Ciudadanos de ninguna parte

24 de enero de 2018
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If you believe you are a citizen of the world, you are a citizen of nowhere. You don’t understand what citizenship means.”
La primera ministra británica Theresa May pronunciaba esta tajante afirmación el pasado 2 de octubre, en el marco de la defensa que hace su gobierno de la salida del Reino Unido de la Unión Europea, conocida como brexit y ratificada por el referéndum del 23 de junio con un 51,9% de votos a favor (Bearak, 2006). El ajustado margen ha otorgado legitimidad a los promotores de un proceso que podría llevar a la ruptura del Reino Unido y que ya está marcando una política de corte proteccionista. Al afirmar que quien cree ser ciudadano del mundo, en realidad es ciudadano de ninguna parte, May ataca directamente un cosmopolitismo que se daba por supuesto en una sociedad globalizada. Si hoy en día vivimos pendientes de lo que ocurre en diferentes puntos del planeta, ya sea la guerra en Siria o las elecciones presidenciales en Estados Unidos; si consumimos y publicamos contenidos en Internet sin preocuparnos de dónde proceden o dónde se almacenan; si, los que vivimos en la Unión Europea, podemos desplazarnos de un país a otro sin pasaporte ni visados, ¿no somos acaso ciudadanos del mundo?

Patriotismo y cosmopolitismo

El brexit ha asestado un duro golpe al sueño de una Europa unida y sin fronteras, a la vez que ha reavivado un agresivo sentimiento patriótico entre muchos británicos. Si entendemos, como propone la filósofa Martha Nussbaum, que patriotismo y cosmopolitismo son ideas contrarias, no es extraño que May manifieste tal desprecio por quienes se consideran kosmou politês, como se definió Diógenes el cínico. El cosmopolita se siente parte de una comunidad formada por todos los habitantes del planeta, y por tanto no da una importancia primordial a las nacionalidades ni a los Estados, aunque no los niega. Esta postura tiende a encontrar la oposición de quienes se consideran patriotas. Observando las reacciones de los estadounidenses tras los ataques del 11 de Septiembre de 2001, Nussbaum (2002) afirma que el orgullo patriótico puede ser “moralmente peligroso” y fomentar el odio hacia quienes son vistos como extranjeros (p.4). Precisamente, esto empieza a producirse en el Reino Unido con el aumento de crímenes xenófobos, según denunciaba en septiembre la organización Human Rights Watch (Ward, 2016). Ante los peligros de un patriotismo excluyente, la filósofa sugiere aplicar los principios del cosmopolitismo en la enseñanza para formar a ciudadanos que sepan mirar más allá de los confines de su propio país.
La propuesta de Nussbaum fue contestada en su día por otros expertos que plantean diferentes perspectivas sobre el cosmopolitismo. La principal crítica al concepto de “ciudadano del mundo” se basa en la dificultad que supone para el individuo sentirse próximo a la humanidad en su conjunto, cuando lo que construye su propia identidad es la relación con sus círculos más próximos (familia, comunidad local, ciudad, región, país). En opinión del analista político Benjamin Barber, si uno olvida estas vinculaciones para abrazar el cosmopolitismo, corre el riesgo de “acabar en ningún sitio, sintiéndose extraño tanto en su propia casa como en el mundo” (Nussbaum, 2002, p.34). La historiadora Gertrude Himmelfarb adopta una postura más crítica al afirmar que los valores que el cosmopolita considera “universales”, tales como la justicia, el derecho o la razón, no son respetados (y ni siquiera considerados valores) por una gran parte de la humanidad, sino que son principalmente valores occidentales. En línea con lo expresado por Theresa May, indica que no es posible concebir la idea de ciudadanía sin un Estado, y por tanto no tiene sentido considerarse “ciudadano del mundo” ignorando las estructuras políticas de las naciones. Por último, y de forma diametralmente opuesta a Nussbaum, concluye que “el cosmopolitismo suena muy altruista, pero es una ilusión y, como todas las ilusiones, es peligroso” (Nussbaum, 2002, p.77). El sociólogo Immanuel Wallerstein equilibra ambas posturas al afirmar que debemos asumir que ocupamos lugares específicos en un mundo desigual, y por tanto es preciso combinar los propios intereses personales y locales con un sentimiento desinteresado hacia la comunidad global (Nussbaum, 2002, p.124). Las divergentes opiniones de los expertos ponen en contexto las palabras de la primera ministra británica en un momento en que el mundo está cada vez más conectado y, a la vez, cada vez más dividido.
Apenas dos meses antes del referéndum sobre el brexit, un informe de la consultora GlobeScan revelaba que más de la mitad de los habitantes de los países industrializados se consideran “ciudadanos del mundo” (GlobeScan, 2016).  Esta percepción, que se puede vincular a los efectos de la globalización, contrasta con el evidente “retorno de las fronteras”, tal como lo describe el geógrafo Michel Foucher (2016). Actualmente, según señala Foucher, los Estados están reafirmando sus fronteras, introduciendo de nuevo controles en zonas de libre tránsito (como el espacio Schengen en la UE) o erigiendo muros (como hacen Estados Unidos e Israel), ya sea en respuesta a las amenazas terroristas o a los flujos de inmigrantes y refugiados (p.14-17). A ello se suman las tensiones existentes por el trazado de determinadas fronteras, como son las que definieron los acuerdos de Sykes-Picot en 1916 y que, cien años más tarde, marcan la inestabilidad de Oriente Medio. Con todo, Foucher considera que este “retorno” de las fronteras es un hecho positivo, en cuanto “las fronteras son marcadores simbólicos que las naciones necesitan para definir un interior, a fin de interactuar con el exterior” (p.7). De forma similar a Barber y Himmelfarb, el geógrafo critica el “sin-fronterismo” que, en su opinión, pretende anular las fronteras y en definitiva hace que “el humanismo sirva de fachada a la liquidación de lo político en favor de lo económico” (p.10). Ciertamente, el ideal de la libre circulación de las personas se ha traducido en la libre circulación de los productos y la imparable expansión de las corporaciones. Las grandes ciudades se han convertido así en centros comerciales, en los que siempre encontramos las mismas tiendas.

