Laia Lluch: «La innovación educativa implica preguntarse cómo lo podríamos hacer mejor»

26 septiembre, 2025

Laia Lluch se incorpora en la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) como profesora de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación, institución con la que ha estado colaborando en diferentes posiciones desde 2019. Con una larga experiencia en el ámbito de la innovación educativa, Lluch aporta a la UOC una mirada holística que incluye experiencia en docencia como maestra y directora durante más de 13 años, investigación y transferencia de conocimiento. Esta doctora y también investigadora del grupo GREDU nos habla en esta entrevista sobre cómo innovar de manera real y con valor añadido en la educación, del rol de tecnologías como la inteligencia artificial y de qué hay que hacer para devolver a la profesión de docente el prestigio que se merece.

¿Cuáles son tus objetivos en esta nueva etapa como profesora lectora en los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación?

Esta nueva etapa representa una bonita oportunidad para consolidar y hacer crecer todo lo que he sembrado durante los últimos años. Me incorporo no solo para contribuir desde la docencia a la formación de educadoras y educadores que ponen la mirada en la persona, en la emoción, en la relación y en la transformación, sino también para seguir desarrollando investigación de calidad con impacto real en el ámbito educativo.

Uno de mis grandes objetivos es tejer puentes entre la investigación y la práctica. Aspiro a continuar acompañando al estudiantado en su proceso formativo de una forma próxima, reflexiva y significativa, fomentando el pensamiento crítico y el compromiso con una educación más justa, más humana y más consciente. También me motiva mucho seguir trabajando en equipo y liderar proyectos para transformar(me), compartiendo visiones, inquietudes y aprendizajes con compañeros y compañeras con quienes tenemos un mismo propósito transformador.

Me gusta que el aula sea un espacio de encuentro, de debate, de conexión, de creación

¿En qué asignaturas participarás?

Actualmente, hago docencia en varias asignaturas vinculadas al grado de Educación Primaria, pero también al máster de Psicopedagogía y al grado de Logopedia. Me interesa especialmente la formación del profesorado, poniendo el foco en la innovación transformativa, la evaluación, la autorregulación del aprendizaje, el liderazgo y la práctica reflexiva.

Me gusta que el aula sea un espacio de encuentro, de debate, de conexión, de creación. Y esto es lo que intento construir, siempre con una actitud de escucha y de aprendizaje compartido.

¿Cuáles crees que serán los principales retos?

Asumir una plaza vinculada a la innovación educativa es, para mí, un compromiso profundo con la necesidad –y la oportunidad– de repensar la educación desde dentro. Uno de los grandes retos es entender la innovación no como un añadido tecnológico o una suma de herramientas, sino como una transformación de base: un cambio estructural que afecta el sentido, las relaciones y las prácticas educativas. En palabras del investigador en psicología cognitiva del aprendizaje, Héctor Ruiz, en la conferencia plenaria del FIET 2025: «Parece que innovar por sí mismo ya es positivo, e innovamos sin tener claro lo que queremos conseguir ni tenemos en cuenta qué problema de fondo queremos solucionar». Y esto, en un contexto tan acelerado, digitalizado y a menudo fragmentado, no es sencillo. Requiere tiempo, una mirada sistémica y una gran capacidad de escucha. No podemos hacer por hacer.

Educar empieza dentro de nosotras: con conciencia, con presencia y con capacidad de autoliderazgo.

Así pues, ¿cuáles crees que son las claves para llevar la innovación al mundo de la educación?

Para poder liderar o acompañar procesos de innovación, hay que empezar por nosotras mismas. Como docentes, investigadoras y agentes educativas, tenemos la responsabilidad de revisarnos continuamente: revisar cómo educamos, desde dónde lo hacemos, qué creencias sostenemos y cómo impactan estas en las personas a quienes acompañamos. Este ejercicio de autoconocimiento no es una opción, sino la base de cualquier acción transformadora. Por lo tanto, educar empieza dentro de nosotras: con conciencia, con presencia y con capacidad de autoliderazgo.

