Barcelona a 25 años de 1992, reconquistar el Derecho a la Ciudad

10 julio, 2017

Hace 25 años Barcelona celebró unos Juegos Olímpicos vibrantes. Una oportunidad para una transformación urbanística sin precedentes. Para una rápida modernización urbana. Ciudades de todo el mundo se transforman a lo largo de décadas para obtener efectos visibles. Barcelona lo hizo en dos lustros.

Además de los factores agencia, del contexto barcelonés, catalán y español, la evolución de Barcelona en este último cuarto de siglo nos aporta luces sobre la evolución de la gobernanza urbana. Lo abordaremos brevemente en este artículo.

Hace 25 años el estado español se adentraba en la senda de la europeización, de la internacionalización, Barcelona una gris ciudad sometida durante el franquismo, convulsa en los primeros años de la democracia recuperada en 1977, escalaba hasta la primera división de ciudades europeas e internacionales. El muro de Berlín había caído 3 escasos años de los Juegos, e Internet no era un medio masivo. No era una herramienta organizativa ni cotidiana determinante. ¿Podemos imaginar hoy la organización de un evento global sin Internet? ¿o la articulación de los movimientos sociales urbanos sin él?

Bajo el liderazgo visionario y proactivo (Brugué i Vallés, 2002 1) del alcalde Pasqual Maragall se hacía posible un programa socialdemócrata local. A cierto contrapié en Barcelona, mientras el neoliberalismo se extendía en occidente: se atraían capitales locales e internacionales para una transformación urbana con escaso parangón, se construían modernas infraestructuras urbanas de comunicación, telecomunicación, deportivas, hoteleras y a la vez, (con escaso tiempo y resultados eficaces; especialmente al fin de los Juegos -y con anterioridad a ellos-), se atendió los barrios para erradicar ‘la visión de periferia’; se monumentalizaba ‘la periferia’ y se higienizaba la Ciutat Vella, el casco antiguo -según la doctrina del ideólogo del urbanismo barcelonés Oriol Bohigas.

Maragall aglutinó una alianza de grupos sociales: burguesía urbana ilustrada, clase media profesional, clase trabajadora, y distintos y diversos distritos municipales; por medio de un discurso modernizador que repartía costes y beneficios entre grupos sociales y territorios de la ciudad. Los Juegos fueron unos Juegos de suma positiva (Botella, 1993 2).

Su visión municipalista, con los años, traspasarían los límites de los 10 distritos barceloneses- impulsados y concebidos bajo la dirección de Jordi Borja-, e impregnaron la presidencia de Maragall en el Comité de las Regiones y Ciudades de Europa; e influyeron en su etapa como presidente de la Generalitat de Catalunya (2003-2007) (Pradel, 2016 <3).

‘La ciudad tenía poder’, rezaba una rumba catalana convertida en himno oficioso. Y Barcelona se encumbraba en el Olimpo de la ciudades. El título de la rumba explicitaba la voluntad de una ciudad, de su gobierno, de una amplia alianza de actores sociales, políticos y económicos para llevar a cabo juntos, con el liderazgo político de la alcaldía, un proyecto de ciudad. En un tiempo de mayor homogeneidad social, de consensos interclasistas y de sociedad más cohesionada.

Los 90 y 2000 discurrieron con la necesidad que la ciudad no perdiera fuelle. El Fórum Universal de las Culturas de 2004 fue un invento adecuado y administrado con un liderazgo distinto, más gerencial, del alcalde Clos. La gobernanza multinivel con el estado fue más difícil, con un gobierno conservador desde 1996, que pretendía desarrollar una nueva visión más centralizadora del estado, con una apuesta implícita de desarrollo radial de las infraestructuras desde la capital española.

En la escena internacional, el 11-S de 2001 con el atentado de las Torres Gemelas en Nueva York, originaba un mundo y una época, más urbana sí, pero más inestable, incierta, sembrada de extremismo y de mayor violencia. Por tanto, en paralelo a la aceleración de la mundialización, ciudad e incertidumbre de futuro, devenían conceptos asociados.

