Conflicto en Ucrania: el impacto de la guerra en la salud de las personas

18/05/2022
Foto: Max Kukurudziak en Unsplash.

El 24 de febrero Rusia puso en marcha la invasión de Ucrania, un país de 44 millones de habitantes, lo que dio lugar al mayor golpe contra la paz ocurrido en Europa. Actualmente, este conflicto ya ha causado más de 3.573 muertes de civiles y 3.816 heridos en Ucrania. Cualquier guerra genera efectos inmediatos en la salud de las personas, pero crisis humanitarias de este tipo también pueden comportar consecuencias y otros problemas de salud a medio y largo plazo.  

En este artículo, profesorado de los Estudios de Ciencias de la Salud de la UOC analiza el impacto del conflicto en Ucrania en la salud de las personas desde diferentes perspectivas: la destrucción de los sistemas de salud, el aumento de patologías infecciosas en las zonas de conflicto, el impacto de la guerra en el medioambiente y los sistemas alimentarios globales, así como los efectos neurológicos y el impacto del conflicto bélico en la salud mental de las personas.

Los otros efectos colaterales de una guerra: los servicios sanitarios, por Daniel Rueda y Dolors Colom Masfret

Es difícil hacer estimaciones de lo que supone una guerra a los sistemas sanitarios de los países afectados. Según noticias recientes de la Organización Mundial de la Salud (OMS), hoy ya se han registrado más de cien ataques contra la atención sanitaria en Ucrania, cuyos efectos directos son el número de heridos y de muertos, sin olvidar la destrucción material de los centros de asistencia. Como recuerda el director general de la OMS, los ataques a la atención sanitaria suponen una vulneración del derecho internacional humanitario.

Cuando se narran los efectos devastadores de un conflicto bélico se hace hincapié en la estrategia de la guerra, la devastación y ruina de edificios, las alarmas, toques de queda, los refugios, las muertes en ambos bandos, las rupturas de familias, el miedo en la población, la fuga y el éxodo. En definitiva, en los cambios que produce en la población la destrucción. Todo esto es importante, sin duda, pero los desastres también tienen efectos en la vida de las personas, en la convivencia, en la organización de una sociedad, en los servicios tanto de abastecimiento de productos de primera necesidad como en todos estos servicios como la educación y la salud.

La guerra siembra muertos y heridos en ciudades y campos de batalla. Los hospitales no dan abasto para atender a todas estas personas en el supuesto de que estas edificaciones y sus varios departamentos salgan ilesos de las bombas y ataques, cosa que no pasa en Ucrania. Ni la atención primaria ni hospitalaria quedan fuera de peligro de los ataques, como nos muestran las imágenes en Ucrania. La salud, como derecho básico, no puede quedar reducida a la acción de organizaciones civiles, sino que tiene que estar integrada en los servicios más esenciales de cualquier país. Pero la salud no se puede garantizar si no se dispone de medios materiales, hospitales, farmacias, médicos, enfermeros o cualquier otro profesional del ámbito sanitario. La solidaridad internacional y la acogida de la población en otros países no es garantía suficiente para respetar el derecho de la salud.

Los diecisiete objetivos del desarrollo sostenible recogidos a la Agenda 2030 quedan anulados cuando se entra en un conflicto bélico como el de la invasión de Ucrania por parte de Rusia. Conflictos de este tipo tienen el efecto de crear más pobreza, de acabar con años de avances hacia el bienestar y la calidad de vida de la población y acabar con derechos reconocidos universalmente, y retroceder a épocas de pobreza, de desolación y de llantos. Hablar de prevención, de mejora de la salud pública, de terapias y enfermedades que tienen que ser atendidas por los sistemas de salud de cada país deja de tener sentido cuando el statu quo queda arrasado de forma violenta.

Ante estos efectos colaterales es urgente que determinados sistemas que se fundamentan sobre derechos universales, como la salud, tengan un reconocimiento y un sistema de garantías también universal, de forma que ningún ciudadano, provenga de donde provenga, sea refugiado o inmigrante, pueda acceder a los servicios sanitarios en cualquier parte del mundo. Hay que recordar que las personas que huyen de un país en guerra no siempre llevan toda la documentación necesaria, y que esta documentación, si existe, muchas veces no está homologada ni validada en los países de acogida. Los obstáculos administrativos no pueden prevalecer sobre el derecho a la asistencia de las personas.