Esta es, de hecho, la innovación más profunda y menos visible: la que nos transforma primero como personas para poder transformar después las instituciones y las comunidades. Innovar, pues, significa mirarse con honestidad y preguntarse, como hago yo a menudo: «¿Y si pudiéramos hacerlo de otro modo para hacerlo mejor?».

Personalmente, me propongo seguir siendo una voz comprometida con una educación que no solo se explica, sino que (nos) transforma. Por eso no me considero experta en nada: soy aprendiz a tiempo completo –y muy exigente conmigo misma–. Así, otro reto es generar espacios reales para esta reflexión compartida dentro de la misma universidad, en colaboración con equipos docentes, grupos de investigación y proyectos de transferencia. Será necesario construir redes y alianzas para pensar y hacer juntos, para pasar de la innovación puntual a una cultura del cambio que sea sostenida, sistémica, compartida y con sentido.

Finalmente, pienso que un reto ineludible es preservar y hacer crecer la dimensión humana y relacional de la educación. En un entorno cada vez más digital y orientado a resultados, debemos reivindicar la importancia de la escucha, de la presencia, del vínculo, del cuidarnos. Que las tecnologías nos sirvan, sí, pero sin sustituir aquello insustituible: la relación educativa como espacio de encuentro, de sentido y de transformación mutua.

¿Qué crees que puedes aportar, teniendo en cuenta la trayectoria que has tenido hasta ahora?

Puedo aportar una mirada holística y transformadora de la educación, arraigada en una trayectoria que une investigación, docencia, innovación y transferencia. He tenido la suerte de trabajar en varios ámbitos, con diferentes agentes educativos, y esto me ha permitido entender la educación como un ecosistema complejo, vivo y en constante cambio.

Aporto una visión que conecta teoría y práctica, pero también emoción y pensamiento crítico. Me define una actitud de escucha y de conexión con las personas, y una clara voluntad de impacto social. Me considero una persona que escucha mucho, y que trabaja muchísimo. Me hago muchas preguntas y me apasiona acompañar con autenticidad.

Desde esta actitud, me siento preparada para impulsar procesos de innovación que sean realmente transformadores, y no solo superficiales o reactivos. Porque innovar, en educación, significa atreverse a imaginar nuevas maneras de aprender y de ser, juntas.

¿Por qué te interesa la investigación en neuroeducación? ¿Crees que puede mejorar e innovar la educación que reciben actualmente los niños?

Me considero una persona muy reflexiva, como decía, y a menudo me planteo muchas cuestiones. Siempre deseo dar un paso más, un paso distinto. La neuroeducación, entre otros ámbitos, me inquieta porque me acerca a entender muchas de las cuestiones profundas hacia los procesos de enseñanza-aprendizaje.

Pero lo que más me cautiva de este ámbito es la capacidad o la voluntad para humanizar la educación. Para mí, la neuroeducación es una invitación a poner conciencia en el acto educativo: a educar desde la presencia, desde el autoconocimiento, desde la responsabilidad de cómo miramos y acompañamos los procesos de aprendizaje.

En este sentido, creo que la neuroeducación puede –y debe– ser una palanca para repensar la educación de los más pequeños –y no tan pequeños–, haciéndola más coherente con quienes somos y cómo funcionamos como seres humanos. Y también para formar docentes que sepan leer lo que pasa dentro y fuera del aula con sensibilidad y rigor.

¿Cuál será tu ámbito de investigación dentro de los Estudios?

Mi investigación se enmarca en el ámbito de la educación y la transformación de los procesos de enseñanza-aprendizaje. Hasta ahora me he centrado especialmente en temas como la autorregulación del aprendizaje, la evaluación formativa, el retorno pedagógico, el liderazgo y la innovación educativa, el uso pedagógico de las tecnologías digitales y el papel de la IA en los entornos educativos.

Formo parte del grupo de investigación GREDU, donde estamos trabajando para construir conocimiento en colaboración y hacerlo útil para el sistema educativo. Apostamos por proyectos que combinan investigación aplicada con una clara vocación de transferencia, y esto me apasiona: creo profundamente en una investigación conectada con la realidad, que pueda transformar prácticas, instituciones, personas y miradas.

