A propósito de la IA y su impacto en el trabajo escolar

22 marzo, 2024
La IA en el trabajo escolar Imagen de Dragen Zigic en Freepik

Jordi Solé, director del grado de Educación Social de la UOC, analiza el impacto de la IA en el trabajo escolar y reflexiona sobre la importancia de preservar la escuela como un espacio de encuentro colectivo y enriquecimiento más allá de la tecnología.

Cuando apenas hace cuatro años nos confinaban en casa a raíz de la irrupción del covid-19 y se cerraron las escuelas de medio mundo, hay quien decretó el fin definitivo de esta institución educativa. Aquel cierre obligó a ensayar otras formas de trabajo escolar y puso en acto la posibilidad de vivir “sin escuela”. Se cumplían así los sueños húmedos de muchos actores políticos, académicos y empresariales que llevan mucho tiempo criticando la obsolescencia y rigidez de la escuela, habiendo podido comprobar, gracias al experimento mundial del confinamiento, lo que muchos definieron como un avance de la educación del futuro; una educación sin espacios escolares específicos, sin tiempos programados, con un predominio absoluto de las tecnologías digitales, que vendrían a demostrar todas las ventajas del aprendizaje online por encima de la escuela presencial.

Aunque la crítica contra la escuela ha perdido fuerza en los años transcurridos desde el inicio de la pandemia, el discurso devoto en torno a la digitalización de la educación, que forma parte de imaginarios sociotécnicos más amplios sobre la digitalización generalizada de la sociedad (no olvidemos que en el Fórum Económico Mundial que se reúne cada año en Davos se ha llegado a decretar, utilizando una metáfora computacional, el “Gran Reinicio del Mundo” mediante la digitalización), se encuentra en un punto de inflexión que se inclina definitivamente a su favor.

En nuestro país, el confinamiento legitimó la entrada masiva de las grandes corporaciones tecnológicas como Google y Microsoft a todos los niveles del sistema educativo, dando así una respuesta tecnosolucionista para garantizar la continuidad escolar. Sin duda, significó un punto de inflexión a la hora de normalizar las nuevas formas de privatización para incorporar tecnologías digitales en las aulas como expresión de desarrollo y modernización. La pérdida de soberanía tecnológica no inmuta a nuestros gobiernos, convertidos en apéndices de las juntas directivas de las grandes corporaciones. Ahora, con la irrupción de la inteligencia artificial generativa, asistimos a un nuevo salto hacia delante.

¿Cómo se observa todo esto a pie de aula? Sin olvidar que la realidad cotidiana es siempre bastante más rupestre —a la clase de quinto no le funciona el wifi porque el router está colocado en la planta de abajo, María olvidó cargar la batería del ordenador, Ahmed no recuerda la contraseña, Pablo no sabe cómo ha podido extraviar una tecla del portátil, el profesor de inglés es incapaz de poner en orden los archivos del classroom, etc.)—, entre muchos sectores existe una predisposición muy favorable, entre otras cosas, porque hace mucho tiempo que la crítica a la escuela tradicional, hecha desde discursos muy diversos, a derecha e izquierda, ha ido dejando sus huellas, dando lugar a unos sentidos disponibles para legitimar, a partir de un juego de oposiciones binarias, varias tentativas de renovación. Ahora, la digitalización educativa vendría a materializar esa transformación definitiva.

La digitalización conecta muy bien con el discurso de la renovación porque puede acabar impulsando el desplazamiento definitivo de una institución educativa excesivamente homogénea y normalizadora, que es cómo se ha caracterizado la escuela tradicional, hacia un entorno de aprendizaje personalizado, donde se trate la singularidad de cada estudiante, respetando sus intereses y capacidades diversas mediante una elaboración permanente de su perfil individual. “Poner al estudiante en el centro”, en definitiva, para que tenga la libertad de escoger qué, cuándo y dónde quiere aprender, y con qué intensidad, de acuerdo con sus necesidades, etc.

