Post-verdad #DonaldTrumpWins

23 noviembre, 2016
pexels-carlos-herrero-936237 Imagen de Carlos Herrero – Unsplash.

A raíz de la inesperada victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales estadounidenses, he tenido la oportunidad de analizar su estrategia electoral para diversos medios de comunicación. La pregunta que ha surgido cada vez de forma inevitable es: ¿ha propiciado Facebook la victoria del candidato republicano? Aunque lo haya negado el mismo Zuckerberg, en este artículo sustento que sí.

Algunas viejas teorías de la mass communication research acusaban a los medios de comunicación de masas de provocar en su audiencia la llamada disfunción narcotizante. El ciudadano sentía que había cumplido con su deber cívico-social por el simple hecho de estar informado a través de los medios; pero, en realidad, se convertía en un actor político inoperante porque no actuaba en consecuencia. En vez de hacer, tenía suficiente con saber.

Estas teorías fueron muy discutidas en su época pero hoy, casi 70 años más tarde, los social media sí están provocando una verdadera disfunción narcotizante respecto al consumo de los medios de comunicación convencionales. Cada vez hay más personas que se consideran suficientemente informadas para que se exponen a los contenidos que les llegan a través de las redes sociales y no sienten la necesidad de ir más allá para obtener información rigurosa, contrastada, relevante y veraz. En lugar de informarse, en realidad les basta entretenerse pero no son conscientes, lo que las convierte en fácilmente manipulables.

Las redes sociales no asumen específicamente la función de informar, no han nacido con vocación periodística. Su función es la de conectar persones entre sí y con entidades de todo tipo. Por descontado, una forma de conectar es intercambiar información, pero, a diferencia del que pasa con los medios convencionales, el control de la calidad de la información que circula por las redes sociales muy laxo, cuando no puramente inexistente.

El caso de Facebook es paradigmático. Esta plataforma establece unas normas de obligado cumplimiento para sus usuarios. Entre muchas otras restricciones, por ejemplo, explicita la prohibición de mostrar pezones femeninos. En cambio, no incluye ninguna norma que prohíba difundir información falsa. Puede parecer sorprendente e incoherente, pero responde a una lógica abrumadora des de una perspectiva empresarial. Los contenidos con connotaciones sexuales pueden excluir a públicos comercialmente muy atractivos (menores, miembros de culturas particularmente puritanas, etc.). En cambio, las falsedades atraen la atención y generan interacción por parte de públicos muy amplios, la cual cosa engorda los beneficios del señor Mark Zuckerberg, patrón de esta plataforma.

Es cierto que todas las informaciones que recibimos pueden influir en nuestras creencias, en nuestras actitudes y en nuestras conductas. Pero, cuando estas informaciones s
on falsas, no es influencia, es manipulación. Así, si Facebook no es suficientemente diligente a la hora de controlar la veracidad y la fiabilidad de la información que circula por esta red social, está favoreciendo la manipulación aunque se empeñe en negarlo.

Si bien es cierto que en su discurso oficial, Facebook condena el clickbait (difusión de contenidos diseñados exclusivamente para atraer clics), en la práctica se beneficia económicamente. Por tanto, las exageraciones, las mentiras y el sensacionalismo no constituyen un verdadero problema para esta plataforma. Más bien todo lo contrario. En cambio, esta «tiranía del clic» sí resulta nefasta desde el punto de vista social dado que, en lugar de contribuir a la formación de una opinión libre y bien informada, potencia la desinformación.

La capacidad de Facebook para segmentar sus públicos de forma extremadamente sofisticada contribuye incluso a empeorar este panorama. ¿Por qué? Pues porque a través de esta red resulta relativamente sencillo impactar en aquellos colectivos que se mostrarán más receptivos a las falsedades que circulan y más proclives a re-difundirlas masivamente sin cuestionarlas. Los estudios disponibles evidencian que los estrategas de Trump han mostrado pocos escrúpulos a la hora de aprovecharse.

Con todo ello, nos adentramos en el pavoroso concepto de la post-verdad, que emerge cuando ponemos en suspenso nuestras certezas más racionales para abrazar ideas con las que conectamos desde una vertiente meramente emocional. No importa que sea falsas, en nuestro interior tal vez anhelamos que sean ciertas y con eso ya tenemos bastante para apuntarnos a su redifusión. Los usuarios de las redes sociales, además, todavía no hemos tomado conciencia plena que difundir contenidos engañosos creados por terceros nos convierte en cómplices de este ejercicio de desinformación aunque no seamos los autores originarios de estos contenidos.

Este devastador potencial manipulador, además, se ve espectacularmente incrementado
por el enorme impacto social que, para lo bueno pero también para lo malo, tiene Facebook. Es la red social número uno a nivel mundial, ya roza los 1.800 millones de usuarios activos mensuales, y su influencia es particularmente fuerte en determinados países (es el caso de Estados Unidos, con unos 200 millones de usuarios) y en determinados colectivos (las personas de más edad, que no han migrado a Instagram, a Snapchat y a veces ni siquiera a Twitter).

Es por todo ello que, cada vez que me preguntan si constituye una hipótesis razonable atribuir a Facebook un papel relevante en la victoria de Donald Trump (quien, por cierto, hizo una inversión publicitaria de 56 millones de dólares en esta red social durante la campaña), respondo afirmativamente.

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Este artículo se publicó previamente en COMeIN Número 60 (noviembre de 2016)

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Autor / Autora
Profesor de comunicación estratégica en la UOC y autor de la novela didáctica The show must go on, ideada para facilitar el aprendizaje de la comunicación de crisis.
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