Urbanismo libre: cuidar de la ciudad común

30 noviembre, 2017

El Campo de Cebada, un enorme espacio al aire libre (5.500 m2) en el centro de Madrid, gestionado por vecinas y vecinos desde 2011. Un lugar pleno de actividades, donde se han celebrado talleres de auto-construcción, festivales de música, obras de teatro, eventos deportivos… similar a una plaza pública pero distinto de ella, El Campo de Cebada el tránsito apresurado de la calle y ofrece la oportunidad para que propios y extraños exploren una relación distinta con la ciudad. Uno de los muchos espacios surgidos en años recientes en diferentes ciudades de España. Una respuesta inventiva y esperanzada que medra en mitad de la crisis económica y el urbanismo de austeridad, alumbrando espacios donde vecinas y ciudadanos intervienen materialmente en la ciudad y exploran otras formas de habitarla.

El lugar de El Campo de Cebada estaba ocupado por un antiguo centro deportivo público, hasta su demolición en 2007. El ayuntamiento tenía la intención de construir un flamante nuevo contenedor, pero llegó la crisis (2008), se cortó la financiación y se pararon las obras. Allá quedó un enorme socavón varado. Solar vacío hasta que los vecinos se animaron a ocuparlo. Precipitó el gesto una intervención artística que ejecutada en 2010, una obra que ocupó temporalmente el espacio y excitó la imaginación del vecindario. Elaboraron un proyecto técnico sofisticado, lo propusieron al ayuntamiento y obtuvieron la cesión legal del espacio. Desde entonces, El Campo de Cebada ha operado sin ningún tipo de financiación (ni pública ni privada) y ha estado abierto a la participación de cualquiera que deseara involucrarse.

Cada lunes El Campo de Cebada celebra una asamblea abierta en la cual cualquiera puede tomar parte y participar en los debates y decisiones que se toman sobre la programación de actividades, la organización del espacio o la administración de su gobernanza. Basta con dejarse caer por esa reunión semanal o sencillamente implicarse en alguna de sus actividades para involucrarse en el espacio. Es una relación distinta con la ciudad, diferente a la del profesional remunerado que interviene en ella, el viandante ajetreado que la transita, el consumidor atareado que la ignora o el turista ocioso que simplemente la admira. Uno se hacer cargo de los asuntos que antes le eran ajenos. Podríamos decir que estamos ante lugares que experimentan con nuevas formas de gobernanza urbana, que redefinen la relación que mantenemos con la administración y el lugar que los ciudadanos ocupan en la gestión de lo urbano. El Campo de Cebada no muestra una singular concepción de lo público expresada a través de la idea de la gobernanza abierta de los comunes urbanos. Se refieren con ello a que cualquiera puede tomar parte en la gestión de esos bienes públicos, sin límites de afiliaciones (a las asociaciones que los gestionan), pertenencias (vivan o no en el barrio) o inclinaciones ideológicas (cualesquieras que sean).

Los participantes han cuidado el lugar con mimo y lo han equipado a lo largo del tiempo con un amplio repertorio de infraestructuras materiales: unas gradas, mobiliario básico, un contenedor de almacenaje, un pequeño huerto, un espacio deportivo, cine en verano… Ejercicios de amueblamiento que nos recuerdan a la auto-construcción de la ciudad informal del sur global. Constituyen una excepción en la ciudad del norte, donde la gestión de la calle es potestad de las instituciones públicas o privilegio de la iniciativa empresarial privada. Aquí estamos sin embargo ante singulares ejercicios de auto-construcción colectiva que nos desvelan una ciudad que se auto-construye en ejercicios de aprendizaje. Las vecinas diseñan el espacio urbano, lo amueblan, lo documentan y aprenden en ese proceso a habitar la ciudad en nuevos términos. El proyecto de ha suscitado el interés de instituciones internacionales de prestigio. El año 2013 recibió del prestigioso festival austriaco Ars Electronica el premio Golden Nica, el mismo año que la XII Bienal de Arquitectura y Urbanismo de España le concedió uno de sus galardones.

