Los equilibrios políticos y la seguridad

30 enero, 2014

La seguridad viene siendo, de manera creciente, una sustancia altamente inflamable en el campo político. Lo hemos dicho reiteradamente en este blog. Una de las críticas que representa un desgaste mayor para las autoridades electas es el aumento de la delincuencia o de la inseguridad. Suele tener un efecto devastador. Si no que se lo pregunten a David Dinkins, alcalde de Nueva York hasta finales del 1993, a Lionel Jospin, primer ministro francés en el período 1997-2002 o al gobierno actual en El Salvador que afronta elecciones en los próximos días. En consecuencia toda nueva autoridad intenta prevenir este tipo de preocupación. Un pavor específico se localiza en los partidos o grupos políticos calificados como “ izquierdistas”. Tradicionalmente las ideologías más conservadoras, o “de derechas” han intentado consolidar el mensaje que afirma que los gobiernos progresistas o “de izquierdas” suelen favorecer el incremento de la delincuencia y la inseguridad, debido a su tradicional desapego de las políticas de ley y orden. Así, cuando un gobierno calificable de “izquierdista” sucede a otro conservador, suele hacer gestos para mostrar que se trata en todo caso de un gobierno que garantizará de manera eficaz la seguridad.

Así, hace un poco menos de dos años, cuando el Partido Socialista Francés, con François Hollande a la cabeza, ocupó la presidencia de la República francesa, no dudó en nombrar como ministro del interior a una persona considerada como un duro (incluso conservador) en materia de seguridad por los militantes de su partido, Manuel Valls. El nombramiento tuvo su efecto tranquilizador, ya que las encuestas han demostrado hasta ahora que era el mejor valorado entre los electores de la derecha. No así entre los suyos, que le han venido cuestionando muchas de sus decisiones, sobretodo en el ámbito de la gestión de los flujos migratorios. No ha sido hasta hace pocos días, cuando se han publicado las cifras de la delincuencia relativas a 20131, que, por primera vez, los representantes de la oposición conservadora han dirigido duras críticas a la gestión del ministro por el aumento fundamentalmente de hurtos y robos.

Otro ejemplo en la misma dirección lo encontramos hace algunas semanas en la ciudad de Nueva York. Después de veinte años de gobiernos municipales republicanos de tendencia conservadora (muy conservadora en el caso de Giuliani en los años noventa), el pasado mes de noviembre vencía el candidato demócrata, Bill de Blasio. Se trataba de un cambio significativo, ya que de Blasio es considerado como muy “izquierdista” dentro del partido demócrata. Un señor que en sus años mozos formaba parte de la Nicaragua Solidarity Network. Pues bien, antes que la prensa conservadora pudiera insinuar que la ciudad podría convertirse en una jungla dominada por la delincuencia, supongo que recordando que el último alcalde demócrata, el citado Dinkins, perdió las elecciones porque los electores percibieron que no garantizaba suficientemente la seguridad (aunque la delincuencia ya había empezado a descender), el señor de Blasio va y nombra como Police Commissioner a William Bratton. Se trata de la misma persona que durante el primer mandato de Giuliani puso en marcha el “broken windows policing” o, como se conoció en Europa, las políticas de zero tolerance en la ciudad de Nueva York. Se trató de una política criticada desde las posiciones progresistas por ser extremadamente punitiva y recaer básicamente sobre las minorías más marginalizadas.2 Bratton siempre defendió que la política era la adecuada, que los resultados así lo mostraban y que las minorías no habían resultado en absoluto discriminadas por las intervenciones policiales, que, eso sí, habían sido contundentes. Bien, hasta aquí podríamos decir que estábamos volviendo a ver una película similar a la que escenificó Hollande cuando nombró a Valls. Un poco más exagerado, porque, al fin y al cabo, Valls era un conocido y prestigiado alcalde del mismo partido socialista, mientras Bratton era alguien que había trabajado para el “enemigo” en la época de las políticas policiales más duras. Pero la cosa no acaba ahí. Se le han dado algunas vueltas más a la tuerca. El señor Bratton se presenta ahora como aquél que “dulcificará” la relación de la policía con la ciudadanía, especialmente con las minorías que se puedan sentir alejadas del servicio policial3. Previamente Bratton ya se había encargado de declarar que había pasado mucho tiempo desde que abandonara la Policía de Nueva York en el año 1996, que había tenido otras responsabilidades (la jefatura de la Policía de Los Ángeles) y que había madurado mucho, siendo capaz de comprender la bondad de políticas diferentes de las que él impulsó en la ciudad, o, como mínimo, de llevarlas a cabo de manera más razonable incorporando toda su experiencia y maduración.

Es un escenario curioso y sumamente interesante, incluso, si me permiten, algo morboso. Va a dirigir el proceso de implantación de políticas “de proximidad”, con todo lo que esto significa en el ámbito de la policía, la misma persona que impulsó la política que generó uno de los aumentos más importantes en el número de quejas presentadas por los ciudadanos contra la policía. De entrada, nadie puede reprocharle a de Blasio que haya nombrado como responsable de la policía a una persona que no pueda ser calificada, sin ninguna duda, como de “ley y orden”. Ahora bien, ¿Conseguirá Bratton dar un giro a sus políticas de manera que sea satisfactoria para el elector demócrata, muy crítico con las políticas de zero tolerance, y, sobre todo, para el alcalde? Posiblemente Bratton habrá madurado mucho, como dijo él públicamente, y tendrá la capacidad de impulsar políticas que aseguren la seguridad sin inquietar a las minorías ni población en situación de riesgo de la Gran Manzana. Ahora bien, existe otra incógnita no menor que también habrá que despejar: ¿Se producirá un nuevo “choque de trenes” entre dos hombres con una personalidad tan acusada como Bratton y de Blasio? Hay que recordar en este punto que, el cese de Bratton se produjo dos años después de asumir el cargo, cuando todas las estadísticas mostraban una gran reducción de la delincuencia en la ciudad, que el alcalde Giuliani, no sólo no negó, sino que se atribuyó. La razón del cese no fue otra que la incompatibilidad entre el señor Bratton y el alcalde por la mutua necesidad de ser los líderes del proceso. ¿Volveremos a presenciar la misma historia? Veremos hasta dónde dan de sí los equilibrios políticos en este punto.

Notas

2Vid. GUILLEN, F (2009). “De les finestres trencades a la lluita contra la delinqüència: Alguns esglaons perduts”. Apunts de Seguretat, núm. 4, pags. 7 a 26 (http://www20.gencat.cat/docs/interior/Home/El%20Departament/Publicacions/Seguretat/Apunts%20de%20seguretat/Docs/apunts_4.pdf).“

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