Carlos A. Faerron: «No puede haber conservación ambiental si no hay paz social»

15/06/2023
Carlos Alberto Faerron Guzmán, profesor colaborador del máster universitario de Salud Planetaria (interuniversitario: UOC, UPF, ISGlobal). Carlos Alberto Faerron Guzmán, profesor colaborador del máster universitario de Salud Planetaria (interuniversitario: UOC, UPF, ISGlobal).

El costarricense Carlos Alberto Faerron Guzmán empezó como médico, se pasó a la salud pública y después a la salud planetaria, un concepto que no tiene ni una década de vida, y que él insiste en que debe ser un movimiento, una llamada urgente a la acción. A ello se dedica en cuerpo y alma. Es director asociado de la Alianza por la Salud Planetaria, director del Centro Interamericano para la Salud Global y profesor en las universidades de Harvard y Maryland. Además, es docente del máster universitario de Salud Planetaria (interuniversitario: UOC, UPF, ISGlobal). Precisamente en el marco de este máster, el pasado 10 de mayo tuvo lugar la jornada Promoting postgraduate education in planetary health in Europe. Faerron se encargó de la ponencia inaugural y, pocos días después, hablamos con él sobre este evento y sobre cómo asegurar el bienestar de las futuras generaciones de humanos y seres vivos en la Tierra. 

¿Con qué conclusiones cerrasteis la jornada?

Con dos conclusiones. La primera, que en Europa están surgiendo muchas iniciativas con relación a la educación en salud planetaria, tanto programas estructurados bajo el lema de salud planetaria como otras iniciativas que integran de manera transversal los principios de la salud planetaria en sus programas educativos. Hay mucha energía. Por otro lado, hay mucha desconexión. Es necesaria una mejor coordinación y compartir experiencias para acelerar esos cambios curriculares. Son cosas que hasta cierto punto ya sabíamos, pero resaltarlas ayuda a fortalecer el trabajo en red, que es increíblemente importante. La jornada sirvió para eso. 

En la ponencia inaugural hablaste de dónde estamos y de lo que está por llegar en la educación en salud planetaria. ¿Debería incorporarse en las escuelas, institutos, en la formación de los docentes?

Repasé el crecimiento exponencial que ha vivido la salud planetaria, que no es solo un campo de estudio, sino un movimiento social que está haciendo un llamado para que revaloremos nuestra relación con los sistemas naturales y reimaginemos cómo debería ser la sociedad. Un llamado a actores de diferentes sectores: el académico, el de tomadores de decisiones, el sector privado, la sociedad civil organizada, el sector que representa a las diferentes instituciones del mundo… Eso, por supuesto, conlleva grandes reformas, grandes cambios a diferentes niveles. El llamado enfatiza la urgencia y, en este sentido, cuando trabajamos aisladamente, sin red, nos enlentecemos. Los esfuerzos en educación escolar y superior aún van más rezagados. Desde la Alianza por la Salud Planetaria hemos logrado trabajar con las universidades, pero aún no hemos logrado trabajar profundamente con los más jóvenes. Estamos buscando que haya mayor representación de actores en esos sectores. Una de las maneras es participar en conversaciones con la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), que tiene un alto impacto a la hora de influir en el diseño de políticas de educación. 

Hablabas de urgencia. El concepto de salud planetaria no tiene ni una década y entiendo que va evolucionando. ¿Se puede definir en una o dos frases?

Primero hay que posicionar la salud en una escala global donde, si miramos no solo la historia de la Humanidad, sino la de la Tierra, entenderemos que nuestra especie, Homo sapiens, es muy única. Hemos generado conocimientos, acumulado tecnología y los recursos que ello ha consumido están alterando de manera muy importante los sistemas naturales: el clima, los océanos, los suelos, el agua, el aire. A tal punto que ello está afectando la salud de las personas. Cuando hablamos de salud planetaria hay que posicionarnos en este momento histórico de la Tierra y de nuestra especie. A partir de ahí, se trata de entender cuáles son los mecanismos por los cuales estos impactos de los humanos sobre los sistemas naturales están afectando la salud de las personas. Con este análisis de la conexión entre los cambios en los sistemas naturales y los impactos en la salud, se trata de proponer y trabajar con los diferentes actores para generar soluciones que no sean curitas, parches, sino que sean holísticas. En este sentido, nos gusta pensar que no es solo un campo disciplinar, sino que conlleva acción. Movimientos sociales. Cambio de políticas públicas. Cambio en cómo nos relacionamos con la naturaleza. Cambio en los sistemas económicos. No son dos frases, son unas quinientas [se ríe].

