Utopismos ecológicos. Entrevista a Nerea Morán

8 de mayo de 2023

El pasado marzo se celebró en La Casa Encendida un ciclo llamado “Ecotopías”, un espacio que, mediante conferencias, proyecciones y talleres, nos invitó a alentar nuevas narrativas esperanzadoras sobre la crisis socioambiental, narrativas que hagan que sean creíbles los cambios necesarios y que nos impulsen hacia la acción colectiva. En los últimos años han proliferado discursos distópicos que preveen y crean realidades futuras adversas marcadas por el desastre climático, el desarrollo tecnológico y la crisis política. Ante esto, el ciclo proponía modelar sueños compartidos coordinando el impulso utópico con la realidad del diagnóstico climático y poner en marcha una creatividad que pueda guiarnos en la transición ecosocial.

Hemos tenido la ocasión de entrevistar a Nerea Morán, quien participó en el ciclo en la actividad “Sitopías” con Carolyne Steel, un encuentro para dialogar sobre alimentación y utopías. Esta palabra, inventada por la británica y que titula el libro escrito por ella, significa “lugar de la comida” y la creó para dar nombre a la centralidad de la comida en la manera en la que se forman y funcionan las ciudades. Nerea Morán es coautora del libro “Ciudades hambrientas” de Carolyn Steel, arquitecta, profesora de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid ESTAM y autora de libros como ‘Raices en el asfalto. Pasado, presente y futuro de la agricultura urbana‘ o ‘Ciudades en movimiento. Avances y contradicciones en las políticas municipalistas desde la óptica de las transiciones ecosociales‘.

Fotografía: Laura Escobar

Ecotopías está centrado en “utopismos ecológicos” y en la importancia del ejercicio imaginativo en la búsqueda de nuevas realidades. Teniendo en cuenta las cifras con las que nos encontramos constantemente en redes sociales y en los medios de comunicación, ¿de qué manera podemos crear nuevas narrativas que huyan de la tendencia distópica? ¿Cómo lidiar con la incertidumbre? 

Lo que podríamos y deberíamos hacer, incluso para reflexionar sobre nuestra vida en el presente, es pensar realmente cómo nos gustaría vivir, qué necesitamos para vivir de una manera mínimamente feliz y digna. Pensar en cuáles son esas necesidades básicas y cómo nos gustaría solucionarlas o cumplirlas y de qué manera esas necesidades se podrían resolver en un contexto de gran escasez de recursos; pensando siempre desde el apoyo mutuo, la distribución, la redistribución de los recursos y el poder tener un espacio de vida digna para toda la humanidad. Esto sería un poco lo que plantean propuestas como el Donut de Kate Raworth o que se plantea también desde el ecofeminismo con Yayo Herrero.

Para lidiar con la incertidumbre, yo apuntaría que es importante sentirnos parte de una comunidad con la que compartir estos objetivos comunes, en la que poder comenzar a trabajar por ellos. Esto nos puede ayudar a centrarnos en lo que realmente podemos hacer aquí y ahora, teniendo una meta de futuro que probablemente no lleguemos a ver muchas de las personas, pero entendiendo que son procesos y que trabajamos por un bien común (aunque es evidente que la ansiedad climática está aquí y que a veces no vamos a poder evitarlo). Yo creo que muchas veces es contraproducente el uso de los discursos muy negativos o acusadores hacia el modo de vida de otras personas.

En los últimos tiempos han aparecido series y películas de ficción sobre colapsos ecológicos y futuros hipertecnológicos, con smart cities y huertos verticales, entre otras cosas. En muchas narrativas vemos cómo colapsan las grandes urbes. ¿Cómo podemos pensar sobre esta crisis en el contexto urbano? ¿Cómo pensamos sobre las alternativas? ¿De qué forma se relaciona esto con el utopismo?  

Obviamente los entornos urbanos van a requerir una gran reorganización. Si pensamos en cómo consumen sus habitantes, cómo se desplazan, dónde trabajan, qué tipo de cosas hacen, cuál es su contacto con la naturaleza… las ciudades van a necesitar decrecer, van a necesitar volver a la proximidad de las relaciones, de las actividades, y van a necesitar volver a relacionarse también con el territorio más próximo, volver a integrarse en ese territorio. Desde una lógica ecológica, valga la redundancia, van a necesitar cerrar ciclos en proximidad, volver a tejer lazos con esos ambientes próximos y adaptarse también a lo que esos contextos territoriales nos ofrecen en términos de clima, de recursos, etc. Para pensar las alternativas, diría que pensemos nuevamente sobre las necesidades humanas, sobre qué nos aporta la ciudad de bueno y qué nos ha aportado a lo largo de la historia. Porque en la ciudad encontramos una masa crítica de personas con las que podemos ensayar alternativas, encontramos una densidad de instituciones sociales y de equipamientos públicos…

