Lector vuelve a casa. Cómo afecta a nuestro cerebro la lectura en pantallas

15 de mayo de 2020

Maryanne Wolf. Lector vuelve a casa. Cómo afecta a nuestro cerebro la lectura en pantallas. Barcelona: Deusto Ediciones, 2020

Por Joan Carles Navarro

 

Lector vuelve a casa es uno de los últimos títulos publicados sobre la lectura y vista la buena acogida que ha recibido, podemos decir que es, también, uno de los más exitosos.

Pese a aparecer justo antes del confinamiento –el pasado mes de febrero, en traducción de María Maestro–, las razones de su éxito van más allá del inusitado interés por todo lo que hace referencia al uso indiscriminado de pantallas. Dicho de otro modo, no son circunstanciales, sino que obedecen a varios factores entre los que encontraríamos el prestigio de su autora, Maryanne Wolf, el carácter divulgativo de la obra y la perspicacia con la que analiza las posibles consecuencias de un cambio profundo en los hábitos lectores.

Maryanne Wolf es profesora de la Universidad de California, especialista en los procesos de aprendizaje de la lectura y en el análisis de los trastornos que pueden afectarla, como la dislexia, ámbito en el que tiene una dilatada experiencia y al que ha dedicado una vasta producción académica y literaria. Con esta obra se ha propuesto dar a conocer cuáles son los principales interrogantes que plantea el uso cada vez más frecuente de dispositivos electrónicos de lectura, en detrimento del papel, y cuáles pueden ser el alcance y las consecuencias de este cambio de hábitos. El género que ha escogido para hacerlo es el epistolar: Lector vuelve a casa es una recopilación de nueve cartas que la autora dirige a sus lectores. Y es un acierto, porque la lectura de una carta invita a interrumpir cualquier actividad y a centrar toda la atención a lo que alguien nos explica, con aquella sensación de proximidad, a pesar de la lejanía, que invita al diálogo y al intercambio de opiniones. Es decir, invita a retomar la lectura reposada y profunda que es precisamente la que, según la autora, está en riesgo de desaparición. Este formato le permite exponer sus reflexiones de  forma clara y sencilla, pero sin rehuir el rigor académico: las cartas están repletas de citas de obras literarias y de autores clásicos y contemporáneos –podemos encontrar a Proust, TS Eliot o Benjamin, pero también a Lucía Berlin y su Manual para mujeres de la limpieza-; y no únicamente, porque, como cabe esperar en un estudio que aspira a tener base científica, también encontraremos una gran cantidad de referencias a artículos académicos a cargo de otros colegas e instituciones dedicadas a la investigación en el campo de la lectura, la neurociencia o la psicología. Esta combinación de familiaridad y erudición hace del libro de Wolf una obra atractiva tanto para el estudioso de la materia, como para el pedagogo, el filólogo o el lector, en general.

Sean la cuales sean el las razones de su éxito, lo que demuestra el interés que ha despertado Lector vuelve a casa es que el debate «lectura en papel versus lectura en pantalla» sigue vivo. Las razones, si acompañamos a Wolf en su razonamiento, son obvias: según la autora, el uso continuado de pantallas y el ritmo acelerado de lectura que suscitan tienen implicaciones directas en la configuración del cerebro que podrían afectar al aprendizaje y práctica de la lectura profunda y, con esta, a la formación de procesos cognitivos más lentos como el pensamiento crítico, la reflexión personal, la imaginación o la empatía. Lo que está en juego, dirá Wolf, son los fundamentos de nuestra sociedad. Este salto que acabamos de dar, de la práctica de la lectura a la defensa de los pilares de la democracia, resume el camino que transita la autora a lo largo de las nueve cartas.