Cuidar el entorno para salvarnos.

No solo salvarnos a nosotros, sino también salvar a las otras especies con las cuales tenemos lazos completamente interdependientes. Es mover el Antropocentrismo hacia el Ecocentrismo.

En Europa están surgiendo muchas iniciativas con relación a la educación en salud planetaria, tanto programas estructurados bajo el lema de salud planetaria como otras iniciativas que integran de manera transversal los principios de la salud planetaria en sus programas educativos.

Después volvemos a ello, pero ahora quería preguntarte por tu carrera. Estudiaste Medicina y, según tengo entendido, tus inicios fueron marcados por el trabajo en una zona rural de tu país, donde te relacionaste con las comunidades indígenas. ¿Cómo pasas de la medicina a la salud planetaria?

En mi carrera hay varias etapas que me van direccionando hacia la salud planetaria. Entre ellas, definitivamente, trabajar en una zona indígena de del sur de Costa Rica. Habiéndome criado en un ambiente citadino y completamente urbano, al trabajar en ese lugar veo que las personas allí se relacionan con su entorno de una manera muy diferente a la que yo estoy acostumbrado, en cuanto a cómo obtienen su agua, sus alimentos, o en relación con las tradiciones de las cosmovisiones indígenas, que tienen un enlace directo con su entorno natural. Eso cambia mi perspectiva de lo que es la salud.

Claro…

Y, una vez que abandono mi práctica clínica y decido trabajar más en salud pública global, en una de las instituciones en las que trabajo me toca ser la única persona del grupo de investigadores de ciencias de la salud, cuando los demás son todos de ciencias de la tierra, biológicas, naturales… Y ahí, de verdad, empieza mi interés por entrelazar las diferentes ciencias que estudian el cambio ambiental y la salud. Creamos un programa especial para ello, que llamamos Desarrollo sostenible y salud, donde empezamos a generar cierto movimiento a nivel educativo.

Y también me ha influido mucho ser de un país alabado a nivel internacional por sus políticas ambientales, y donde desde muy pequeños nos enseñan que Costa Rica es muy especial por cómo se relaciona con la naturaleza. No es un país perfecto, a veces los medios internacionales parecen mostrar que vivimos en un paraíso tropical y eso es exagerado, porque el país tiene muchos problemas a nivel ambiental, pero no deja de ser pionero, innovador. Es un país que no tiene miedo a tomar retos en política ambiental que van a contracorriente de la normativa internacional. 

Quizás muchos no conocíamos que Costa Rica sea pionera en este sentido. Mucha gente de mi entorno la conoce por la novela Pura Vida. ¿Nos puedes poner ejemplos de esas buenas praxis?

Podemos empezar por el hecho de que se genera un ambiente de paz social. La paz social es un pilar de la conservación ambiental. No puede haber conservación ambiental si no hay paz social. 

Interesante.

Eso conlleva tener instituciones fuertes que abogan por los derechos de la ciudadanía. En los años cuarenta, cuando el país estaba madurando hacia una institucionalidad fortalecida, se generó ese ambiente de paz social, y se tomaron decisiones pioneras como la abolición del ejército. Eso libera, a nivel presupuestario, mucho dinero para poder invertir en cosas fundamentales, como la salud o la educación. Eso pone los cimientos para que, en los sesenta y los setenta, se empiece a trabajar sobre el medio ambiente. Se genera un programa de parques nacionales que aboga por la reversión del uso intensivo de los recursos naturales que el poder económico venía haciendo con la madera, los suelos y la minería. Se le pone pausa. Se tiende a un modelo de energías limpias, de protección de bosques, y se pone en valor la biodiversidad, no solo a nivel ecosistémico, sino también económico, de turismo, de investigación. Esa apuesta hace que Costa Rica sea un país modelo para otros de la región. A lo largo de la historia, ha supuesto el liderazgo en foros internacionales, como el foro de París-COP 21, donde la secretaria general era una costarricense, Christiana Figueres. Y Costa Rica ha tomado roles clave a nivel global a pesar de ser un pequeño país. Con mucha diplomacia científica.