La IA puede ser una herramienta muy potente en educación si la integramos con una mirada crítica

¿Cuál es, para ti, el rol que las nuevas tecnologías, y específicamente la inteligencia artificial, deben tener en la educación actual? ¿Pueden ser herramientas que impulsen el conocimiento y las capacidades de los niños?

Las nuevas tecnologías –y en particular la IA– pueden ser aliadas muy potentes en la educación, siempre que las integremos desde una mirada ética, crítica y pedagógicamente fundamentada. No se trata solo de incorporar herramientas nuevas, sino de pensar cómo pueden ayudarnos a mejorar el aprendizaje, a hacerlo más personalizado, más inclusivo y más significativo.

Pero hay que tener cuidado: la tecnología no puede sustituir la relación, la presencia ni la empatía. Ningún algoritmo puede leer un gesto, una sonrisa, una emoción o una mirada con la misma profundidad que una persona. Por eso, para mí, el gran reto es educar para un uso consciente y humanista de la tecnología. Pienso que todo radica en plantearnos cuál es su sentido y su valor añadido. No solo saber usarla, sino saber por qué, para qué, con qué impacto. En esta línea, me siento muy comprometida en acompañar este debate y en ofrecer criterios para orientar la transformación digital desde la responsabilidad y el sentido educativo.

 

Participas en el proyecto Reimagine Education. ¿Cuál es tu rol aquí y cómo trabajáis?

Reimagine Education es un proyecto que me emociona y me desafía a partes iguales. Xavier Aragay, cofundador de la UOC, es su presidente. Yo participo como responsable del ámbito de diagnóstico y evaluación de los procesos de transformación educativa, desde donde acompañamos escuelas, universidades, redes de escuelas y organizaciones educativas de todo el mundo y las ayudamos a poner palabras a lo que viven, a identificar sus fortalezas y retos, y a trazar caminos compartidos de transformación educativa.

Nuestra tarea no consiste en decir qué hay que hacer, sino en crear las condiciones para que cada escuela pueda descubrirlo por sí misma. Para mí, Reimagine Education es un ejemplo vivo de lo que significa innovar desde el vínculo, desde el relato de cambio que parte desde dentro, desde la confianza y desde la capacidad de escucharse como comunidad. Y también es una manera de habitar la educación desde ese henko tan potente: un cambio profundo, que ya no tiene retorno. Y de abrir los ojos para ver y sentir la educación de otro modo.

Hiciste tu tesis sobre los deberes en el mundo educativo actual. ¿Crees que este concepto, hacer deberes en casa, ha quedado desfasado?

Hacer la tesis doctoral sobre una práctica escolar tan concreta como son los deberes me permitió darme cuenta de que, como tantas otras prácticas, no son buenos o malos por sí mismos: lo que se debe hacer es cuestionarse qué propósito o sentido tienen, cómo se adaptan a las realidades diversas del alumnado y el contexto, y qué impacto real tienen en su bienestar y aprendizaje.

Creo que lo que ha quedado desfasado es una visión mecánica, homogénea y descontextualizada de los deberes. En un modelo educativo que apuesta por el aprendizaje competencial y significativo, las tareas fuera del aula deben tener sentido, deben conectar con la experiencia del alumno y deben promover su autonomía, su creatividad y su interés.

Más que «hacer deberes» –expresión, por lo tanto, con carácter de obligatoriedad–, deberíamos hablar de seguir aprendiendo desde casa, desde la vida, desde la propia curiosidad. Y esto solo es posible si repensamos profundamente el rol de la escuela y del profesorado, la función de las metodologías y las actividades de enseñanza y aprendizaje, y el valor del tiempo personal y familiar de los niños.

Revalorizar la profesión docente es urgente si queremos transformar la educación de manera profunda

El trabajo de docente, sea en primaria o en secundaria, no tiene mucho prestigio en nuestro país. ¿Qué habría que hacer para aumentar la relevancia de esta profesión?

Revalorizar la profesión docente es una cuestión clave y urgente si queremos transformar la educación de manera profunda y sostenible. Pero esto no se puede hacer con discursos distanciados de la realidad educativa: hay que hacer acciones concretas, políticas valientes (sostenidas en el tiempo y no vinculadas a intereses políticos) y una redefinición estructural del rol docente, en sintonía con los retos actuales y futuros del sistema educativo.

