en la línea de continuidad, según sus directores, que se perfila entre anomalía y normalidad. Tal y como demuestran las diferentes protagonistas del documental, sus divergencias no responden verdaderamente a patrones funcionales o disfuncionales. Todas están en el mismo plano discursivo, con lo que se equiparan sus funciones en la narrativa del documental. A su vez, la voluntad de los directores era penetrar en los procesos de estigmatización que sufren sujetos diagnosticados. Estigma, asimismo, que conduce a una segregación, en primer término, y, posteriormente, a una soledad no deseada, tal y como comenta Itziar, una de las tres chicas diagnosticadas del documental (en su caso, de esquizofrenia).
Seguidamente, el diálogo se dirigió hacia la cuestión de la creatividad. Y es que el documental puede ser considerado como una metáfora del proceso creativo —principalmente artístico, pero sin abandonar cualquier otra aproximación—. Una de las cosas más importantes que pone en circulación Bailar la locura es la manera en que diferentes elementos entran en dialéctica para poder afrontar una situación de creación artística: cómo lo meticuloso se alinea con lo azaroso, de qué manera lo disruptivo encaja con lo sistemático. Y es que, tal y como lo muestran Marta Espar y Maiol Virgili, crear implica toda una serie de dinámicas en la que la inspiración se retroalimenta de un aprendizaje de detalles y panorámicas, generando sinergias que cristalizan definitivamente en una determinada obra.
Para los directores, la complicidad que se estableció entre las diferentes chicas fue una de las cuestiones más importantes de este proceso, tal y como remarcaron una y otra vez en la conversación. El rodaje mostró diferentes secuencias que respondían vínculos que nacían y se desarrollaban de forma azarosa, sin planificación narrativa de ningún tipo tanto por Marta y Maiol, pero siempre, eso sí, contando con el consentimiento de todas las implicadas en la historia. Los directores no forzaron situaciones, contextos, o relaciones, sino que se centraron en capturar la espontaneidad de unos lazos que surgían y se robustecían tras cada día de rodaje.
Sin embargo, Bailar la locura, no renuncia a ciertos cuestionamientos sobre lo patológico. Y sobre todo, Marta Espar insistía en ello en el diálogo: ¿a qué hacemos referencia cuando hablamos de locura?, ¿dónde establecer la frontera que demarque normalidad y anomalía? La coreografía sobre la que pivota toda la obra, ¿no es intentar crear un lenguaje que vaya más allá de la palabra?, ¿cómo convertir lo disruptivo de un brote, por ejemplo, en un elemento que encaje en la retórica de un patrón artístico (rítmico, en este caso)? Innumerables preguntas que plantearon, incluso, la posibilidad de que el documental tuviese un determinado impacto terapéutico para quien se dirigiese a él, según manifestaron sus propios directores hacia el final del evento.
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