El Campo es solo uno de toda una serie de proyectos urbanos similares que han proliferado en Madrid durante la crisis. Lugares que alumbran una ciudad hecha a mano, por sus propios vecinos, mediante la reutilización de materiales y la colaboración conjunta, reunidos en la tarea conjunta e inusual de re-amueblar el espacio público de la calle y la plaza. Intervenciones materiales que exploran otra forma de vida urbana en común. Una ciudad provisional y frágil emerge en esos solares en los cuales las vecinas se ocupan del cuidado y mantenimiento material del espacio público. Descubrimos un espacio urbano sostenido por quienes se comprometen y obligan libremente a ello, una ciudad hecha de cuidados que nos emplaza al compromiso y la dedicación con los asuntos relevantes de la vida en común.

Una práctica habitual que acompaña a muchos de estos proyectos es la producción de documentación que describe e instruye los procesos. Manuales, guías, archivos… toda una serie de géneros documentales dan cuenta de cómo la ciudad se auto-construye. El objetivo es lograr que los aprendizajes producidos puedan viajar a otros lugares. Una práctica que se inspira a menudo en la cultura y el software libre surgidos de Internet y movidos por el impulso de hacer que el conocimiento viaje libremente: el impulso liberado de los mundos digitales es emplazado en la ciudad. Esta es quizás un elemento distintivo del hacer ciudad alumbrado en tiempos recientes en Madrid y otras ciudades españolas: el encuentro inusual de la auto-construcción con la cultura libre, donde la sensibilidad material de la ciudad informal se cruza con el impulso liberador de los mundos digitales para alumbrar un urbanismo libre.

Podríamos decir que el proyecto de El Campo de Cebada es excepcional, pero deberíamos añadir entonces que no es único. En los últimos años han proliferado por las ciudades españolas (Madrid, Barcelona, Málaga, Guernica…) una larga serie de espacios similares, iniciativas ciudadanas (como se las designa en Madrid) en las que vecinos y vecinas se afanan en el cuidado de espacios urbanos. Lugares abiertos y hospitalarios a la participación del extraño. Iniciativas que evidencian una singular ola de creatividad ciudadana e inventiva política que desde hace varios años recorre las ciudades españolas. Un largo proyecto de investigación antropológica (en colaboración con mi colega Alberto Corsín Jiménez) dedicado a entender el urbanismo informal que ha proliferado por Madrid me ha permitido conocer con detalle e involucrarme en esa particular manera de intervenir en la ciudad. He sido testigo de cómo las personas que participan en esos proyectos despliegan toda una serie de prácticas que evidencian un alto grado de sofisticación social y pericia técnica.

No todo es una visión edénica en unas iniciativas que no están exentas de conflictos entre sus participantes, tensiones ocasionales con su entorno y críticas de sus detractores. La participación en ellas requiere notables esfuerzos: hablar en las asambleas que gestionan los espacios no es sencillo, como tampoco lo es desenvolverse en un ambiente de extraños. Los aprendizajes son largos pero cuando se logran traen a la ciudad algo de indudable valor. Preñados de dificultades y faltos de financiación, la iniciativa ciudadana florece en condiciones de precariedad económica y limitación material. No es extraño que al cabo del tiempo declinen por falta de energías o fracasen por un prolongado cansancio. Sin embargo, por breve que sea su existencia, esos lugares nos muestran una ciudad que cobra una forma inusual: un espacio donde nadie es dueño o propietario, donde los asuntos públicos no están determinados de antemano ni son gobernados por terceros, sino que son negociados y resueltos directamente por los habitantes de la ciudad.

Experimentos colectivos, frágiles y precarias experiencias urbanas que alumbran una ciudad que se hace en común. Nos demuestran otras formas posibles de habitar y tramar la vida urbana, tejer complicidades, enredarse en la ciudad y ocuparse de la construcción conjunta de lo público. Vecinas y ciudadanos curan las cicatrices dejadas por la crisis económica y cultivan las esperanzas futuras de una ciudad mejor: más justa, equitativa y abierta.

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Autor / Autora
Profesor colaborador en la asignatura Tecnopolítica, redes y ciudadanía del Máster Universitario de Ciudad y Urbanismo. Antropólogo y doctor por la Universitat Oberta de Catalunya.Ha trabajado como investigador en el Centro de Ciencias Humanas y Sociales (CCHS) del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC),Madrid, el Center for Research on Socio-Cultural Change (CRESC) de la Universidad de Manchester y en el Internet Interdisciplinar Institute (IN3) de la UOC. Líneas de investigación: culturas digitales y la ciudad.
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