Por un lado, es necesario un reconocimiento real –y no solo simbólico– del papel esencial que tiene el profesorado en el desarrollo personal, social y emocional de los niños y jóvenes. Esto implica mejorar las condiciones laborales, asegurar tiempos para la reflexión y la formación continua, y crear espacios para la innovación, la cocreación pedagógica y la práctica reflexiva. Pero también requiere actualizar el relato social: tenemos que explicar en voz alta y clara que educar no es solo enseñar contenidos, sino acompañar procesos vitales, construir vínculos, despertar preguntas, abrir horizontes, hacer crecer el potencial de cada persona y ayudarla a encontrar sentido en el mundo que habita.

Por otro lado, hay que revisar profundamente cuál es –y cuál debería ser– la función docente en un mundo donde el conocimiento ya no se encuentra solo en el aula. Ya hay iniciativas pioneras que nos muestran hacia dónde tenemos que ir: hacia un modelo en que el docente deje de ser un mero transmisor de información para convertirse en un mentor, un diseñador de experiencias de aprendizaje, un acompañante del desarrollo integral del alumnado.

Esto implica formación, apoyo y visión compartida, pero también un cambio cultural: entender que personalizar el aprendizaje, hacerlo más flexible, más activo y más conectado con la vida, no es una utopía, sino una necesidad. Y que esto solo será posible si invertimos en el bienestar y el empoderamiento de los equipos docentes. Pero también si dejamos atrás discursos que ningunean la profesión docente y empezamos a hablar de los docentes como agentes de cambio, como personas clave para construir una sociedad más justa y más consciente.

Por todo esto, creo firmemente que, si queremos dignificar y prestigiar la tarea docente, debemos ponerla en el centro del debate educativo, político y social. Y hacerlo con recursos, con confianza y con altísimas expectativas. Porque una sociedad que no cuida a sus maestros y sus maestras difícilmente podrá cuidar su futuro.

 

A veces parece que el mundo educativo esté un poco desconectado del mundo actual, en cuanto a innovación tecnológica y a otros conocimientos… ¿Cuáles son los principales retos en el mundo de la educación actual?

Hay mucha energía y muchas experiencias innovadoras que nos muestran que el cambio es posible. Con el conocimiento de prácticas y agentes educativos de todo el mundo, lo que evidenciamos es muy esperanzador, a pesar de que conviven a veces estructuras rígidas, con procesos lentos y con una cultura de la urgencia que dificulta la reflexión y el cambio sostenido.

Pienso que el gran reto es pasar de la innovación puntual a una transformación sistémica. Es necesaria una política educativa valiente, que entienda que innovar no es solo añadir recursos digitales, sino transformar maneras de pensar, de relacionarnos y de vivir la educación.

También es urgente recuperar sentido: preguntarnos por qué educamos, para qué, para quién y desde dónde. Para ello se necesita una comunidad educativa fuerte, dialogante y dispuesta a construir colectivamente.

 

Y para finalizar, ¿cómo es tu día a día como docente e investigadora? ¿Cuáles son tus hábitos y tus aficiones para desconectar del trabajo?

Mi día a día es intenso y muy variado. No hay semana o día que siga el mismo patrón, ¡y esto me encanta! Tengo la suerte de combinar docencia, investigación y liderazgo de proyectos, y esto hace que cada jornada sea diferente. Algunas horas estoy reunida con equipos de trabajo; otras, idealizando, creando, leyendo artículos; otras, escribiendo, preparando formaciones, visitando escuelas…

Para desconectar –o quizás tendría que decir para reconectar–, necesito el silencio y la naturaleza. Playa o montaña. Me apasiona salir a correr cada día mientras veo cómo sale el sol, ¡es fantástico! Me permite poner perspectiva y conectar(me). También encuentro refugio en la lectura, la fotografía y la música, y especialmente en los espacios compartidos en familia, que me arraiga y me equilibra.

Intento recordar todos los días que no se puede cuidar si no te cuidas, y que no se puede educar desde la prisa ni desde la desconexión de ti misma. Porque quien educa también tiene que permitirse ser educado. Y este aprendizaje, profundo y vital, no se acaba nunca.

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