La COVID-19 y el aumento de patologías infecciosas durante el conflicto bélico en Ucrania, por Salvador Macip

Aunque muchos países ya están actuando como si la pandemia ya hubiera acabado, lo cierto es que el SARS-CoV2 continúa circulando por todo el planeta y causando un número importante de contagios y, por lo tanto, de casos graves. A pesar de que el gran porcentaje de vacunación hace que en algunas zonas la mortalidad haya descendido en picado, todavía quedan regiones donde la baja inmunización hace que muchas personas continúen en situación de riesgo. Europa del Este es uno de estos lugares donde las campañas de vacunación no han sido tan efectivas. Rusia, por ejemplo, solo tiene un 50 % de la población con la pauta completa (comparada con el 86 % en España, por ejemplo). En Ucrania, en Kiev hay un 65 %, pero en otras regiones del país apenas llega al 20 %. En un momento en que circula la variante más contagiosa del coronavirus, esto supone un problema, especialmente cuando hay una situación de guerra que hace que las medidas de control sean muy difíciles.

Se teme que la guerra en Ucrania contribuya a extender no solo la COVID-19, sino también otras enfermedades infecciosas. Los déficits en el sistema sanitario, la priorización de la supervivencia, la falta de suministros médicos y de tests, y la imposibilidad de mantener distancias (las imágenes de los refugios llenos son significativas) o llevar mascarilla hacen que la situación en Ucrania sea especialmente peligrosa. Antes de la guerra hubo un brote de polio, y la campaña para vacunar a 140.000 niños quedó interrumpida. También hubo un pico de sarampión, con una vacunación baja en algunos lugares, de solo el 50 %. Pero quizás el principal peligro en esta situación es que se extienda la variante resistente de la tuberculosis, que puede ser de hasta el 30 % de los casos. Un tratamiento incompleto de una tuberculosis puede facilitar que aparezcan resistencias y, en condiciones de guerra, es fácil que los tratamientos largos se tengan que interrumpir. La situación con los refugiados hace que, además, estos problemas se puedan extender también hacia el resto de Europa.  

El impacto del conflicto en el medioambiente y la salud planetaria, por Cristina O’Callaghan

Los conflictos armados tienen un importante impacto sobre el medioambiente, con consecuencias negativas para la salud humana. El uso de explosivos da lugar a una gran generación de residuos y a la liberación de materiales tóxicos. Los daños a instalaciones de suministro y potabilización de agua lleva a la contaminación biológica y química del agua de consumo, y el daño a infraestructuras industriales puede provocar derrames o liberación de productos nocivos para la salud, un riesgo que es especialmente elevado en Ucrania, país que cuenta con cuatro centrales nucleares. Además, durante la guerra, aumentan las violaciones a las leyes ambientales que llevan a la caza furtiva y la tala ilegal. Según el Programa de Naciones Unidas por el Medioambiente (UNEP, por su sigla en inglés), ya en 2014 la situación ambiental en el Dombás se acercaba a una catástrofe ecológica debido a la contaminación del aire, el suelo y el agua por la combustión de grandes cantidades de municiones en los enfrentamientos y las inundaciones en las plantas industriales.

Los efectos para la salud de la contaminación generada por el conflicto bélico se notan desde el primer momento del conflicto, a través de la contaminación del aire y del agua, y también hasta años después de que haya acabado el conflicto debido a la destrucción de servicios ecosistémicos. Por ejemplo, según datos del UNEP el bombardeo de instalaciones y redes de agua en Ucrania pone en riesgo el suministro seguro de agua de más de 3,9 millones de personas, lo que aumenta el riesgo de enfermedades transmitidas por el agua. Los daños a largo plazo son difíciles de calcular ahora mismo en Ucrania, pero el UNEP indica que solo en 2014 ya se destruyeron de manera irreversible 479 hectáreas de bosque durante el conflicto en el Dombás, hecho que puede tener consecuencias negativas para la economía local y hacer la zona más vulnerable ante los efectos de la crisis climática una vez haya acabado el conflicto.

La guerra en Ucrania tendrá también efectos ambientales a escala global dependiendo de cómo se afronte la crisis energética que las sanciones en Rusia han desencadenado. Antoni Guterres, secretario general de la ONU, ha hecho un llamamiento a los gobiernos para aprovechar la actual crisis energética y acelerar así la transición a fuentes de energía limpias. Sin embargo, habrá que ver si los países responden a este llamamiento o negocian el suministro con otros productores de petróleo e incluso de carbón.