Entonces, las ciudades también son espacios de oportunidad en los que ensayar nuevas formas de vida. ¿Cómo se relaciona con el utopismo? Ciudad y utopía están íntimamente relacionadas a lo largo de toda la historia urbana. Muchas veces el pensamiento utópico ha surgido como rechazo de lo existente y de los modos de vida existentes que se materializan en la vida urbana. Si pensamos en el siglo XIX, en la aparición y el crecimiento de la ciudad industrial y cómo de negativa era para las personas que habitaban en ella, en términos de salud, de hacinamiento, de falta de higiene y de condiciones de trabajo, hay una respuesta utópica como las propuestas de William Morris. Incluso hay personas y comunidades que se van de la ciudad y que intentan hacer realidad propuestas, como el Falansterio, en distintos emplazamientos. También la misma Ciudad Jardín de Ebnezel Howard era una propuesta utópica, pero con una orientación muy pragmática y muy de hacerse realidad. En origen era un modelo de ciudad completamente distinto, un modelo de ciudad que se apoyaba en la tecnología para conectarse, pero que buscaba el tamaño preciso para ser autosuficiente, que cerraba sus ciclos en proximidad, que tenía su economía arraigada en el territorio, que tenía unos planteamientos de economía social y de cooperativismo. A lo largo de toda la historia urbana y la más reciente, a partir del siglo XIX al siglo XX, arquitectos y urbanistas han planteado alternativas, han planteado imágenes, han planteado ciudades alternativas. Si pensamos en el período de entreguerras, están los expresionistas alemanes como Bruno Taut que plantean la necesidad de que una profesión esté al servicio de la sociedad. O si pensamos en momentos posteriores en los años 60 con esas imágenes de ciudades futuristas como las de Archie Graham, sumamente tecnológicas. En cada época con sus retos y con sus posibilidades, ha habido un pensamiento urbanístico de futuro tremendamente utópico. Aunque ahora obviamente tendríamos que adaptarnos a cuáles son nuestros retos, nuestros problemas y nuestras posibilidades.

Carolyn Steel dice que las ciudades son lo que comen. La transición ecosocial necesitará el cambio de varias piezas de nuestras sociedades, entre ellas, la alimentación. ¿Cuál es la relación entre alimentación y ciudad en este contexto? ¿Qué cambios se están dando?

La alimentación es tremendamente transversal, es algo que tenemos presente en nuestra vida a diario, que define nuestras culturas, nuestras formas de relacionarnos. Si pensamos en todo el ciclo alimentario, desde dónde se cultivan los alimentos y cómo, cómo se distribuyen, cómo llegan hasta nosotros, dónde y con quiénes los consumimos, quiénes y por qué no pueden acceder a una dieta suficiente, qué partes de los alimentos desperdiciamos en el camino, cómo gestionamos los residuos… si pensamos en el ciclo alimentario, en cada uno de los eslabones de esa cadena agroalimentaria, cada una de estas fases tiene una dimensión territorial evidente, tiene un soporte territorial, tiene un suelo del que dependen unos edificios, unas infraestructuras. Y esto lo podemos transformar, podemos rehacer los entornos urbanos y también podemos revitalizar sus vínculos con los espacios rurales de de proximidad, de manera que hagamos que ese ciclo alimentario sea más sostenible: porque se cultiva de otra manera, porque se cultiva en proximidad, porque los alimentos no tienen que viajar tanto, que nuestras compras reviertan directamente en las personas que producen esos alimentos, que tengamos unos entornos urbanos sanos que nos acompañen o que nos faciliten unas opciones de compra y de alimentación más saludables, que tengamos también donde poder juntarnos con otras personas para compartir esos momentos, como está muy presente en nuestra cultura de comensalidad.

Algunos cambios ya se están dando: los circuitos cortos de comercialización se van experimentando de diversas maneras desde hace muchos años, desde los pequeños grupos de consumo, las cooperativas integrales, los supermercados cooperativos más recientemente, también un resurgir o una continuidad en esos proyectos de producción y de transformación alimentaria con criterios agroecológicos. También la compra de las instituciones públicas está introduciendo criterios de sostenibilidad en lo que tiene que ver con la alimentación. Esto supone también un cambio radical frente a optar por la oferta más barata. El poder considerar otros criterios como la sostenibilidad es un camino importante. Deberían seguir realizándose, deberíamos seguir por estos caminos y para eso yo creo que el apoyo de las administraciones públicas e intervención pública es fundamental para poder realizar cambios ambiciosos y para extender y visibilizar esos criterios de salud, de sostenibilidad, de justicia social, también a la hora de alimentarnos. Con la precaución de que siempre tiene que haber un equilibrio entre las posibilidades de producción y la demanda. Si de repente toda la compra pública demanda criterios de sostenibilidad puede que no haya una capacidad para para responder a esto en un periodo corto de tiempo. Por lo tanto hay que realizar estrategias conjuntas, hay que apoyar a una producción agroecológica a la vez que se fomenta el aumento del consumo. Desde el 2015 que se firmó el pacto de Milán de políticas públicas alimentarias hay un montón de referencias en distintas ciudades de programas de políticas de proyectos en los que se ha intentado trabajar y avanzar en este sentido.