Consumidores del mundo

En los aeropuertos internacionales, espacios de tránsito de un país a otro, no hay banderas que señalen los diferentes destinos: se impone la idea de un desplazamiento sin fronteras, entre ciudades que son nodos abiertos a una gran red global. La identidad nacional se concentra habitualmente en una tienda de souvenirs, en los que la bandera es una marca que se integra los diseños de cientos de productos dispares. Estos souvenirs son a menudo lo único que distingue un aeropuerto de otro, siendo el resto del espacio de la terminal el dominio de las multinacionales que marcan su territorio con locales y marcas claramente reconocibles. La identidad nacional da paso a las identidades corporativas. Los pasajeros son cosmopolitas en cuanto participan, como consumidores, de este mercado global. Hace casi un cuarto de siglo, Benjamin Barber (1992) criticaba esta globalización dominada por los intereses económicos, a la que definía como “McWorld”, un mercado común que requiere “un lenguaje común, moneda común, y produce comportamientos comunes.” La relativa estabilidad de los países industrializados (y la percepción cosmopolita de sus ciudadanos) se debe en gran parte a los imperativos de esta economía internacional. Con todo, la globalización económica también afecta a la propia identidad de los países: según señala el profesor en derecho internacional Richard Falk, los gobiernos se ven dominados por las presiones de las estructuras económicas regionales y globales (UE, NAFTA, G7, Organización Mundial del Comercio, Banco Mundial), lo cual lleva a la situación de “Estados neuróticos” en los que se contradicen las demandas de la sociedad y los dictados del mercado internacional (Nussbaum, 2002, p.56). A esta “globalización desde arriba”, indica Falk, se contrapone la “globalización desde abajo” de las organizaciones no-gubernamentales, a través de las cuales las personas ponen en práctica lo que se puede calificar como un “neocosmopolitismo” (Nussbaum, 2002, p.58). Las tecnologías de la información y la comunicación han hecho posible que estas dos globalizaciones se desarrollen más rápidamente y con una mayor efectividad.
Con todo, Internet no es simplemente un canal de comunicación global. No puede concebirse ya como un “ciberespacio” separado del “mundo real” y ajeno a las dinámicas de la política mundial, sino que participa directamente en ellas. Un ejemplo de ello es el hecho de que los elementos más fundamentales de su infraestructura, como hasta hace poco la Corporación de Internet para la Asignación de Nombres y Números (ICANN), tengan su sede en Estados Unidos y estén bajo la tutela del gobierno estadounidense, algo que gobiernos como el de la República Popular China han tratado de cambiar en reiteradas ocasiones. Según señala la investigadora y activista Rebecca MacKinnon (2012): “el espacio digital está resultando ser tan político como el espacio físico, con la complicación añadida de que la red no tiene fronteras y es global, lo que significa que la política de dominios digitales se libran de forma simultánea entre países y a través de muchas fronteras» (p.214). Precisamente, el gobierno de Beijing es uno de los que mantiene un mayor control sobre los contenidos que ven sus ciudadanos en Internet: los chinos no tienen acceso a las redes sociales occidentales y cuentan con proveedores nacionales, obviamente controlados por el Estado (Lovink, 2011,p.20). Pero no es sólo en China o Irán donde los ciudadanos ven filtrado su acceso a Internet, otros países practican diferentes niveles de censura y también se da de forma cada vez más acentuada una discriminación de los contenidos accesibles al usuario en función del país en que se encuentra, incluso en servicios de pago, a causa de los diferentes acuerdos de explotación comercial de dichos contenidos y las leyes de derechos de autor. La World Wide Web se convierte así, poco a poco, en un espacio menos global y más acotado a regiones geográficas.

