Israel: ¿un suicidio político?

6 febrero, 2024
jerusalem Jerusalem, capital de Israel

Hace un tiempo, en una conferencia celebrada en Bruselas y organizada por la asociación Unión de Judíos Progresistas de Bélgica, se le preguntó a Michel Warschawski (intelectual israelí, militante pacifista) qué solución veía al conflicto con el pueblo palestino. Su respuesta fue que desconocía el futuro, y que la historia siempre nos sorprende, pero que creía que existía una posibilidad real de que Israel se acabara suicidando políticamente.

Pero no solo un pacifista considerado radical en su tierra avisaba en esta dirección: también lo escribía un general mayor retirado del ejércit, Yaakov (Mendy) Or. Pese a ser profundamente sionista 1, o quizás precisamente por ello, avisaba en la pasada primavera de que se estaba yendo hacia un suicidio nacional. El editorial del diario Haretz también abordaba esa posibilidad.

¿Cómo es posible que un proyecto político plenamente asentado, con el ejército más poderoso de la región, una economía muy dinámica, el apoyo de las principales potencias mundiales y una capacidad de influencia indiscutible, esté asumiendo esos riesgos? Pues justamente por esa superioridad militar indiscutible y esa impunidad a escala internacional, que lo han llevado a una dinámica de la que difícilmente podrá salir por su propio pie.

Desde su fundación, en Israel encontramos tensiones entre los sectores de la élite que salen beneficiados de una conflictividad permanente y los sectores de la élite que salen perjudicados de esa misma conflictividad (fuera de esta competición entre las élites, la población en general, evidentemente, es la perjudicada). Ya en un primer momento, la competición por el control del laborismo (hegemónico en el país durante las primeras décadas) entre Ben Gurion y Sharett, con distintas visiones políticas, es un ejemplo ilustrativo de ello.

Ben Gurion, con una visión clásica del estado nación, entendía que, además de desarrollar el nuevo estado, había que crear la nación. La población del recién fundado Israel tenía orígenes y culturas muy diferentes, hablaban distintos idiomas (recordemos que el hebreo actual no era un idioma hablado por la población) y mantenían visiones muy diversas con respecto a la política, la propia religión, etc. Entendía que, una vez lograda la superioridad militar, la movilización permanente de la población era la mejor manera de forjar esa nueva nación y desarrollar el país. Además, la conflictividad con el mundo árabe les permitía captar más inmigración de población judía procedente de los países del norte de África y Oriente Medio, y también les permitía mantener la notable financiación que se recibía de la solidaridad de la comunidad judía exterior. Por ese motivo, Israel no tuvo interés alguno en llegar a acuerdos de paz con los países árabes vecinos tras la guerra del 48, cuando estos se mostraron predispuestos a ello 2.

Por otro lado, Moshe Sharett, que había aprendido árabe y había convivido con esa población, entendía que, una vez fundado Israel, y consolidada la superioridad militar, la seguridad y el desarrollo de Israel pasaba por alcanzar acuerdos de paz y mantener una relación amistosa con los vecinos (además de asegurar alianzas con las potencias occidentales). Entendía, pues, que el proyecto de un Israel democrático y para el pueblo judío podía ser un factor de desarrollo y progreso en Oriente Medio.

En esta competición entre los dos líderes, Ben Gurion se alió con la élite militar, también beneficiada por la conflictividad permanente. Así, desde el ejército se boicotearon en varias ocasiones las iniciativas diplomáticas de Sharett durante el largo periodo en el que este fue ministro de Exteriores, y durante los dos años en los que logró ser primer ministro. El ejército llevaba a cabo represalias desproporcionadas y provocaciones en los estados vecinos que dificultaban cualquier posible progresión hacia los acuerdos de paz. También los servicios secretos operaron en contra de la estrategia de Sharett como primer ministro 3.

