Formar(se) sin transformar(se): los límites del aprendizaje a lo largo de la vida

28 mayo, 2025

Durante este curso, nuestra universidad celebra su 30.º aniversario formando a personas a lo largo de la vida, y ha elegido como elemento conmemorativo una obra de arte digital que representa el camino singular, diverso e irrepetible que cada estudiante recorre a lo largo de su vida (Constelaciones). En este contexto, parece oportuno detenerse y mirar qué hay detrás de la expresión a lo largo de la vida. El ejercicio no es gratuito, especialmente si se tiene una mirada sesgada por la óptica de la psicología del desarrollo, que, desde los años ochenta —con la formulación de la expresión dar vida a los años—, defiende que la longevidad no parece ser garantía de nada.

Paradójicamente, en este caso todo parece más claro si lo hacemos más complicado. Hagámoslo complicado, pues, y usemos la geometría euclídea, que utiliza la longitud, la anchura y la profundidad para describir los objetos en el espacio tridimensional. En este marco, la longitud sería la línea temporal en la que el estudiante aprende (los cursos o los semestres), la anchura sería la diversidad de contextos en los que el estudiante se forma y transfiere lo aprendido (la universidad, la familia, la vida personal, el trabajo o la sociedad), y la profundidad sería el nivel de integración o de análisis de los conocimientos adquiridos.

Dicho esto, a pesar de que la metáfora de la longitud es útil para destacar la importancia de la continuidad temporal en el aprendizaje —como en el caso del concepto de aprendizaje a lo largo de la vida—, centrarse exclusivamente en este aspecto supone adoptar una visión reduccionista. El énfasis en la duración puede llevar a entender el aprendizaje como una simple acumulación de conocimientos a lo largo del tiempo, sin garantizar que estos sean variados, profundos o incluso útiles. Puede derivar en itinerarios formativos extensos, pero poco transformadores, en los que el estudiante «pase» por los cursos sin integrar realmente los contenidos; en los que el foco único en la longitud alimente modelos educativos excesivamente lineales, basados en la acumulación de títulos o credenciales, y en los que no se tengan en cuenta las necesidades de flexibilidad y adaptación de los estudiantes. Esto es especialmente problemático en entornos universitarios con alta diversidad, donde no todo el mundo avanza al mismo ritmo ni por el mismo camino.

Ignorar la anchura implica no valorar suficientemente la riqueza que aportan la interdisciplinariedad y la posibilidad de explorar varios ámbitos de conocimiento. De este modo, se corre el riesgo de formar a profesionales muy especializados, pero con poca capacidad para conectar ideas: personas que no trasladen lo aprendido a los distintos ámbitos de su vida (a veces, esta translación se limita a mostrar que se ha obtenido un título, pero no lo que implica), lo que supone un déficit cada vez mayor en un mundo complejo e interconectado.

Asimismo, no tener en cuenta la dimensión de profundidad supone una banalización del conocimiento, puesto que se privilegia la actividad constante en lugar de la reflexión crítica. Un aprendizaje únicamente basado en la longitud puede convertirse en un camino largo pero superficial, en el que el estudiante acumule certificados, macrocredenciales, microcredenciales y experiencias, pero no desarrolle una comprensión profunda ni una capacidad real de transformación personal y social; sin significado para la persona. Esto contradice los objetivos de la educación superior, que no solamente debería preparar para el mercado laboral, sino también para la ciudadanía crítica y el pensamiento autónomo.

Así pues, es necesario integrar las tres dimensiones (longitud, anchura y profundidad) para evitar un aprendizaje plano, instrumentalizado, superficial y desconectado de la realidad social y personal. En un contexto en el que la sociedad y el marco legal exigen un aprendizaje permanente, debemos entender bien qué significa exactamente este mandato. No se trata solamente de ofrecer o de seguir un amplio catálogo de formaciones concatenadas o modulares que llenan el portafolio personal: el reciclaje (o incluso el desarrollo entendido como upskilling) supone desaprender, hacer un proceso consciente de cuestionamiento, de profundización y de transferencia que dé lugar a nuevas formas de entender, de actuar y de ser.

Por lo tanto, desde la universidad tenemos la obligación de repensar nuestra propuesta educativa para que promueva una experiencia de aprendizaje que englobe las tres dimensiones de forma consciente, integral, significativa y transformadora. Debemos tener presente, sin embargo, que el estudiante tiene la misma obligación.

 

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Autor / Autora
Profesora de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación e investigadora del grupo de investigación Behavioural Design Lab.
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