ArtFutura XXI: repasando el futuro

10 de agosto de 2011
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Por Pau Waelder

 

Durante este verano, el festival ArtFutura celebra sus veintiún años de existencia en AlhóndigaBilbao con una exposición muy adecuadamente titulada Repasando el futuro, que se instala en el centro bilbaíno del 14 de julio al 1 de septiembre de 2011. A través de un conjunto de 21 pantallas, diversas piezas y un programa audiovisual, la muestra se propone establecer, según indica Montxo Algora, comisario y director de ArtFutura, «un recorrido por la estética y el pensamiento de la cultura digital de los últimos 21 años y su proyección en el siglo actual.»

El recorrido que propone esta exposición por las 21 ediciones del festival supone también un repaso a la relación entre arte, cultura y tecnología durante las dos últimas décadas, un período de transiciones históricas y transformaciones vertiginosas que tan sólo ahora, con la perspectiva que otorgan los años, podemos apreciar e incluso digerir. Dos décadas en las que, como nos muestra la cronología que abre la muestra, se suceden la rápida creación y difusión de la World Wide Web, la aparición de nuevos soportes tecnológicos (DVD, Smartphones, tablets…), el crack de las puntocom, al que sigue el auge de las empresas que dominarán la Red (Google, Facebook…) y los proyectos colaborativos a gran escala (Wikipedia), además de un gran cantidad de cambios, grandes y pequeños, que llevan a la conclusión expresada en el catálogo por el teórico Pau Alsina:

«Ciertamente hoy podemos afirmar que las tecnologías digitales son omnipresentes y han cambiado radicalmente la forma en que vemos y vivimos el mundo que nos rodea. Nunca antes unas tecnologías de comunicación se habían implantado tan rápidamente en la cultura, y la historia del festival así lo atestigua.»

La exposición que acoge Alhóndiga ofrece al visitante un recorrido por la historia del festival resumida en 21 vídeos de tres minutos que ilustran la temática de cada edición: de la Realidad Virtual a la Vida en Público pasando por la Vida Artificial, la Cibercultura, las Comunidades Virtuales, el Ocio digital, la Realidad Aumentada o la Estética de datos, entre muchos otros. La diversidad de temas vinculados a la cultura digital y sus denominaciones, algunas de ellas ya caducas y otras convertidas en palabras clave de nuestra sociedad actual, nos indican de entrada la azarosa evolución de la propia relación entre tecnología y sociedad, y como se ha intentando dotarla de un marco cultural, necesariamente imperfecto y maleable. El cambio incesante que aporta la revolución tecnológica es descrito con lucidez por el novelista William Gibson en el texto que aporta al espectáculo El palacio de la memoria de La Fura dels Baus, presentado en ArtFutura 1992: Mente Global.

«Todo se mueve tan deprisa…
Estos días, todo cambia…,
nada permanece estático,
No existe algo en lo que apoyarse.
No existen mapas de estos territorios,
aunque hayan sido creados por nosotros mismos.»

Las obras de los artistas que han explorado las posibilidades creativas de las tecnologías que han ido emergiendo a lo largo de los años y haciendo patente su influencia en la sociedad participan sin duda de la naturaleza cambiante a la que se refiere Gibson. Esculturas líquidas como Zen Garden de Sachiko Kodama, obra creada con ferrofluídos y sujeta a una mutación continua, o las esculturas cinéticas de Paul Friedlander, que añaden al comportamiento fluido de las piezas de Kodama la virtualidad de una forma volumétrica generada por una ilusión óptica, dan forma al espíritu de una época en permanente estado de impermanencia. Por otra parte, las fascinantes e inquietantes «bestias de la playa» (Strandbeest) del ingeniero y artista Theo Jansen ejemplifican otra vertiente de las promesas y los miedos asociados con las nuevas tecnologías: las nuevas formas en las que el hombre puede manipular la naturaleza e, incluso, crear una forma de vida artificial.  Si bien en la creación de sus piezas Jansen no emplea recursos biotecnológicos ni tampoco complejos dispositivos electrónicos sino simples tubos de plástico y un extraordinario diseño, estas criaturas evocan de una manera asombrosa lo que podrían ser criaturas autónomas, dotadas de una vida propia.

La Red, segunda piel

Surgido, como muchos otros festivales de arte y tecnología, en la década de los 90, ArtFutura refleja en sus sucesivas ediciones el entusiasmo que suscita la rápida difusión de la World Wide Web y las posibilidades que ésta genera. Kevin Kelly, fundador de la revista WIRED, daba título a la edición de 1992 con una reflexión que esbozaba una Red aún sin formar:
«La mente global apenas ha comenzado a tener cuerpo. Cuando las señales televisivas se digitalizan, la mente global adquiere ojos. A medida que los bancos de datos se nutren de conocimiento textual, la mente global encuentra su verbo.»
Dos años más tarde, el propio Kelly sitúa su «mente global» en la Red, que describe casi como un organismo vivo, a la vez que la vincula a nivel tecnológico con el teléfono, un aparato que la propia Red va a convertir en obsoleto:
«La red constituye el icono de la mente global. La mente global se define como la unión del ordenador y la naturaleza, el casamiento de los teléfonos, los cerebros humanos y muchas otras cosas. Nuestra principal ocupación en los próximos cincuenta años consistirá en permitir su evolución.»
A medida que el desarrollo de Internet permite crear nuevas formas de comunicación entre las personas, la Red pierde su carácter abstracto y elitista para convertirse en una extensión del propio ser, como lo define el artista y teórico Roy Ascott:
«Cada fibra, cada nódulo, cada servidor de la Red es una parte de mí […] No poseo peso ni dimensión, en cualquier sentido exacto. Soy el alcance de mi conectividad.»
A tono con las palabras de Ascott, Javier Candeira define la Red en 2000 con esta sencilla frase: «Internet es nuestro sistema nervioso colectivo de orden superior». Sin duda resulta extraordinario que una red de datos acabe por integrarse de una manera tan íntima con la percepción del propio ser, y por ello no resulta exagerado afirmar que Internet es el recurso tecnológico que más profundamente ha transformado nuestra sociedad. El escritor Steven Johnson resume esta impresión con la siguiente reflexión, expresada en ArtFutura 2007: La próxima red.
«Algunas revoluciones tecnológicas llegan como una revelación […] Para muchos de nosotros, nuestro primer encuentro con la World Wide Web hace una década fue una de esas experiencias transformadoras […] Tras llegar al primer hipervínculo, comprendías que el universo de la información no volvería nunca a ser el mismo.»