Arte global

El mundo del arte contemporáneo participa de ese cosmopolitismo que Gertrude Himmelfarb ve como una ilusión en la medida en que las obras de arte se conciben como bienes culturales de la humanidad y forman parte de un discurso estético a nivel global. No obstante, la aparente globalización del mundo del arte también esconde una realidad marcada por el peso específico de algunos países occidentales en los que se concentran tanto el mercado como las instituciones que otorgan reconocimiento al trabajo de los artistas. Según afirma el sociólogo Alain Quemin, el mundo del arte se reparte entre Estados Unidos y Europa occidental (Lind y Velthuis, 2012, p.71), algo que se hace patente también en las listas de los artistas más reconocidos, la mayoría de los cuales han nacido o residen en Nueva York, Londres o Berlín. Quemin (2013) concluye que la globalización del mundo del arte no es sino un espejismo, puesto que el acceso a los más altos niveles de notoriedad está reservado a quienes viven en unos pocos países (p.397).  Los artistas, por tanto, se hallan en una situación similar a la de los “Estados neuróticos” en cuanto se ven identificados con su país de nacimiento (y eventualmente, apoyados por las instituciones públicas de dichos países) y a la vez deben vincularse a los espacios de mayor relieve en la escena artística internacional.
Auténticos cosmopolitas, Varvara Guljajeva y Mar Canet han desarrollado su trayectoria profesional en numerosos países, a través de residencias, exposiciones y talleres que les han llevado a trabajar en Austria, España, Holanda, Reino Unido, Bélgica, Brasil, Corea del Sur, Polonia, Francia y Estonia, donde residen actualmente. Este nomadismo y la situación de expatriado de Canet son algunos de los factores que inspiran las obras que ahora se presentan en Rambleta y exploran la contradictoria identidad de los países en un mundo globalizado, así como la tensión entre patriotismo y cosmopolitismo que viven sus ciudadanos. Notablemente, se trata de tres formas de representación de las naciones que no se plantea como una afirmación de las mismas, sino como un cuestionamiento constante por medio de un proceso fluido y continuo que les niega toda autoridad.
Camaléon es una bandera blanca formada por un tejido de LEDs incrustados que le permite transformarse en la bandera de cualquier país. Sujeta a la pared por un mástil y una varilla en la parte del vuelo que la mantiene extendida, la pieza reacciona a la presencia del público mostrando de forma compulsiva las insignias de diferentes países, extraídas aleatoriamente de una base de datos. El diseño de la bandera nunca llega a completarse, sino que muta constantemente entre una y otra nación, fundiendo colores y formas de tal manera que se convierte en un amalgama de todas las banderas del mundo, y en ninguna de ellas a la vez. Como un animal asustado que trata de adaptarse a su entorno, la bandera se halla inmersa en un proceso sin fin que recuerda a la crítica que hace Barber al cosmopolitismo: buscando representar a todas las naciones del planeta, acaba convirtiéndose en una bandera foránea e incluso alienígena. Observada con la expectativa de una forma final, de la rotunda afirmación que representa una bandera nacional, esta humilde tela parece destinada al fracaso, puesto que su diseño nunca se completará. Puede por tanto interpretarse en los términos de quienes son contrarios al cosmopolitismo, como algo meramente ilusorio y carente de sustancia. No obstante, si se contempla como un proceso vivo, la bandera nos habla de un continuo intercambio, en el que los diferentes países se encuentran y entremezclan sin jerarquías. Así, se hace eco de la propuesta de Nussbaum y la postura conciliadora de Wallerstein, quien nos recuerda que vivimos en un mundo desigual, sujeto a constantes cambios.