De ese modo, en Israel se fue consolidando una alianza entre élites militares, la industria militar y los políticos beneficiados por la conflictividad permanente (dos investigadores israelíes, Oren Barak y Gabriel Sheffer, han bautizado a esta amplía y difusa alianza como security network). Un éxito importante para dicha alianza se produce con la guerra del 67. El primer ministro Levi Eshkol, pese a las fuertes tensiones del momento (en gran medida, causadas por las represalias desproporcionadas israelís y por la amenaza de cambiar el régimen sirio por la fuerza), no quería entrar en guerra con el mundo árabe. Sabía que Nasser, a pesar de su discurso nacionalista panarabista, tampoco tenía ningún interés en la guerra (entre otras cosas, porque era muy consciente de que la perdería). Pero fue arrastrado al conflicto por una fortísima presión de los generales del ejército (se habla de casi golpe de estado) y los políticos que eran próximos a él.

La guerra del 67, en la que se ocupan Gaza, Cisjordania y Jerusalén Este, entre otras zonas 4, crea un escenario muy positivo para esa coalición beneficiada por el conflicto:

la gestión de los territorios ocupados y su población es responsabilidad del ejército. Ello implica la creación de todo un cuerpo administrativo (militar) y un enorme despliegue de seguridad, con la consiguiente creación de puestos de trabajo y el aumento de presupuesto para las fuerzas armadas.

De hecho, vemos como es después de este conflicto, en el que se ha mostrado la indiscutible superioridad militar israelí, cuando se pasa de un presupuesto militar con cifras próximas al 10 % del PIB a uno con cifras próximas al 20 % durante una década, llegando puntualmente al 30 % del PIB. Así mismo, su influencia política aumenta notablemente a partir de ese momento. Por ejemplo, el peso de antiguos altos cargos del ejército y miembros del security network en el gobierno aumenta notablemente y pasa a ser de unos 7 o 8 en la mayoría de los gobiernos, incluyendo cargos tan importantes como el del propio ministro de Defensa o el de primer ministro.

Igualmente, la progresiva implantación de colonos (protegidos por el ejército) en los territorios ocupados dificulta cada vez más la posible resolución del conflicto, con lo que se asegura su perpetuación y la de los beneficios que ello proporciona en la competición interna de Israel. Además, su control directo sobre la vida del día a día de los palestinos y su colaboración con los colonos permitirán al ejército tener influencia sobre la evolución de la conflictividad y poder generar escaladas del conflicto cuando les resulte conveniente 5.

Pero, al mismo tiempo, es esta nueva situación de ocupación de todos los territorios palestinos la que abre la posibilidad del suicidio al proyecto político que pretendía la creación de un estado democrático 6 y judío.

Mientras la coalición beneficiada por la perpetuación del conflicto tenga más peso en Israel, y sin una fuerte presión internacional, no será posible la renuncia a los territorios ocupados. De hecho, esta coalición, a través de la colonización, ha hecho cada vez más difícil la solución de los dos estados. La colonización de los territorios ocupados ha sido constante, acelerada por algunos gobiernos concretos (como los de Sharon o Netanyahu), y trae consigo una continua fragmentación del territorio palestino. Mientras tanto,  el elevado número de colonos (más de 500.000), su capacidad de influencia (en la política, en el ejército y en la sociedad) y su fuerte movilización llevan a la mayor parte de analistas con conocimiento del terreno a coincidir en que la solución de los dos estados ya no es viable.

Sin la renuncia al territorio ocupado palestino que permite la solución de los dos estados, solo existen tres opciones. La primera es la anexión, por parte de Israel, de los territorios ocupados y el otorgamiento de la ciudadanía israelí a la población palestina. Esta opción, si se llevara a término de forma negociada, representaría el final del conflicto, con la creación de un estado democrático y secular. Pero representa el final del proyecto sionista, dado que acaba con el Estado «judío», y ello significa que es una opción políticamente inaceptable por las actuales élites de Israel.

Las otras dos opciones implican la comisión de crímenes contra la humanidad. La primera consiste en anexionar los territorios pero mantener en una situación de no ciudadanía a la población palestina; es decir, crear una sistema de apartheid. Es la situación que, de facto, se encuentra actualmente sobre el terreno, con una colonización permanente de los territorios palestinos.