Nuevas artes, nuevos sentidos

El arte realizado con nuevas tecnologías introduce nuevas concepciones en la creación, distribución y recepción de la obra de arte que también son recogidas por los ponentes que asisten a ArtFutura. Como festival de arte y cultura digital, no es ajeno a los debates que surgen en torno a la aceptación (o rechazo) del arte digital por parte del público y las instituciones del mundo del arte. En 1990, la revolución tecnológica parece sugerir la decadencia de las formas tradicionales del arte, según indica Luis Racionero:

«las artes tradicionales –pintura, escultura, literatura– han dado de sí todo lo que podían y han tocado sus límites, su fondo y su forma, de modo que ya no pueden ser artes de vanguardia […] Se necesitan nuevas artes y nuevos sentidos […] ¿Cómo puede alguien suponer que el arte se ha acabado, cuando en realidad está ante un prodigioso principio?»

Poco después, la escasa atención prestada a este «nuevo arte» por parte de los círculos del arte contemporáneo es lamentada por el artista William Latham:

«Siento que es irónico que alguien pueda poner una aspiradora en una peana o colocar una cabeza de cabra en un recipiente de cristal y llamarlo arte; sin embargo cuando se utiliza un ordenador para crear arte, la gente cuestiona la definición. Es como si tan pronto como se utiliza el ordenador deja de ser arte»

El arte digital pasará así progresivamente de celebrar la tecnología a reflexionar sobre ella y en algunos casos emplearla como un medio para expresar preocupaciones muy humanas. Como si respondiera a las inquietudes de Latham, Montxo Algora afirma en 2008, con motivo de la exposición Máquinas y Almas en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía de Madrid:

«La exposición «Máquinas y Almas» trata de profundizar en el hecho de que, a comienzos del siglo XXI, arte y ciencia discurren por caminos paralelos. Y lo hace a través del trabajo de un grupo de artistas escogidos por su capacidad de aunar arte, tecnología, misterio, emoción y belleza. Todos ellos utilizan la tecnología digital como herramienta. Y en formas múltiples […] Pero sus ordenadores por sí mismos no crean. Y sin el sentimiento y la creatividad de sus autores, el arte digital no es nada. Como hablarle a un espejo.»

Viviendo en Cyberia

Entre las consecuencias de la revolución digital, tal vez la más fascinante sea su acelerada asimilación por parte de la sociedad, y cómo ésta crea nuevos mitos, cultos, rituales y fobias a partir del contacto diario con un número cada vez mayor de dispositivos electrónicos. Entre los cambios más patentes está la conciencia de no vivir aislados, sino permanentemente conectados y rodeados por la información que se genera en cada punto del planeta. Ya en 1990, Timothy Leary afirmaba:

«Estamos aprendiendo cómo entrar y movernos en Cyberia. Nuestros cerebros están aprendiendo cómo exhalar e inhalar en la esfera de datos»

Esa «esfera de datos» en la que en principio se realizaban tan sólo breves apneas, pasa a convertirse en una entidad de crecimiento exponencial, que ocupa cada vez más ámbitos de la vida cotidiana. Los dispositivos digitales son cada vez más asequibles y las redes de datos más ubicuas. La tecnología se hace cada vez más necesaria y su presencia es tan extendida que deja de ser observable. Como indica Mark Weiser en ArtFutura 2005: Objetos vivos, espacios sensibles:

«las tecnologías que más calan son las que desaparecen. Se entrelazan en el tejido de la cotidianidad hasta que se vuelven invisibles.»

Por otra parte, la información que nos rodea, generada por cada individuo y no ya por una élite con acceso a los medios de comunicación, se multiplica hasta ser incontrolable. La cantidad de información acumulada nos impide comprenderla o utilizarla, y por ello su gestión se convierte de nuevo en un reto. Como indica José Luis de Vicente en ArtFutura 2006: Estética de datos:

«Desde que generamos y recopilamos más montañas de datos, y lo hacemos casi en tiempo real, necesitamos sistemas que los representen y muestren dinámicamente las respuestas que ocultan. Así ha nacido el arte y la ciencia de la visualización de datos.»

Retomando las palabras de Leary, respiramos datos, que se acumulan en nuestra retina como las impresiones que fugazmente obtiene el visitante que recorre las salas de la Alhóndiga, fragmentos de una larga historia de visiones de futuro que ahora, en ese futuro que no se ha acabado de cumplir, retomamos en busca de un sentido.

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Las citas de este artículo han sido extraídas del catálogo ArtFutura XXI. Repasando el futuro, editado por AlhóndigaBilbao en 2011 (ISBN: 978-84-615-1689-6)

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