Crowdfunding: el consumidor como (micro) productor

16 de febrero de 2011
crowdfunding

 

El pasado 5 de febrero tuvo lugar en el Arts Santa Mónica de Barcelona el Primer Festival Crowfunding, organizado por el colectivo Compartir dóna gustet, que tendrá su continuación el próximo día 19 en Madrid y posteriormente en Bilbao. La celebración de este festival, y su coincidencia con el curso Cultura lúdica y entretenimiento digital, en el que tratamos acerca de este y otros aspectos de la cultura digital, nos da un buen motivo para explicar qué es el crowdfunding y en qué consisten algunos de los proyectos que se están llevado a cabo actualmente en España.

El término crowdfunding (de crowd, multitud y funding, financiación) designa la financiación de un proyecto, a menudo de tipo cultural, mediante micropagos realizados por particulares que deciden apoyar la iniciativa para hacer posible su realización, en ocasiones a fondo perdido y en otras con el incentivo de convertirse en inversores y recibir una compensación económica si el proyecto tiene éxito. La financiación por micropagos es ya un hecho usual en otros ámbitos (por ejemplo, para el funcionamiento de las ONG) y el hecho de que una manifestación vinculada a la cultura sea pagada de forma colectiva tiene ya una larga historia (citemos, por ejemplo, la construcción de muchas catedrales o aquellos monumentos que han sido costeados por particulares, gremios y asociaciones).

También en el arte contemporáneo se da el caso en que un grupo de inversores compren una obra: por ejemplo, la carísima escultura de Damien Hirst For the Love of God (2007), con un precio de 50 millones de libras, fue adquirida por un consorcio que incluía al propio artista. Lo que resulta novedoso es que sean productos de la industria del entretenimiento los que sean pagados por el público, cuando normalmente este último es mero receptor de unos productos que se han creado para su consumo, cada vez con menos imaginación y capacidad de riesgo.

El consumidor, además, no tiene acceso a la creación de estos productos y en el mejor de los casos se le permite actualmente «suscribirse a las actualizaciones» de la web del film antes de que éste llegue a las pantallas para que contribuya a una campaña viral (y gratuita) de promoción. Los proyectos de crowdfunding recogen a menudo estas estrategias de la industria del cine pero invitan al futuro espectador a implicarse en la propia producción del proyecto, tanto a nivel económico como de otras maneras.

Pero no sólo se producen películas mediante crowdfunding. De hecho, la microfinanciación puede servir para todo tipo de proyectos, tanto culturales como sociales, educativos o tecnológicos. Con este objetivo, el colectivo Platoniq está desarrollando Goteo, una red social que permita poner en contacto a los creadores con los diferentes agentes del ámbito cultural y sus posibles inversores. A diferencia de otros proyectos, Goteo no se centra en la producción de un sólo producto, sino que ofrece una plataforma que puede servir a numerosas iniciativas de distinta índole. De momento, el proyecto se ha presentado en forma de taller y cabrá ver cómo evoluciona una vez se ponga en marcha.

Una plataforma similar, creada en Mataró, es Verkami, un sitio web que aloja información acerca de proyectos creativos que buscan microfinanciación. El sitio crea una ficha para cada proyecto en la que sus creadores aportan información y proponen diversas formas de financiación. Verkami actúa entonces como intermediario, recogiendo las aportaciones de los interesados, pero con una limitación de tiempo que puede determinar el futuro del proyecto:

«Sólo los proyectos que en los 40 días de plazo lleguen como mínimo al 100% de su objetivo de financiación recibirán el dinero aportado por sus mecenas. En caso contrario, las cantidades que los mecenas se han comprometido a aportar no se hacen efectivas y el proyecto no recibirá la financiación.»

Esta norma del «todo o nada», en definitiva, supone un test de realidad para los promotores del proyecto, puesto que como afirman los creadores de Verkami, si éste no recibe las aportaciones en el plazo indicado, puede deberse a que no cuenta con el apoyo que esperaba tener, y también evita conformarse con una cantidad menor a la necesaria, que seguramente daría resultados por debajo de las expectativas de aquellos que han apostado por la iniciativa.

Entre las películas que buscan producirse por medio de crowdfunding destaca El cosmonauta, tal vez el proyecto más popular si bien no el único que busca en estos momentos la atención de posibles inversores. Más que un film, el proyecto de Riot Cinema Collective es ya mismo un impresionante conjunto de materiales que permiten a cada uno elaborar la película en su mente y conocer numerosos detalles del proceso de producción. Los creadores proponen apoyar el largometraje de diversas maneras, ya sea participando en determinadas tareas vinculadas a la filmación (desde conseguir localizaciones a alojar a miembros del equipo) que permiten ahorrar costes, o bien contribuyendo con una donación económica (desde 2€), por la que se obtienen objetos de merchandising del film, además de figurar en los créditos finales (algo que popularizó la saga El señor de los anillos, dirigida por Peter Jackson).

Arròs Movie, el proyecto de Compartir dóna gustet, nos propone por su parte participar en la financiación de una parte de una road movie con acento valenciano, aportando «un granito de arroz» para lograr los 8.000 € que requiere la filmación. Pero la participación aquí no se limita a una contribución económica, sino que el equipo propone a los seguidores y productores a actuar en una escena para la que es preciso reunir a un gran número de personas: una animada (y accidentada) fiesta rave. También invitan a los fans a ayudar a su director de fotografía a buscar localizaciones, con lo cual permiten una mayor involucración en el proyecto. Al igual que ocurre en El cosmonauta, los promotores del film han establecido diversas recompensas, en función de la cantidad entregada, que van desde aparecer en los créditos del film a compartir unos días de rodaje con el equipo, pasando por un plato de paella, una copia en DVD de la película o tener barra libre en una macrofiesta.

Con todo, el optimismo que destilan algunos de estos proyectos deja de lado un aspecto muy frecuente de todo proceso creativo: ¿qué ocurre cuando este se retrasa, cuando no cumple las expectativas, cuando debe adaptarse a nuevas circunstancias y no refleja las intenciones originales? Cory Doctorow relataba hace unas semanas en el blog Boing Boing el caso de Diane Duane, una escritora que había logrado que sus fans apoyasen la creación de su futuro libro con aportaciones monetarias que se iban haciendo efectivas mientras escribía su novela. Los suscriptores tenían acceso al texto antes de su publicación, pero debido a problemas de salud de la autora y ciertos inconvenientes técnicos, la finalización del libro se retrasó 6 años, a la vez que algunos suscriptores no podían acceder a las partes que ya estaban disponibles. Como indica Doctorow, los retrasos y cambios son habituales en un proyecto editorial, pero hasta ahora el público no era consciente de ellos (en todo caso de los retrasos, en el caso de la siguiente entrega de una saga). Lo mismo ocurre con otros tipos de proyectos, y por ello uno de los retos de este modelo de microfinanciación y la implicación del público en la producción será la evolución de esta relación entre creadores y consumidores, cómo asumirán y comprenderán unos y otros su papel en el proceso.

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