Esta afirmación sobre la paz social puede desanimar. El mundo está muy revuelto. ¿Qué debemos exigir a las administraciones a todos los niveles para que las nuevas generaciones de personas y seres vivos tengan bienestar?

Es complicado. No es lo mismo pedirle a una autoridad local de una comunidad con alto grado de vulnerabilidad y dificultades de base, que a una población de alto ingreso y con un consumo muy alto, donde todos los derechos están asegurados. En un contexto de países muy desarrollados, necesitamos exigir a las autoridades de todos los niveles que aceleren los cambios. Hay cierto compromiso de tomar los pasos necesarios para proteger el medio ambiente, pero hay que acelerar esos caminos. Además, hay que pedirles que colaboren internacionalmente con países menos desarrollados para que se pueda asegurar ahí lo que llamamos el piso social. Es decir, asegurarnos que los recursos necesarios para el bienestar están garantizados a nivel universal. Trabajo digno, vivienda digna, igualdad de género, alimentación saludable, calidad del aire, del agua… Eso es imprescindible antes de pensar en otras cosas. Y los que están en mejores condiciones deben bajar su consumo.

La salud planetaria es un movimiento social que está haciendo un llamado para que revaloremos nuestra relación con los sistemas naturales y reimaginemos cómo debería ser la sociedad.

Me imagino un mundo más analógico, más hiperconectado pero con más consciencia sobre el uso de las tecnologías… Y quizás más quilómetro cero. ¿Es así, un futuro con una buena salud planetaria?

Sí y no. Desde el quilómetro cero nos vamos a beneficiar de algunas cosas, pero debe haber espacio para el intercambio de bienes a nivel global. Somos una comunidad global, compartimos conocimiento, cultura, comida. Encontraremos las tecnologías necesarias para que haya una movilidad de personas, bienes y conocimientos que no le haga daño a la Tierra. Y eso también hay que acelerarlo. Pienso en una comunidad rural de Costa Rica, que produce café, el cual puede ser una fuente de trabajo y de vida digna, siempre que tengan el mercado donde posicionarlo. Ese café se puede consumir de manera responsable en otros lugares del mundo. Creo que el aislamiento de mercados puede llegar a ser peligroso. En el contexto posterior a la segunda guerra mundial ya se decía que la mejor manera de hacer paz entre naciones es hacerse socios comerciales. Pero que quede claro que no hablo del sistema económico actual, donde la acumulación de capital es obscena y se permite que los ricos se vuelvan más ricos y los pobres más pobres. Estoy hablando de una manera nueva de entender cómo repartimos los recursos disponibles, donde el nacionalismo o la tendencia de mirar solo para adentro pueden ser peligrosos. 

¿Dónde están las personas que van a liderar estos cambios?

Le pongo mucha fe a las generaciones jóvenes, si bien es cierto que hay una crisis global de consciencia, de desinformación, de mala utilización de la tecnología, que nos está desconectando cada vez más de nuestro entorno. Pero hay jóvenes muy capaces, muy conscientes de estos retos… Aunque no veo bien consolidada la masa crítica, que es la que va a impulsar el cambio. Hay un espacio enorme por llegar ahí. No hay que dejar que la situación nos abrume. Hay que crear la narrativa de un mundo mejor, del rol de la esperanza en el cambio. La narrativa de que todo está peor que antes tiende a paralizar a las personas. Revisemos lo que nos contamos. Hay alarma y urgencia, pero no tanta como para estar paralizados.