El impacto de la guerra de Ucrania en el sistema alimentario global, por Anna Bach, F. Xavier Medina, Alicia Aguilar, Alicia Garcia, María Pilar Villena, M.ª Eugènia Vilella y Violeta Moyà

La guerra de Ucrania nos invade en todos los ámbitos, pero ¿estamos preparados para hacer frente a un colapso del sistema alimentario global? Cualquier situación de guerra altera el acceso de las personas a su alimentación cotidiana: la producción, la distribución y el abastecimiento de alimentos quedan alterados sin remedio. La situación se agrava todavía más cuando hablamos de un importante país productor de alimentos como Ucrania, que actualmente exporta sesenta millones de cereales a todo el mundo.

La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) ya ha alertado, a través del sistema mundial de información y alerta sobre la alimentación y la agricultura, del aumento de los precios del trigo y de los cereales secundarios en todo el mundo por la suspensión de las exportaciones de Ucrania y Rusia. Sin embargo, además de la producción y suministro de cereales, más de la mitad del suministro global de aceite de girasol también depende de estos dos países. Esto provoca que los precios de los alimentos, combustibles –no olvidemos que Rusia es una de las potencias mundiales productoras de gas y de petróleo– y fertilizantes para el campo se disparen y que algunas cadenas de suministro tengan que interrumpir su actividad. Este hecho, además de tener un impacto directo en el precio de los alimentos básicos, lleva a los países en vías de desarrollo a sufrir más hambre, inseguridad alimentaria y desnutrición.

Los efectos del conflicto bélico son globales y ya se están notando en muchos países más allá de Europa, puesto que Rusia y Ucrania exportan al norte de África, Oriente Medio y Asia del Sur. Así, el conflicto bélico, además de provocar dificultades humanitarias en la misma región, también puede poner en peligro la seguridad alimentaria de muchas regiones del mundo que dependen de alimentos asequibles provenientes de mercados internacionales para su subsistencia diaria. A un sistema alimentario desestabilizado por la pandemia y la crisis climática, ahora se le suma el aumento de precios de los alimentos a causa de la guerra en Ucrania.

En concreto, la situación es particularmente preocupante en Somalia. A la sequía persistente desde hace cuatro años, y a la guerra desde hace décadas, se añaden las anulaciones de las importaciones de trigo de Ucrania y Rusia, principales proveedores del país. Esto ha dejado a veintiocho millones de personas en una situación de hambre severa. Además, según la ONG Save the Children, el foco de atención ha hecho que la agenda internacional se vuelque con Ucrania, y relegue a un segundo plano a países como Somalia y Yemen, con situaciones que son claramente catastróficas. El Yemen ha sido reconocido por las Naciones Unidas como la crisis humanitaria más grande actual. La ONU estimó en 4,3 billones de dólares la ayuda alimentaria necesaria para paliar los efectos de la guerra en el Yemen. No obstante, la conferencia de donantes organizada en marzo se quedó en apenas un cuarto de esta cifra, debido en parte de la irrupción de la guerra en Ucrania.

La fragilidad de los sistemas alimentarios tradicionales a causa de la guerra es evidente y, por este motivo, hay que insistir e incidir en su transformación de manera global para conseguir que todas las personas, en todo momento, puedan acceder a una alimentación saludable y sostenible. Para conseguirlo, tenemos que continuar implementando los mecanismos legales existentes y creando otros necesarios para ayudar a cubrir las necesidades alimentarias, higiénicas y médicas de las poblaciones inmersas en conflictos bélicos, de las desplazadas, y de todas las vulnerables, sin distinción. Hay que adoptar medidas y acciones solidarias que puedan servir de precedente y guía para futuras generaciones que tendrán problemas similares a escala global, como por ejemplo guerras, crisis económicas, catástrofes climáticas y pandemias, en que las fronteras físicas cada vez les protegerán menos.

Las consecuencias neurológicas y el impacto en la salud mental, por Marco Calabria y Antoni Baena

Según una estimación de la Organización Mundial de la Salud (OMS), el 10 % de las personas que viven hechos traumáticos en situaciones de conflicto tendrán problemas de salud mental graves y otro 10 % desarrollarán conductas que afectarán a su bienestar y funcionalidad. Pero estas cifras pueden ser incluso más elevadas según un estudio de Murthy y Lakshminarayana (2006) en el que se analizó la prevalencia de los trastornos mentales relacionados con los conflictos bélicos de los últimos veinte años. El estudio destaca que los tres trastornos mentales más frecuentemente relacionados con hechos traumáticos son la depresión, la ansiedad y el estrés postraumático. En el conflicto de Afganistán, la prevalencia de estos trastornos podía llegar hasta el 67,7 %, el 72,2 %, y el 42,0 % respectivamente entre las personas que habían vivido la guerra. Un colectivo particularmente vulnerable son los niños y los jóvenes, que tienen dificultades para gestionar emocionalmente las situaciones de violencia y de guerra. Un estudio hecho en Palestina (Mousa y Madi, 2003) demuestra que los jóvenes que vivieron la segunda intifada tenían más conductas agresivas, trastornos del sueño y peor rendimiento escolar. Por este motivo, Mental Health Europe está alertando de las consecuencias a largo plazo para los niños y jóvenes de Ucrania si no se llevan a cabo intervenciones para fortalecer sus estrategias de afrontamiento y resiliencia.