Siempre solemos entender lo agrícola en el contexto rural. ¿Es posible una ciudad sostenible? ¿Una ciudad agroecológica?

Una ciudad agroecológica es posible, pero una ciudad agroecológica es aquella que visibiliza y aproxima las cuestiones alimentarias a la población. Esto no quiere decir que sea una ciudad autosuficiente o una ciudad que cultive todos los alimentos que que consume. Yo creo que esto es muy importante y que una de las condiciones de la ciudad agroecológica es que establece esos lazos de proximidad y esas alianzas con los entornos periurbanos y rurales de los que se alimenta o puede intentar alimentarse en unos umbrales altos. No buscando esa autosuficiencia cerrada, sino viendo cómo puede localizar al máximo la la producción, cómo puede adaptar su dieta a las posibilidades de producción local, pero manteniendo obviamente los intercambios con espacios más lejanos. Eso ya sería un un cambio radical de cómo se alimentan actualmente, sobre todo las las ciudades más grandes, que dependen de espacios muy lejanos y que se alimentan con lo que llamamos alimentos kilométricos.

En una ciudad agroecológica tendríamos que que pensar en qué funciones podrían cumplir la producción de alimentos, dentro de la ciudad o en su entorno más próximo, que serán muchas veces funciones sociales, educativas funciones de visibilización, funciones de educación ambiental, también de capacitación y de formación profesional, espacios experimentales vinculados quizás a universidades o a centros de de investigación. La agricultura urbana iría de la mano de la renaturalización urbana. Si pensamos cómo configurar o cómo organizar, cómo regular los espacios donde se venden alimentos, donde se consumen dentro de equipamientos públicos, qué papel puede jugar también la la alimentación, todo eso tendría que ver con la ciudad agroecológica.

Háblanos un poco del proyecto Madrid Agroecológico y de la soberanía alimentaria. ¿Cuáles son los caminos que posibilitarán el decrecimiento? ¿Qué conocemos de este proceso? ¿Qué procesos están ya en marcha? 

Madrid agroecológico tiene ya casi 10 años de de andadura. En realidad, se alimenta de procesos previos, de movimientos previos que había en Madrid y de grupos y asociaciones que estaban funcionando. Es más una red o una plataforma que los puso en diálogo nuevamente y que intentó en su inicio hacer un diagnóstico compartido de cómo estaba la agroecología en Madrid, en el entorno regional de Madrid, y a partir de ahí elaborar unas propuestas. Madrid agroecológico surge también con una voluntad de diálogo con las instituciones. Yo creo que una de sus principales virtudes es que ha conseguido crear lazos entre entre movimientos sociales, movimientos de derecho a la alimentación, de soberanía alimentaria, movimientos más relacionados con los colegios públicos y los comedores escolares. Ha conseguido también crear lazos entre entre ciudad y campo, por ejemplo, las asambleas siempre se ha intentado que fueran rotativas y que fueran moviéndose por distintos municipios de la Comunidad de Madrid. Hay actividades como actualmente las labradas colectivas para que personas de distintos puntos vayan a echar una mano directamente a proyectos de producción.

Sobre todo está la labor de seguir pensando y seguir proyectando hacia el futuro, detectando necesidades para fortalecer al movimiento en sus distintos emplazamientos y para fortalecer también las redes y los intercambios entre ellos. Es parte del movimiento agroecológico a escala estatal e incluso global, porque en momentos puntuales como el día de la lucha campesina, también realiza sus actos y tiene sus sus espacios de encuentro y de intercambio con personas de distintas ciudades y de distintos territorios.

¿Qué papel puede tener el arte y la creatividad en todo esto? ¿Qué papel ha tenido? ¿Qué puede aportar?

Yo creo que que el arte y la creatividad pueden comunicar desde desde otro lenguaje que no es el puramente técnico o científico, que muchas veces desde los movimientos ecologistas agroecológicos, se intenta convencer con datos, con propuestas, con alternativas… Eso es fundamental y es necesario, tener un soporte riguroso desde el que plantear las propuestas y analizar la la realidad, pero también es necesario conectar con otras partes más afectivas o instintivas. Esto desde el arte se puede conseguir, generando imágenes, generando relatos fuertes y atractivos, deseables, de esos futuros posibles que pueden movilizar también a las personas desde otra parte que no la puramente intelectual.

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