El discurso de las tendencias educativas
30 enero, 2025Empezamos un nuevo año, y diferentes expertos y medios de comunicación nos hablan de las tendencias educativas del futuro. El lenguaje hiperbólico de los comunicadores más entusiastas utiliza expresiones como “transformación radical”, “innovación disruptiva” o “cambio paradigmático” para referirse a la “revolución educativa” en curso. Obviamente, no necesitan apoyar esas expresiones con evidencias científicas rigurosas. Conocemos muy bien la retórica pedagógica que anuncia los futuros de la educación. Tampoco les oiremos hablar de la reducción de horas lectivas de las asignaturas de ciencias ni del arrinconamiento continuado de las materias humanísticas. Lo importante es situarse en la vanguardia de lo que está por venir, unas predicciones marcadas sobre todo por la tecnología. El uso de la inteligencia artificial, la realidad aumentada o las hiperaulas se presentan entonces como soluciones milagrosas que transformarán la educación de forma inmediata y definitiva, dando por hecho que cualquier innovación en este terreno es intrínsecamente positiva. Lo relevante es que, en educación, se innove, y no hay innovación que, hoy, no pase por el fetichismo tecnológico.
Sin duda, este discurso está profundamente marcado por la búsqueda de la eficiencia. Los expertos con capacidad prescriptiva defienden la necesidad de “construir un sistema educativo más efectivo en el contexto de cambio del modelo productivo”, poniendo el énfasis en la empleabilidad para adaptarse a un “entorno socioeconómico global”, el único sentido posible que se otorga hoy a la formación a lo largo de la vida, que nada tiene que ver con la Bildung del romanticismo ilustrado alemán. Por el contrario, se sustituye este concepto humanístico por el negocio de las microcredenciales, uno de esos términos que hace circular la burocracia de Bruselas para fomentar la competencia en el mercado educativo global. En cualquier caso, es necesario invadir el discurso pedagógico con metáforas empresariales que, además, tienen la capacidad de adecuarse a los perfiles diferenciados de la audiencia. Si quien anuncia las nuevas tendencias educativas es un poco melifluo y espera que algún día le inviten en una TED Talk, hablará de los alumnos como unos “talentos a desarrollar”. Los más pragmáticos, que no pierden el tiempo con eufemismos, se referirán a ellos como “recursos humanos en construcción”, dejando claro que la educación es sobre todo una inversión destinada a producir capital humano.
Lo importante de todos estos anuncios a propósito de las tendencias educativas globales es crear una narrativa de urgencia mediante apelaciones de carácter emocional y moral para despertar un fuerte sentimiento de culpabilidad. Hay que adaptarse a la pedagogía del futuro “antes que sea demasiado tarde”, no solo para evitar quedar relegados en la cola de la carrera global, sino para no perjudicar el futuro de las nuevas generaciones. Se trata de hacer sentir en falta tanto a los profesionales de la educación como a las familias. Las más obedientes y temerosas, es decir, las que formamos parte de la clase media decadente con aspiraciones, hemos estado ejerciendo una enorme presión sobre el sistema educativo para que adopte todas estas novedades, hasta que hemos empezado a ver sus resultados. Mientras tanto, no hemos dejado de planificar la educación de nuestros hijos como una inversión estratégica de reproducción social: idiomas, programación, inteligencia emocional, experiencias. Cuando llegue el momento en el que deban insertarse en el mercado de trabajo, esta inversión dará sus frutos al maximizar el rendimiento individual de nuestros hijos e hijas en términos de productividad, que es lo que el país necesita, aunque acaben sirviendo cafés y vermuts en las terrazas de los bares donde se hacen las selfies los expats y el turismo internacional.
El discurso de las nuevas tendencias educativas está estrechamente vinculado con la narrativa superyoica de la superación personal, ahora perfectamente estimulada por la machine learning del capitalismo digital. Se trata de que “cada alumno pueda desarrollar su potencial” en un contexto en el que la IA nos proporcionará el algoritmo que lo hará posible. Entretanto, nos entretendremos hablando de la educación emocional en la escuela y continuaremos glorificando conceptos como la “resiliencia” o cualquiera de los neuromitos divulgados por la ciencia ficción, desvinculándolos de las condiciones materiales o sociales en las que se encuentra el alumnado. Las nuevas tendencias educativas no pueden distraerse con ello.
Cada día da más pereza escuchar y leer estos discursos. En el ámbito de las ciencias de la educación, se han convertido en un auténtico catecismo. Pero es interesante escuchar lo que nos dice esta pereza. De un modo u otro nos indica que no está todo perdido. La pereza, en el contexto actual, es una forma de resistencia porque interrumpe la lógica del rendimiento que hay detrás de toda esta narrativa que tanto interés tiene en promover nuestros talentos. Las nuevas tendencias educativas tienen el buen propósito de favorecer el potencial de cada alumno. No cabe duda de que suena muy bien y, sin embargo, se topa con un resto inasimilable que adopta la forma de un gesto displicente, la pereza de seguir alimentando una maquinaria que convierte la educación en un producto más del mercado. No es desidia ni conformismo; es el síntoma del escepticismo, una intuición que nos recuerda que el verdadero sentido de la educación no nos lo proporcionará el algoritmo, sino la capacidad de reconocernos en la complejidad humana y social, más allá de la instrumentalización tecnológica y mercantil de nuestras vidas.