Por otro lado, las personas refugiadas y desplazadas también son susceptibles de sufrir trastornos mentales. Durante las primeras semanas del conflicto en Ucrania hubo casi 3,2 millones de personas refugiadas y, por lo tanto, las repercusiones en el ámbito de la salud mental pueden ser devastadoras. El trauma por el conflicto, el desplazamiento y la adaptación al país de acogida harán aumentar la sintomatología relacionada con la depresión, la ansiedad y el estrés postraumático en cerca del 20 % de las personas desplazadas, incluso entre las que se han adaptado de manera aceptable. Pero este escenario, por si no fuera suficiente, puede complicarse todavía más si las personas refugiadas se ven obligadas a volver al país de origen. El fenómeno del «síndrome de resignación«, que sufren los refugiados en Suecia cuando se les comunica que tienen que volver a su país, es un claro ejemplo de cómo los conflictos pueden desencadenar secuelas en la salud mental que hay que prevenir y tratar con estrategias conjuntas de salud pública de primeros auxilios psicológicos con recursos suficientes y a largo plazo, puesto que se estará ante una nueva realidad social a la que habrá que adaptarse.


Referencias:

Bogic, M., Njoku, A. y Priebe, S. (2015). Long-term mental health of war-refugees: a systematic literature review. BMC international health and human rights, 15(1), 1-41.

Mousa, F. y Madi, H. (2003). Impact of the humanitarian crisis in the occupied Palestinian territory on people and services. Gaza: United Nations Relief and Works Agency for Palestinian Refugees in the Near East (UNRWA).

Murthy, R. S. y Lakshminarayana, R. (2006). Mental health consequences of war: a brief review of research findings. World psychiatry, 5(1), 25.

World Health Organization. 2001 The World Health Report 2001: Mental health: new understanding, new hope.

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Autores / Autoras
Daniel Rueda Estrada
Profesor del máster universitario de Trabajo Social Sanitario de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC).
Dolors Colom Masfret
Salvador Macip i Maresma
Catedrático de la UOC y director de los Estudios de Ciencias de la Salud de la UOC.
Cristina O'Callaghan-Gordo
Profesora de los Estudios de Ciencias de la Salud de la UOC e investigadora del Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal). Directora del máster de Salud Planetaria de la UOC, la UPF e ISGlobal
Anna Bach Faig
Directora del máster universitario de Nutrición y Salud de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC). Profesora e investigadora del grupo FoodLab de los Estudios de Ciencias de la Salud de la UOC. 
F. Xavier Medina
Catedrático e investigador del grupo FoodLab de los Estudios de Ciencias de la Salud de la UOC. Director de la Cátedra UNESCO de Alimentación, Cultura y Desarrollo.
Alicia Aguilar Martínez
Subdirectora y profesora de los Estudios de Ciencias de la Salud de la UOC. Investigadora del grupo FoodLab
Alicia Garcia Alvarez
Profesora colaboradora de la asignatura 'Alimentación en el mundo' del máster universitario en Nutrición y Salud de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC).
Violeta Moyà Alvarez
Profesora colaboradora de la asignatura 'Alimentación en el mundo' del máster universitario en Nutrición y Salud de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC).
Maria Pilar Villena Esponera
Profesora colaboradora de la asignatura 'Alimentación en el mundo' del máster universitario en Nutrición y Salud de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC).
Profesora colaboradora de la asignatura 'Alimentación en el mundo' del máster universitario en Nutrición y Salud de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC).
Marco Calabria
Profesor del máster de Neuropsicología e investigador del grupo Cognitive NeuroLab de los Estudios de Ciencias de la Salud de la UOC. Doctor en Psicobiología por la Universidad de Padua (Italia) y máster en Bioestadística y Epidemiología por la Universidad de Milán-Bicocca (Italia).
Antoni Baena
Director del máster universitario de Salud Digital / eHealth de los Estudios de Ciencias de la Salud de la UOC. Doctor en Psicología e investigador de la Unidad de Control del Tabaco del Institut Català d'Oncologia (ICO). 
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