En la Unión Europea la irrupción del euro como moneda común supuso a medio plazo un golpe a las economías de las clases medias y trabajadoras del sur, un mazazo que se vislumbraría crudamente -después de la ilusión de los bajos tipos de interés y del auge del consumo- a partir de la crisis financiera de 2007. Nuevo cambio de época.

Hasta entonces, los bajos tipos de interés y el endeudamiento masivo habían fortalecido la sensación de opulencia e incrementado la especulación en el mercado inmobiliario. Y desde el año 2000, otro fenómeno de la globalización, los flujos migratorios, hacían acto de presencia en la ciudad.

En la capital catalana, la distancia entre sociedad y política había ido creciendo. A pesar del éxito internacional de la ciudad, la alcaldía, el gobierno local y la sociedad barcelonesa se habían distanciado. La sociedad de los consensos que había hecho realidad los “mejores Juegos Olímpìcos de la historia’ se iba poblando de heterogeneidad social, de disenso, de movimientos sociales activos y convulsos. Una realidad incubada lentamente que emergería con intensidad a partir de la crisis de 2007.

El sistema político local, estatal y europeo se mostró incapaz de administrar y gestionar una alternativa, o bien de frenar los impactos negativos de la globalización económica; incapaz de mantener las expectativas de unas clases medias urbanas que se empobrecían, y de una clase trabajadora víctima del aumento exponencial del paro.

A pesar de todo, la hacienda local barcelonesa atesoraba superàvit fiscal. Tras los Juegos, los hermanos Maragall habían dibujado una inversión municipal constante que no necesitaría, en exclusiva, ni fundamentalmente, de los capitales en los mercados internacionales para financiar el endeudamiento olímpico y las posteriores inversiones municipales. La inversión se financiaría con importantes tasas de ahorro corriente municipal, sostenidas en el tiempo de manera estratégica.

Se redujo la plantilla del personal municipal, se prestigió el sector público local y éste ganó en eficiencia y eficacia. Algunas de estas reformas presupuestarias y del sector público barcelonés serían contemporáneas a las reformas del estado de bienestar sueco en los años 90s, y se anticiparon a las reformas sociales en la Alemania regida por el canciller Schroeder (Xurigué, 2015 5).

La Barcelona de los alcaldes Hereu y Trias, hasta la victoria electoral de Ada Colau en mayo de 2015, siguió el patrón básico trazado tras los Juegos. En este sentido, el mantenimiento de acuerdos y consensos políticos básicos y estratégicos, sostenidos en el tiempo, fue otro aprendizaje de éxito local: de un gobierno local referente, con tradición y voluntad de autonomía local y autogobierno, con separación de las esferas gerencial y política, y con capacidad inversora autosostenida, entre otros aspectos. Los alcaldes y equipos citados se apuntaron a consolidar la fortaleza de los congresos, de los negocios, de la Smart City. Barcelona se convertiría en la Capital Mundial de las Industrias de la Tecnología Móvil (Mobile World Congress). Un evento global tecnológico.

No obstante, los cambios estructurales se asentaban, y la crisis de 2007, introdujo el cambio de paradigma. En el modo de gobernar, el sistema gerencial agotaba su recorrido. Los ciudadanos ya no eran usuarios, ni clientes pasivos. La impotencia del gobierno local, por descontado, y de los estados para mantenir el nivel de vida de la población ante la virulenta crisis bancaria, resuelta socializando las pérdidas, con un un reparto no equitativo de las cargas fiscales y de los recortes en el gasto público, pasaron factura a los partidos políticos que habían administrado los años de bonanza, sin preveer un guión alternativo.

Los movimientos sociales urbanos, ante la crisis de la vivienda y el incremento de los desahuicios, auparon a Ada Colau, líder de la PAH (Plataforma contra los desahucios) a la alcaldía de Barcelona, a través de un nuevo movimiento político gestado ‘de abajo a arriba’. En Madrid, Valencia, Zaragoza, A Coruña, Badalona también sucederían episodios similares.

