La política industrial en tiempo de reconfiguración de la globalización

23/05/2024
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El período de hiperglobalización entre 1980 y 2008 se basó en dos elementos: por un lado, los principios neoliberales de desregulación, privatización y liberalización y, por otro, en los avances en las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) del aquel momento. Las aparentes bondades de esta combinación se legitimaron socialmente por las supuestas ganancias de eficiencia que implicaba el hecho que la producción se situara en aquellos lugares en que fuese menos costosa, aumentando la disponibilidad de bienes y servicios para el consumidor occidental y a unos precios más bajos. Por su parte, a los países tecnológicamente menos avanzados se les argumentaba que una elevada participación en el comercio e inversiones globales les comportaría unas transferencias tecnológicas, financieras y de know-how que impulsarían la transformación de sus tejidos productivos hacia actividades de mayor valor añadido.

El desarrollo comercial y de inversiones en este entorno ideológico y tecnológico impulsó la deslocalización de numerosas producciones que se realizaban en países occidentales, hacia países con menores salarios, derivando en una fragmentación extrema de los procesos productivos articulada a través de las llamadas Cadenas de Valor Global, estructura organizativa a través de las cuales se llevaban a cabo las relaciones, incluidas las de aprovisionamiento, entre las distintas unidades que conformaban la cadena.

Pero la crisis de 2008, consecuencia de la crisis de rentabilidad del capitalismo, desencadenó nuevas tendencias. Una de especial calado, y aunque parezca paradójico, con el objetivo de recuperar la rentabilidad perdida, fue el progresivo retorno de determinadas producciones previamente deslocalizadas hacia el país de origen. Estas operaciones se explican porque las ventajas que impulsaron las deslocalizaciones hacia determinados países, especialmente a la China, se estaban agotando.

La decisión de retornar era bien vista por las sociedades occidentales dado que la crisis había provocado que mayores segmentos de sus poblaciones identificaran con claridad los efectos negativos que la globalización neoliberal había tenido sobre sus condiciones de trabajo y de vida, especialmente para los de menor cualificación. La crisis moral de la globalización se instrumentalizó políticamente para justificar diversas guerras comerciales, dentro de la pugna por el liderazgo tecnológico, económico y político, entre las dos grandes potencias, Estados Unidos y China, con la Unión Europea luchando por mantener un papel relevante en la escena internacional.

Posteriormente, las medidas para hacer frente a la Covid-19, que paralizaron las fábricas en China y en otros países asiáticos, puso en evidencia que la descomposición extrema de los procesos productivos, buscando la máxima eficiencia, era también su principal fuente de debilidades y vulnerabilidades, cuando tienen lugar acontecimientos no previstos que  dificultan el transporte, la circulación de mercancías y la producción misma.

Para los gestores de la cadena, hacer frente a las interrupciones puede suponer costes muy elevados, al tener que buscar nuevos proveedores, homologar sus productos y muy posiblemente seleccionar modos de transporte alternativos. Además, se deberá afrontar otros problemas que seguramente surgirán, como por ejemplo tiempos de respuestas inadecuados por parte de los nuevos proveedores o, como fue en el caso del coronavirus, que la interrupción de actividades tenga lugar de forma asincrónica, primero en unos países y después en otros.

Las firmas multinacionales aceleraron la reconfiguración de sus cadenas con el objetivo de garantizar los aprovisionamientos y, con ello, el buen funcionamiento de las mismas. En las nuevas decisiones de inversión se empiezan a imponer criterios de seguridad, intensificándose las operaciones de retorno de producciones (reshoring), ya sea hacia el país de origen (backshoring), hacia un país cercano (nearshoring) o hacia un país aliado o afín en términos geopolíticos (friendshoring). El resultado está siendo una mayor concentración de los flujos comerciales a través de unas cadenas que se hacen más regionales y menos globales.

Después de la Covid-19, la guerra en Ucrania, e incluso otros incidentes de menor envergadura, como el del portacontenedores Evergreen, que quedó atravesado en el canal de Suez en marzo de 2021 y bloqueó su navegación una semana, han hecho que la opinión pública occidental perciba los riesgos que encierra una producción mundialmente compartida, fraguando un estado de opinión partidario de reducir la dependencia extranjera en la disponibilidad de bienes catalogados como esenciales o estratégicos.

En este nuevo escenario se hace alusión con frecuencia a la necesidad de recuperar la política industrial, rechazada a todas luces durante el período más intenso de globalización neoliberal, como instrumento para asegurar la disponibilidad de los productos esenciales y estratégicos, así como los suministros dentro de las cadenas y garantizar su buen funcionamiento, lo que incluye incentivar y estimular el retorno de determinadas producciones al país de origen, a países cercanos o a aliados políticos.

Pero esa es una visión muy reduccionista de la política industrial. Además de ser citada a menudo como una opción mágica de resolución de problemas, no todos los países requieren de las mismas medidas ni tienen las mismas posibilidades de implementarlas. En lo que se refiere al tema tratado en este texto, en esencia, el debate sigue siendo cómo convertir al comercio y a las inversiones internacionales en un instrumento al servicio de la convergencia económica, de la reducción de las desigualdades y de la lucha contra la emergencia climática y ecológica. El paradigma ético e ideológico bajo el que evolucione la globalización marcará la resolución de ese debate.

Frente al riesgo de nacionalismo económico, que desemboque en un aumento indiscriminado de barreras aduaneras y arancelarias a las importaciones, intervención en sectores económicos para beneficio de determinados grupos, control más estricto de los movimientos migratorios, … Hay que buscar y avanzar en el establecimiento de mecanismos democráticos de gobernanza global, que permitan y dirijan un proceso de desglobalización coordinado y ordenado, con el objetivo de alcanzar una nueva globalización coordinada y ordenada, en la que la competición se reserve a las empresas mientras que los estados cooperen y se coordinen con criterios “federales”.

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Autor / Autora
Profesor de Política Económica y Economía Mundial de los Estudios de Economía y Empresa y director del Máster Universitario en Análisis Económico de la UOC
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