La tercera opción es la limpieza étnica o el exterminio de la población palestina (genocidio). Esta opción, que prioriza el estado «judío» sobre el «democrático», hace un tiempo era impensable (entre otros motivos, por las consecuencias internacionales que podía comportar, así como por el consiguiente modelo de estado), pero en los últimos años de radicalización de la política israelí ha pasado a formar parte de los discursos de miembros del gobierno, y en el conflicto actual ya la encontramos sobre el terreno.

La dinámica no siempre ha sido la misma. A finales de los años 70 y hasta mediados de los 90, a causa de una evolución importante en las élites israelíes y sus intereses, las élites que salían perjudicadas del conflicto ganaron un peso considerable. Ello permitió, entre otras cosas, los acuerdos de Oslo con los palestinos, y una reducción de la conflictividad. Pero, desgraciadamente, desde entonces el conflicto ha vuelto a estar en el centro de la competición entre las élites, con un peso dominante de aquellas que se benefician del conflicto y que, además, tienen una gran capacidad de influencia en la evolución del propio conflicto. Pero estas élites beneficiadas por el conflicto también compiten entre ellas, lo que lleva progresivamente a un proceso de radicalización de sus posiciones.

Los acuerdos de Ginebra entre miembros destacados de las sociedades civiles israelí y palestina demostraron que era posible llegar a un acuerdo de paz que permitiera la solución de los dos estados. Por desgracia, las relaciones de poder reales sobre el terreno y la competición por el poder en Israel imposibilitan que pueda llevarse a cabo dicho acuerdo entre las sociedades civiles. De hecho, la utilización del conflicto en la dinámica de competición entre las élites israelíes ha provocado que desde el año 2009, con el primer ministro Olmert, no haya habido ninguna propuesta seria de resolución del conflicto por parte del Gobierno israelí.

Priorizando la judeidad del estado, y a la vez impidiendo constantemente la solución de los dos estados, Israel parece estar dirigiéndose hacia un callejón sin salida. Una situación de la que, como potencia ocupante y como fuerza dominante en la región, es el principal responsable.

La brutalidad en el actual conflicto y la flagrante ilegalidad de su actuación sobre un territorio del que es potencia ocupante, representan un avance más en este callejón sin salida. Varios analistas ya avisan de que las consecuencias de estas actuaciones durarán décadas.

Su durísima ocupación del Líbano en 1982, liderada por Sharon, llevó a la creación de Hizbulá. Tienen experiencia previa constatada de que, con este tipo de actuaciones, difícilmente podrán conseguir la paz. En realidad, solo es una huida hacia adelante para mantenerse en el poder gracias a la conflictividad permanente, con un coste de más de 22.000 vidas palestinas (por ahora), decenas de miles de heridos y la franja de Gaza hundida en la más absoluta miseria.

Uno de los problemas que han llevado a esta situación es que la comunidad internacional no está desempeñando su papel, y ha permitido que Israel vaya mucho más allá de donde nunca debía haber llegado. Esta permisividad hace que todo valga en la competición interna israelí y que los actores beneficiados por la continuidad del conflicto no tengan límites.

Y eso es peligroso, especialmente para el pueblo palestino y para toda la región, pero también para el propio proyecto político originario de Israel, como hemos visto que señalan algunos de sus propios exgenerales. O como ilustra, también, el hecho de que un grupo de destacadas personalidades del país soliciten a la justicia israelí que actúe contra el incitamiento, por parte de políticos o ex altos cargos del ejército, a cometer crímenes contra la humanidad (entre ellos, la limpieza étnica y el genocidio).