Con un nuevo relato –al que se denominó ‘nueva política’- en oposición a los viejos partidos de la modernización contemporánea de Barcelona, Colau ganó las elecciones de mayo de 2015 con un discurso popular: para reconquistar el derecho a la vivienda, al empleo, a la ciudad, en una urbe asediada por un desarrollo turístico no sostenible que, no repartía con suficiencia y/o eficacia sus beneficios, y que agudiza la gentrificación. El desarrollo turístico masivo es un impacto económico negativo de la mundialización que hace sentir vulnerable a la población local, en su estilo de vida, en la vida de los barrios.

De un liderazgo proactivo, visionario y ‘desde arriba’ de Pasqual Maragall, (Brugué, Vallés, 2002), 25 años después se dejaba paso a un liderazgo innovador, ‘de abajo arriba’, de retórica reactiva primero, de liderazgo transformador después, igualmente capaz de aglutinar a distintos sectores sociales, en una sociedad más heterogénea:

Barcelona ahora no renuncia a su Mobile World Congress, pero le da una mirada de igualdad de género y trata de socializar la tecnología; Barcelona no renuncia a sus terrazas, a su turismo, a su icono global la Sagrada Família, pero trata de regularlas, de establecer límites al desarrollo turístico; de establecer nuevas pautas de gobernanza en los espacios públicos, de controlar y regular los flujos de turistas a su templo emblemático.

Ante el impulso formal e institucionalizado a la participación ciudadana de los últimos años, desde mayo de 2015, el Ayuntamiento trata de impulsar la participación ciudadana mediante la innovación social: con plataformas digitales como Decidim Barcelona, evolucionada de la ‘Madrid Decide’; buscando la coproducción de políticas públicas; estableciendo ante la ciudad global y mercantilizadora -que asoma después del éxito olímpico- una visión de la ciudad de lo procomún, de los bienes públicos, donde el aire, el agua, la energía, la convivencia, el desarrollo socioeconómico y territorial, los flujos turísticos y de riqueza, y la ciudadanía son la ciudad; son materia de la gobernanza colaborativa entre sociedad, sector privado y nuevas economías; entre el gobierno local y la red de gobernanza multinivel (Subirats, 2016 5).

El reto actual, en un mundo más urbano, es recuperar la ciudad, su poder, desde y para la ciudadanía. Para conquistar una sociedad humana de derechos y oportunidades, para vivir mejor.

Josep Xurigué (@josepxurigue)


Notas

[1] Brugué, Q. i Vallès, J.M., (2002). “Nuevos Ayuntamientos, Concejales Diferentes. Del Gobierno de las Instituciones al Gobierno de las Redes”, Revista Española de Ciencia Política, nº 7, pp. 9-38.
[2] Botella, J., (1993). ”Els Jocs Polítics. Actors i estratègies entorn dels Jocs Olímpics de Barcelona 1992” WP no 42, Barcelona: Centre d’Estudis Olímpics i de l’Esport, (UAB).
[3] Pradel, M. (2016). Catalunya, xarxa de ciutats. El municipalisme de Pasqual Maragall i la seva influència en la governaça de Catalunya. Barcelona: Llegat Pasqual Maragall. Generalitat de Catalunya. Ajuntament de Barcelona.
[4] Xurigué, J. (2015). “Estratègies i resultats en el desenvolupament territorial de Barcelona 1990-2010”. Un estudi de les polítiques de màrqueting territorial, i dels seus costos i beneficis, entre grups socials i districtes.” Tesi doctoral. Barcelona: Departament de Ciència Política i Dret Públic (UAB). http://www.tdx.cat/handle/10803/310594
[5] Subirats, J. (2016). El poder de lo próximo. Las virtudes del municipalismo. Barcelona: Catarata.

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Autor / Autora
Profesor colaborador en la asignatura Gobierno local e innovación del MásterUniversitario de Ciudad y urbanismo de la UOC.
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