La ciudad y las clases sociales | Revolución urbana y derechos ciudadanos. Conclusiones. (Parte 1)

7 noviembre, 2013

Revolución urbana y derechos ciudadanos. Conclusiones generales. (I)

Esta es una serie de artículos en los que Jordi Borja aborda las conclusiones generales de su libro Revolución urbana y derechos ciudadanos, Alianza Editorial, 2013.

1.  La ciudad y las clases sociales.

Los actuales territorios metropolitanos cuestionan nuestra idea de ciudad: son vastos territorios de  urbanización discontinua, fragmentada en unos casos, difusa en otros, sin límites precisos, con escasos referentes físicos y simbólicos que marquen el territorio, de espacios públicos pobres y sometidos a potentes dinámicas privatizadoras, caracterizada por la segregación social y la especialización funcional a gran escala y por centralidades “gentrificadas” (clasistas) o “museificadas”, convertidas en parques temáticos o estratificadas por las ofertas de consumo.  Esta ciudad, o “no ciudad” (como diría Marc Augé) es a la vez expresión y reproducción de una sociedad a la vez heterogénea y compartimentada (o “guetizada”), es decir mal cohesionada. Como se expone al inicio de este trabajo las promesas que conlleva la revolución urbana, la maximización de la  autonomía individual especialmente, está solamente al alcance de una minoría. La multiplicación de las ofertas de trabajo, residencia, cultura, formación, ocio, etc., requieren un relativo alto nivel de ingresos y de información así como disponer de un efectivo derecho a la movilidad y a la inserción en redes telemáticas. Las relaciones sociales para una minoría se extienden y son menos dependientes del trabajo y de la residencia, pero para una mayoría se han empobrecido, debido a la precarización del trabajo y el tiempo gastado en la movilidad cotidiana.

Esta nueva sociedad urbana nos aparece, a diferencia de la sociedad industrial clásica de los siglos XIX y gran parte del XX, poco estructurada en grandes grupos sociales. Se describe usualmente como una sociedad individualizada,  muy segmentada en grupos diversos, en unos casos por sus ingresos, en otros por su edad o origen (inmigrantes), o por su status socio-económico o su relación con en el trabajo (asalariado, autónomo, desocupado, propietario, directivo), incluso por su nivel cultural o por su posición en el territorio (integrados o más o menos excluidos). Pero se perciben sus fracturas,  entre los que temen perder sus rentas de posición, mediocres privilegios y seguridades vulnerables (como se demuestra actualmente) y los que viven en precario, en sus trabajos y en sus derechos, sin otro horizonte vital que el de la incertidumbre, sin otra certeza que la de no poder alcanzar el nivel de sus expectativas ni de sus necesidades. 

Es una sociedad que necesita del Estado del bienestar, pero precisamente éste no llega, o no lo suficiente, a los que más lo necesitan. El  discurso, se supone bienintencionado, que considera el Estado del bienestar como “nuestro Estado de derecho”  olvida que este programa no garantiza el “bienestar”, por insuficiente o inadaptado a las necesidades de hoy a gran parte de los que más lo necesitan: los mileuristas y los desocupados, los jóvenes que no pueden acceder a la vivienda y los inmigrantes sin derechos reconocidos, los  fracasados de la escuela y los excluidos por la fractura  o digital. Y la cada vez mayor fractura territorial que sufren  los que viven en el círculo vicioso de la marginación, en urbanizaciones periféricas o en barrios degradados, lejos de todo y demasiado cerca de los que viven la misma situación o peor que ellos.

En estos espacios urbanos y en estas sociedades atomizadas la democracia pierde sentido y la ciudad tiende a disolverse. Las fuerzas políticas progresistas, democráticas o denominadas de izquierda han podido desarrollar una gestión en los ámbitos locales o regionales asistencial, relativamente redistributiva, mediante programas de equipamientos y espacios públicos y de políticas sociales y culturales. Unas políticas más reproductoras que transformadoras (más de lo mismo). Pero han asumido el discurso capitalista y en muchos casos en su versión especulativa. El discurso de la ciudad “competitiva”, la concepción de los grandes proyectos urbanos y de las operaciones de renovación de zonas enteras de la ciudad ha ido unido a las omisiones escandalosas de falta de política de suelo y de vivienda en el tejido urbano compacto y de un gobierno metropolitano democrático que pudiera hacer políticas redistributivas e integradoras efectivas.