La reflexión de Wolf parte de la base de que leer no es una habilidad natural o inherente al ser humano, sino que es fruto de un proceso de aprendizaje muy complejo y costoso, y que es en este proceso, y gracias a la plasticidad del cerebro, cuando tiene lugar el desarrollo de una gran cantidad de conexiones neuronales que acabarán conformando el denominado circuito lector. Lo que se pregunta la autora es qué incidencia puede tener el entorno y la cultura digital en la formación de este circuito, la configuración del cual depende de factores como qué leemos (qué sistema de escritura y qué contenidos), cómo leemos (en qué soporte) y cómo está formado (cuáles han sido los métodos de instrucción).

Me preocupa tanto qué leemos como el hecho de cómo leemos. ¿Nos proporcionan los contenidos que leemos en nuestro entorno actual el bagaje suficiente para afrontar las exigencias específicas de la vida en el siglo XXI y la formación del circuito cerebral de lectura profunda?

Lo que hace de este libro una obra distinta es la voluntad de Wolf de poner al alcance del público la gran cantidad y complejidad de procesos neurológicos que intervienen en la lectura y de advertir la forma en que pueden verse seriamente afectados por el uso continuado de pantallas. El aviso no tiene como destinatarios únicamente a los formadores de nuevos lectores, sino que también va dirigido al lector adulto que, a fuerza de vivir inmerso en un entorno cada vez más digitalizado, puede ver mermadas su paciencia cognitiva y capacidad de atención, y en consecuencia, sus habilidades lectoras.

La relación entre lo que leemos y lo que sabemos se verá sustancialmente alterada por una precipitada y desmedida confianza en el conocimiento externo. Debemos ser capaces de usar nuestra propia base de conocimientos para captar nueva información e interpretarla con capacidad deductiva y juicio crítico. El esbozo de alternativa ya está claro: acabaremos convirtiéndonos en personas cada vez más influenciables, cada vez más fácilmente dirigidas por informaciones a veces dudosas, e incluso falsas, que confundiremos con conocimiento o, peor aún, por informaciones cuya naturaleza ni siquiera nos importe.

Consciente de que la sociedad digital no tiene marcha atrás, Maryanne Wolf dedica las dos últimas cartas a exponer su propuesta para minimizar los riesgos y afianzar el futuro: formar lectores bialfabetitzados, es decir, lectores competentes en entornos digitales y en papel, capaces de aprovechar las bondades y oportunidades que ofrecen ambos soportes. La formación de estos lectores se estructuraría en varias etapas, según las edades, y ambos soportes serían introducidos de forma independiente y con fines distintos, para evitar interferencias en el desarrollo de las habilidades requeridas por uno y otro. El objetivo de Wolf no es otro que el de seguir formando ciudadanos alfabetizados –es decir, lectores analíticos, reflexivos, críticos, empáticos e imaginativos–, para garantizar el futuro de la democracia:

Fracasaremos como Sociedad si no educamos a nuestros niños y reeducamos a nuestra ciudadanía en la responsabilidad de cada ciudadano de procesar la información de manera vigilante, crítica y sabia a través de los distintos medios de información. Y fracasaremos como sociedad, como lo hicieron las sociedades del siglo XX, si no reconocemos y asumimos la capacidad de razonamiento reflexivo de aquellos que no están de acuerdo con nosotros.

Es desde esta perspectiva que el subtítulo de la obra, Cómo afecta a nuestra cerebro la lectura en pantallas, pese a describir de forma fiel su contenido, es un mal subtítulo, porque contribuye a difundir la impresión generalizada de que las pantallas son las responsables directas de todo lo que está en riesgo o hayamos podido perder ya como sociedad. Basta recuperar una de las muchas citas incluidas en el libro, en este caso de Tristan Harris, para darnos cuenta de que la reflexión que debemos hacer va mucho más allá de cuál sea el soporte de lectura:

Nunca antes en la historia las decisiones de un puñado de diseñadores (en su mayoría hombres blancos que viven en San Francisco y de entre veinticinco y treinta y cinco años de edad) de tres compañías –Google, Apple y Facebook– han tenido un impacto tan grande en cómo invierten su atención millones de personas de todo el mundo.

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Autor / Autora
Tutor y colaborador docente del Máster de Edición Digital