Warschawski afirmaba que Israel (o las élites que lo dirigen) actúa como un niño consentido y que, por el bien tanto de Israel como de la comunidad internacional, necesita que se le impongan unos límites claros, sin dobles estándares, y en ese sentido pedía sanciones por sus repetidas infracciones de la legalidad internacional. Mientras tanto, por su parte, el general Or solo se lamenta de que el proyecto político de Israel vaya hacia el abismo, lamentablemente dejando una enorme cantidad de muertes y dolor por el camino, y con el riesgo de arrastrar con él a la precaria estabilidad de la región.


 

  1. Recordemos que el sionismo es un movimiento ideológico y político colonial que aparece a finales del siglo xix en respuesta a varios episodios (especialmente durante periodos de crisis económica) de fuerte racismo (antisemitismo) que sufren los judíos en Europa, y en un contexto en el que los estados europeos compiten entre ellos por la colonización de buena parte del planeta. Por lo tanto, es importante distinguir entre judío y sionista. Muchos judíos no son sionistas. De hecho, muchos judíos son antisionistas y se oponen a este proyecto político. Mientras que el antisemitismo es una ideología racista, el antisionismo se opone a un proyecto colonial y excluyente. ↩︎
  2. En aquel momento, las élites de los países árabes recién formados tenían que hacer frente a importantes dificultades internas y se encontraban en un contexto colonial en el que la mayor parte del norte de África eran colonias. Tenían muy poco interés en mantener un conflicto abierto con Israel, pese a que, ciertamente, se utilice el discurso panarabista antisionista para movilizar a la población. ↩︎
  3. El ejemplo más claro fue «el asunto» o «el asunto Lavon», que consistió en la infiltración de células de los servicios de inteligencia israelíes para la comisión de atentados de falsa bandera (haciéndose pasar por islamistas) en Egipto, en contra de infraestructuras o intereses occidentales. Esta operación, que fue descubierta por los servicios secretos egipcios, se llevaba a cabo sin el consentimiento (ni conocimiento) de Sharett, y fue una de las causas que facilitaron el regreso de Ben Gurion al cargo de primer ministro, en sustitución de Sharett. También, posteriormente, la élite militar y el security network actuarán para que acabe dejando su puesto de ministro de Exteriores, dado que estaba dificultando los pasos que conducían a la guerra de 1956. (Sheffer y Barak 2013, 77-80) ↩︎
  4. La ocupación de Gaza, Cisjordania y Jerusalén Este no estaba prevista en las instrucciones políticas del gobierno a los militares. En el caso de la ocupación del Sinaí, Levi Eshkol tampoco había previsto llegar hasta el canal de Suez, un hecho que provocó la posterior guerra de desgaste y preparó el camino hacia la guerra de 1973. ↩︎
  5. Un claro ejemplo de ello sería la durísima represión del inicio de la segunda intifada (en contra de la voluntad del gobierno), en la que se respondió con fuego real a las manifestaciones pacíficas. Ello condujo a una militarización por el lado palestino, la cual, a su vez, justificó una respuesta más contundente del ejército (y un aumento de su presupuesto). ↩︎
  6. En este texto se hace referencia a la nomenclatura propia del proyecto, que ha sido criticada desde distintas perspectivas. Ponemos como ejemplo al académico israelí Oren Yiftachel, que hace referencia al término etnocracia para definir el régimen de su país. ↩︎
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Autor / Autora
Doctor por la Universidad Autónoma de Madrid y máster en Relaciones Internacionales de la Universidad Jean Moulin (Francia), con experiencia profesional en contextos de conflicto, y en los ámbitos de la acción humanitaria y el desarrollo, su docencia se centra, principalmente, en el ámbito del desarrollo y la ayuda humanitaria, y en el ámbito de las relaciones internacionales y la resolución de conflictos. Sus líneas de investigación incluyen el análisis de conflictos internacionales, el debate teórico en las relaciones internacionales, la acción humanitaria y la cooperación internacional por el desarrollo (con un especial interés en innovación inclusiva y en teoría del desarrollo), y las áreas del Oriente Medio y África. Es miembro del proyecto de investigación TRANSMENA, coordinado desde la Universitat Autònoma de Barcelona.
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