La incorporación de la IA en la educación favorece las oportunidades de personalización y abre sin duda las posibilidades de enriquecer algunas actividades de aprendizaje de acuerdo con los principios del conductismo automático. Los expertos aseguran que las nuevas herramientas de generación de contenidos facilitarán una formación más innovadora, flexible y ajustada a las necesidades de los estudiantes, y avanzan, con esa facilidad que tienen para dejarse deslumbrar por las novedades, todo tipo de tendencias: avatares que darán clase con el idioma nativo de todos los alumnos, automatización de tareas para crear contenidos, preparar unidades didácticas o llevar a cabo la evaluación de los estudiantes, aplicaciones que permitirán crear herramientas educativas de IA personalizadas, explotación de datos para optimizar la evolución de los aprendizajes, etc.

La justificación pedagógica principal de todos estos avances pone el foco de atención en la mejora de los resultados de aprendizaje de los estudiantes, y lo hace desde una lógica del rendimiento que conecta muy bien con el ethos emprendedor y el egocentrismo de nuestra época, donde la promoción de los talentos individuales, un atributo meramente narcisista que es necesario poder capitalizar, se defiende como un derecho que la educación tiene la obligación de fomentar. Se trata de ti, de tu persona, de lo que te hace único, por eso penetra con tanta facilidad. El discurso de la educación emocional, tan extendido en las escuelas, no hace más que reforzar esta idea.

La desaparición de la escuela en tiempos de pandemia nos permitió, a su vez, redescubrir la escuela. No lo hicieron los críticos de la educación escolar, que siguen equiparándola como una forma de aprendizaje anticuada, aburrida, ineficiente y pasada de moda. Quienes salieron en su defensa fueron (¡Oh, sorpresa!) los más jóvenes, y no lo hicieron solo para poder ver a sus amigos y amigas. Lo hicieron porque intuyen que en la escuela se juega un sentido existencial que no es fácilmente sustituible por los entornos digitales de aprendizaje y las redes sociales; algo que no puede definirse a partir de los resultados.

Le pregunto al ChatGPT de qué se trata, y me responde con frases hechas y vaguedades. Intento ser preciso con los promps, pero no lo consigo. Es incapaz de desprenderse de la vulgata tecnocrática que circula en los documentos oficiales y en los papers de los académicos más citados. Su base de datos está colonizada por los imaginarios sociotécnicos del ecosistema empresarial que lo ha creado. Es parte interesada y no tiene la experiencia de haber ido a la escuela, por eso no puede responder a la pregunta que nos están haciendo los más jóvenes hoy en día. Forma parte, en definitiva, de este conjunto de herramientas que constituyen los entornos de aprendizaje digitales personalizados y personalizantes, pero no conoce otro tiempo y otro espacio llamado “escuela”, un tiempo-espacio muy especial, separado, que hace posible la reunión colectiva y corporal entre las generaciones, un tiempo espacio que no está personalizado. Así nos lo recuerdan Jan Masschelein y Maarten Simons, dos filósofos de la educación que recomiendo leer vivamente, cuando definen la escuela como un tiempo y un espacio que “no está centrado en la persona, sino que gira en torno a un conjunto particular de mundos que se revelan a través del trabajo escolar”.

Efectivamente, la escuela no funciona como un lugar de aprendizaje personalizado, no ofrece un mundo construido a la medida de cada estudiante. La escuela es un lugar en el que la experiencia de sentido lo otorga el trabajo que se lleva a cabo en ella, así como la forma que adopta este trabajo: leer, calcular, practicar, estudiar, jugar, crear, etc. “Es a través de este trabajo escolar que uno experimenta, tal y como dicen Simons y Masschelein, la capacidad de participar en este mundo”, descubriendo y habitando otros mundos y, por tanto, la posibilidad de “empezar a pertenecer a este mundo”[1], que siempre es bastante más interesante que reconocerse como “persona única” dispuesta a sacar el máximo rendimiento de su talento. Pensemos muy bien, pues, en manos de quien queremos dejar el trabajo escolar si queremos que los jóvenes puedan sentir que pertenecen a este mundo, encontrando otra fuente de sentido a su formación. Quizá sea menos personalizada, pero está en nuestras manos que pueda llegar a ser más bella y enigmática que la que pueda ofrecer el ChatGPT, un algoritmo o el Big Data.

 

[1] Masschelein, J [Jan]. y Simons, M. [Maarten] (2022). ¿Un nuevo movimiento escolar? Revista del IICE, núm. 51, 191-200.  https://doi.org/10.34096/iice.n51.11488

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Autor / Autora
Jordi Solé Blanch, profesor y director del grado en Educación Social de la UOC y miembro del grupo LES.
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