Paradójicamente, ambas posibilidades de Camaleón (la bandera única y el proceso continuo de fusión) se dan simultáneamente en One Flag Every Day. Esta pieza se compone de un programa que recoge datos de Google News y, empleando la herramienta de análisis basada en inteligencia artificial Watson de IBM, establece cada día qué países son más mencionados en los medios de comunicación. A partir de esta información, el programa genera una nueva bandera, resultado de la combinación de los elementos de las banderas de las naciones más presentes en las noticias del día. La composición resultante se publica automáticamente como una imagen en la cuenta de Twitter @oneflageveryday, haciendo referencia a la importancia de esta red social en las actividades de los movimientos ciudadanos que cuestionan la autoridad de los Estados. La bandera híbrida también se materializa en el espacio expositivo, sumándose cada día a otras banderas de papel que van ocupando progresivamente la sala. De manera similar a Camaleón, esta obra plantea una reflexión sobre las posibles interconexiones entre los países que dominan la atención de los medios, como ocurre actualmente con Estados Unidos, Siria y Rusia, cuyas banderas nutren las composiciones que han aparecido en la cuenta de Twitter durante los últimos dos meses. La sucesión de banderas mestizas también puede relacionarse con el concepto de los “Estados neuróticos” propuesto por Falk, en cuanto muchos países ven marcado su destino por las presiones de las naciones más poderosas y sus organizaciones.
La tensión entre las naciones y las infraestructuras económicas regionales y globales inspira la última pieza, Who is Next?, que hace referencia al proceso de salida del Reino Unido de la Unión Europea. Un dispositivo muestra aleatoriamente los códigos de dos letras (ISO 3166-1 alfa-2) de los países de la UE junto a un rótulo luminoso con la palabra “EXIT”. De esta manera, propone especular acerca de qué nación podría ser la siguiente en abandonar la Unión Europea (o ser expulsada de la misma), algo que la propia pieza no resuelve por medio del análisis de datos de ningún tipo, sino que expone como algo totalmente fortuito. Tras el resultado del referéndum sobre el brexit, que sorprendió a los propios británicos y, más aún, a sus impulsores, la evolución futura de la UE y el espacio económico europeo se presenta incierta. Los códigos de los países miembros se van sucediendo en un panel cuyas piezas móviles repiquetean de forma similar a como lo hacían antaño los tablones informativos de los aeropuertos internacionales. Cada vez que estas piezas se detienen, una nueva frontera emerge en nuestra imaginación, cambiando las vidas de millones de ciudadanos.
Pocos días después de conocerse el resultado del referéndum sobre el brexit, tanto el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, como diversos analistas políticos, apuntaban hacia el descontento de los ciudadanos con la globalización y las estructuras internacionales, tanto políticas como económicas, que ésta ha generado (Tharoor, 2016). Algunos consideran que el coste de la vida y sus opciones para conseguir un trabajo estable son determinados por las decisiones de burócratas en despachos que se encuentran muy lejos de su barrio, su ciudad o su país. Desde la perspectiva de quien se siente identificado con su territorio más inmediato y no tiene el interés o los medios para viajar por el mundo, la globalización se percibe más bien como una amenaza: no como una apertura al mundo, sino como la entrada de lo extranjero y la pérdida de la propia soberanía. Considerando las desigualdades que está generando la economía global, no es extraño que se produzca un auge del patriotismo, particularmente el de corte más agresivo. Sin duda van a ondear muchas banderas, algunas rescatadas del pasado, otras esgrimidas como una señal de separación entre un “nosotros” y un “ellos”, dictado o imaginado. En este contexto, resulta cada vez más necesario mantener una postura crítica frente a las insignias que ondean sobre nuestras cabezas y reconocer que son más flexibles y efímeras de lo que parecen.
La futura salida del Reino Unido de la Unión Europea ya ha llevado a algunos ciudadanos (entre ellos, artistas que viven en otros países) a solicitar una nueva nacionalidad para no perder los privilegios de pertenecer a la UE. Las personas seguirán transitando de un lugar a otro del mundo, aunque en ciertos casos pierdan su derecho a hacerlo. Ciudadanos de un país que se desmorona, de uno que los ha expulsado, de otro que los acoge, o bien de ninguna parte, forman parte de la comunidad de los habitantes del planeta. Como tales, sus vidas y sus acciones seguirán siendo las que marquen el devenir de las naciones, tanto si el Estado reconoce su existencia como si no lo hace.