Las fuerzas políticas teóricamente representativas de las clases populares, o si prefieren las que sufren procesos discriminatorios y déficit de ciudadanía, has substituido el arraigo social por la instalación institucional. La disolución de la acción política ha sido en consecuencia acompañada por la disolución de su discurso. Si hay crisis de la ciudad (riesgo de degeneración y oportunidad de re-creación a una escala mayor), la izquierda debiera proponernos en el presente un proyecto de ciudad futura. Pero, sea desde los gobiernos o desde la oposición, no es capaz de proponernos políticas de resistencia y alternativa a los efectos perversos de la globalización que se manifiestan tanto en los procesos de gentrificación y de especialización en las áreas centrales como en los territorios periféricos donde se está desarrollando la ciudad futura, los vastos espacios urbanizados lacónicos, desprovistos de sentido y sin calidad de ciudad. Al  contrario, mediante políticas sectoriales y cortoplacistas acaba sometiéndose a la lógica segregadora y excluyente del mercado y contribuye en muchos casos a la disolución de lo ciudadano. A lo que gobernantes (derechas e izquierdas confundidas) y grandes empresas añaden en nombre de la competitividad y del marketing urbano la ostentación arquitectónica, el neomonumentalismo de exportación, que banalizan la ciudad y alienan a los ciudadanos, puesto que en muchos casos esta arquitectura de autor parece destinada a provocar sentimientos de expropiación en vez de la identificación o la emoción integradoras. El sentimiento de desposesión es hoy perceptible en las ciudades metropolitanas. La alienación y la explotación urbanas ya anunciada por joven Engels (en La situación de la clase trabajadora en Inglaterra) en 1844-45 se reproduce hoy a una escala mayor. 

La complicidad de los políticos, y nos referimos especialmente a la izquierda institucional, se debe a su debilidad política frente a los actores económicos y sus representantes políticos y en ciertos casos  a la debilidad humana ante las tentaciones lucrativas. Pero también, y sobre todo, a la debilidad intelectual, el haber olvidado el análisis de clase de la sociedad, el desconocer las nuevas contradicciones del desarrollo urbano promovidas por el capitalismo financiero especulativo global, la incapacidad para aislar el bloque “cementero” local o nacional y en cambio el facilitar las expectativas de las clases populares de participar en las migajas del festín de la  burbuja inmobiliaria. Una debilidad culposa pues expertos reconocidos lo habían analizado y habían previsto el fin de la burbuja (por ejemplo J.M. Naredo [1] o el Observatorio Metropolitano de Madrid). Parece obligado referirse, aunque sea de forma muy sintética, a la ciudad y a las regiones metropolitanas, como una realidad contradictoria en la que se dan procesos de acumulación de capital y de explotación  y de alienación (o desposesión) social  y también de resistencias y reivindicaciones  populares.

[1] Los autores citados, Augé, Engels y Naredo ya lo han sido anteriormente.

(Visited 218 times, 1 visits today)
Autor / Autora
Jordi Borja Sebastià
Profesor Emérito y Presidente del Comite Académico del Máster Universitario de Ciudad y Urbanismo de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC). Doctor en Geografía e Historia por la Universidad de Barcelona y Geógrafo urbanista por la Université de Paris-Sorbonne. Ha ocupado cargos directivos en el Ayuntamiento de Barcelona y participado en la elaboración de planes y proyectos de desarrollo urbano de varias ciudades europeas y latinoamericanas. Fue Presidente del Observatorio DESC (derechos económicos, sociales y culturales). Website
Comentarios
Deja un comentario