Que lo que hemos vivido nos haga más sabios

7 mayo, 2021
tecnología educativa

Albert Sangrà reflexiona sobre el segundo webinar del ciclo sobre Liderazgo educativo en tiempos de pandemia, organizado en el marco del posgrado de la UOC en Liderazgo y Dirección de Centros Educativos en colaboración con el Fórum Europeo de Administradores de la Educación de Cataluña (FEAEC). El ciclo concluirá el día 25 de mayo con una sesión sobre la comunicación con la comunidad educativa (inscríbete).

En el ámbito educativo, hay quien tiende a considerar que cualquier cosa que hagamos con la última tecnología será mejor que lo que hacíamos anteriormente. Actuando así, no se valora el valor añadido que esta aporta a determinados procesos de aprendizaje y, por lo tanto, el sentido que su introducción pueda tener. Solo cuenta la novedad, parecer más modernos que nadie.

Por otro lado, también existe la tendencia contraria: cuestionar cualquier aportación de la tecnología en el ámbito educativo. En estos casos, su uso parece una herejía, y nada que implique su aprovechamiento puede considerarse positivo. Esta posición pasa por alto que, pese a todo, las tecnologías siempre se han acabado incorporando a la educación, también para hacerla mejor: ¿Qué eran las regletas Montessori sino una nueva tecnología?

La tecnología tanto puede ser un gran soporte para la docencia como un sobrecoste inútil. La diferencia no está en la tecnología por sí misma, sino en el uso que le damos. Algunas veces, acertaremos valorándola en positivo; otras, acertaremos al cuestionarla

Hay desigualdades sociales que la tecnología no ayuda a resolver, sobre todo cuando no va acompañada de políticas adecuadas

Últimamente, nos llegan muchas noticias sobre los efectos negativos de la pandemia en las escuelas, que existen. Algunos confunden los efectos de la pandemia con los efectos de la tecnología, algo que está sucediendo más allá del mundo de la educación: parece que la Covid-19 ha retirado la venda que nos tapaba los ojos y, de repente, nos damos cuenta de que no éramos —o no queríamos ser— conscientes de muchos problemas. En efecto, hay desigualdades sociales que la tecnología no ayuda a resolver, sobre todo cuando no va acompañada de políticas que vayan a la raíz de estas problemáticas.

Sin embargo, deberíamos preguntarnos qué habría pasado si no hubiéramos tenido las tecnologías a nuestro alcance. La respuesta es que todo se habría parado por completo, no habría habido educación durante semanas. La tecnología ha permitido no interrumpir totalmente la educación de muchos niños, niñas y jóvenes.

No cabe duda de que la equidad y la inclusión se han visto amenazadas en muchos casos, y que algunas personas jóvenes no han podido acceder a la conectividad y la educación que merecían. Pero, ¿acaso ese es un problema de la tecnología? ¿O más bien de las políticas que han permitido que, a estas alturas, aún haya personas que no puedan conectarse —y, por lo tanto, alfabetizarse— en las herramientas básicas de desarrollo personal del siglo XXI?

Hemos aprendido el valor de la autonomía de quien aprende y la capacidad de crecer a partir de la autorregulación personal

Pero, más allá de los fallos, deberíamos apreciar lo que hemos aprendido, como el valor de la autonomía de quien aprende y la capacidad de crecer a partir de la autorregulación personal. Se trata de elementos que ayudan a las personas a volverse más independientes, más libres y más capaces de decidir por sí mismas. Conviene recordar a Paulo Freire cuando decía que “enseñar no es transferir conocimiento, sino crear las posibilidades para su propia producción o construcción”.

Hace unos días, un director de escuela se refería a estos meses pasados con estas palabras: “hemos tenido que transformar una escuela tradicional en una escuela a distancia”. El personal docente ha tenido que asumir una situación para la que nadie estaba preparado, tampoco ellos. Lo han hecho con imaginación y voluntad, alentando a los y las estudiantes, improvisando y replanificando todo lo que era imposible cumplir según lo previsto. Su único apoyo ha sido una tecnología que conocían, pero tal vez menos de lo que hubiera sido necesario, debido al menosprecio que a menudo ha sufrido. Y, además, han tenido que liderar sus aulas, ya que el liderazgo también es cosa de los docentes.

El liderazgo también es cosa de los docentes

A veces, confundimos los líderes con las personas que tienen posiciones directivas oficiales. Sería bueno analizar en profundidad cómo ejercen el liderazgo los maestros y maestras, los profesores y profesoras en relación con el uso de las tecnologías en las aulas, especialmente en estos tiempos de pandemia. A los que nos dedicamos a la formación inicial y permanente del profesorado, nos conviene entender que también tenemos que formarlos como líderes del espacio en el que desarrollan su trabajo, puesto que el maestro y la maestra son, en primer lugar, ejemplo vivo de decisión, coraje y acompañamiento. Es esto lo que, etimológicamente, significa “maestría”.

Para terminar, ahora que desde una perspectiva optimista empezamos a ver la luz al final del túnel, no podemos evitar preguntarnos qué cambiará. ¿En qué consistirá la “transformación digital” en nuestro sistema educativo? Después de la pandemia, ¿habrá alguna verdadera transformación, o volveremos a dar a las tecnologías un rol superfluo, incluso inútil para los que no creen en ellas? ¿Aprovecharemos la ayuda que nos brindan las tecnologías para construir un sistema educativo más potente con el que enfrentarnos al futuro —siempre difícil, por cierto—?

Solo cabe esperar que lo que hemos vivido en las aulas durante este periodo se convierta en un verdadero aprendizaje.

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Autor / Autora
Profesor de los Estudios de Psicologia y Ciencias de la Educación. Director académico de la Cátedra UNESCO. Investigador del grupo Edul@ab.
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