En este contexto, está claro que tiene sentido introducir conocimientos y formación en sobre salud planetaria en todas las universidades.

Sí. No solo de cómo estamos cambiando los sistemas naturales. También sobre qué es la equidad y el pensamiento sistémico, qué es la justicia ambiental, cómo construir movimientos… Todo ello son pilares de la formación en salud planetaria. Necesitamos una reforma curricular a gran escala. Y, cuando pensamos en voces que calan en la sociedad, los profesionales de la salud tienen un inmenso potencial para multiplicar un mensaje de urgencia y esperanza. Profesionales de la enfermería, de la medicina, de la salud pública, son una plataforma de confianza importantísima. Ahí hay un potencial enorme.

También en los MBA de las grandes escuelas de negocios, donde estudian personas que acaban encabezando corporaciones o liderando partidos políticos.

No vamos a llegar a ningún lado si nuestro sistema político y económico no cambia su manera de hacer las cosas. Sensibilizar no es suficiente. Hay que ver cómo hacer las cosas distintas y eso requiere de una elevación del pensamiento creativo y los sistemas de valores. Los currículums de los MBA no tienen esto representado sistemáticamente, pero curiosamente los cambios llegan cuando hay un diálogo liderado por los estudiantes. Las nuevas generaciones vienen diferentes. La vieja guardia difícilmente cambiará. Los negocios son parte de nuestro ADN como especie, pero hay que encontrar una nueva forma de hacerlos. Hay que hacer una reforma a gran escala de todos los grados para tener esta masa crítica y que sea capaz de trabajar en red. Y eso también es un reto, porque en los primeros años de carrera aprendes un lenguaje propio y eso te hace diferenciarte en islas de trabajo, donde las personas no son capaces de conversar. Hay que generar lenguajes comunes a todas las profesiones y eso viene a hacer la salud planetaria.

Necesitamos una reforma curricular a gran escala para introducir la educación en salud planetaria en todas las universidades.

La inteligencia artificial (IA), que hoy es un arma poderosa e incluso peligrosa, a la vez que imparable, ¿puede estar al servicio de ello?

Hay un potencial y un riesgo enorme. Es la clásica arma de dos filos. Todo está muy tierno para dilucidar qué va a pasar. La velocidad a la que se mueve es increíblemente rápida. Creo que, hoy, lo más importante es encontrar los marcos regulatorios a nivel internacional. Eso nos falta y no puede esperar año y medio o dos años. Hay que inyectar fondos para regular eso. Si no, las consecuencias pueden ser nefastas. Necesitamos marcos regulatorios internacionales y músculo para emprender las acciones regulatorias. A partir de ahí, hay que resolver otros problemas, como el problema de alineamiento, para asegurar que las metas de la IA estén alineadas con las del ser humano. Eso no ha sido resuelto y no se sabe cómo lo haremos. Resuelto el problema del marco regulatorio y el del alineamiento, podemos ver cómo usar esta tecnología para el máximo bienestar de la humanidad. No vaya a pasar cómo en todas las tecnologías nuevas de la historia: tecnología que viene a prometer una vida más fácil termina siendo una herramienta de acumulación de capital para los más ricos. Ha pasado desde el motor de vapor hasta Google. Y las inequidades generan tensiones que desestabilizan la paz social, que es imprescindible para la conservación ambiental.

Para terminar, y hablando de ese trabajo en red, eres profesor del máster universitario de Salud Planetaria (interuniversitario; UOC, UPF, ISGlobal). ¿Qué destacarías de tu experiencia?

No me viene de nuevo porque he trabajado en la docencia y con la llegada de la COVID-19 se aceleraron los procesos de educación en línea. De la UOC estoy aprendiendo mucho con el grupo de compañeros docentes y me gusta la madurez de los estudiantes: ya vienen con una trayectoria que les permite un bagaje para el diálogo interdisciplinario. Y me ha sorprendido el número de personas matriculadas, más de 50. No me cabe la menor duda de que, cuando logremos traducirlo al inglés, se multiplicará. 

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Autor / Autora
Periodista col·laboradora
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