Pau Waelder

Octubre, 2016

 

Referencias

  1. Barber, Benjamin R. (1992, marzo). Jihad vs. McWorld. The Atlantic. Consultado en: http://www.theatlantic.com/magazine/archive/1992/03/jihad-vs-mcworld/303882/
  2. Bearak, Max (2016, 5 octubre). Theresa May criticized the term ‘citizen of the world.’ But half the world identifies that way. The Washington Post.
  3. Foucher, Michel (2016). Le retour des frontières. Paris: CNRS Éditions.
  4. GlobeScan (2016). Global Citizenship A Growing Sentiment Among Citizens Of Emerging Economies: Global Poll. GlobScan. Consultado en: http://www.globescan.com/news-and-analysis/press-releases/press-releases-2016/383-global-citizenship-a-growing-sentiment-among-citizens-of-emerging-economies-global-poll.html
  5. Lind, M. y Velthuis, O., eds. (2012) Contemporary Art and its Commercial Markets. A Report on Current Conditions and Future Scenarios. Berlín: Sternberg Press.
  6. Lovink, Geert (2011). Networks without a cause. A critique of social media. Cambridge-Malden: Politi Press.
  7. MacKinnon, Rebecca (2012). Consent of the Networked. The Worldwide Struggle for Internet Freedom. New York: Basic Books.
  8. Nussbaum, Martha C. (2002). For Love of Country? In a New Democracy Forum, on the Limits of Patriotism. Boston: Beacon Press.
  9. Tharoor, Ishaan (2016, 28 junio). Brexit marks the revenge of a nation. The Washington Post.
  10. Ward (2016, 5 septiembre). Britain’s Brexit Hate Crime Problem. Human Rights Watch. Consultado en: https://www.hrw.org/news/2016/09/05/britains-brexit-hate-crime-problem

 

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