Google Art Project, en el museo imaginario

3 de febrero de 2011

Por Pau Waelder

Tras recorrer las calles de numerosos países y generar polémica por las variadas denuncias de invasión de la privacidad, Google lleva su tecnología Street View a las nobles salas de algunos de los más famosos museos del mundo. Google Art Project es la nueva aplicación de la empresa estadounidense que permite recorrer determinados pabellones de 17 pinacotecas, además de visualizar cientos de obras en fotos de alta resolución (14.000 millones de píxeles), lo que permite apreciar detalles que ni siquiera el artista pudo percibir al crear la pieza. Lógicamente, esta tecnología otorga preferencia a la pintura, puesto es posible aumentar la imagen pero no se puede, de momento, rotar un objeto o navegar por el espacio de una instalación.

Con una selección eminentemente clásica (la mayoría de las obras se sitúan entre el siglo XV y el XIX, además de la primera mitad del siglo XX) de obras maestras y entornos palaciegos, el proyecto de Google, pese a su avanzada tecnología, se adhiere a la concepción más conservadora de lo que debe ser un museo. Pasear por el espacio físico, algo necesario pero agotador para el visitante, resulta aquí un tanto absurdo puesto que precisamente lo que nos permite Internet es no tener que desplazarnos físicamente, pero por supuesto resulta vistoso y (al igual que ocurre con Street View) nos da la falsa sensación de «estar allí». Mirar, la única actividad permitida al visitante en el museo tradicional, se lleva aquí a la hipérbole de los gigapíxels, hasta un nivel en el que el rostro de la Venus de Botticelli se convierte en una superficie agrietada y misteriosa que recuerda vagamente a las fotos de la Luna. No es tanto el arte (o el Arte) lo que se celebra aquí como la inédita capacidad de la tecnología para aumentar nuestra visión más allá de lo que nos permiten nuestros sentidos y las normas del museo.

Si bien no deja de ser interesante percibir detalles que antaño sólo unos pocos restauradores tenían ocasión de apreciar, cabe preguntarse por qué necesitamos ver los poros de los lienzos de las grandes obras de la pintura universal (puesto que esto no nos ayuda necesariamente a entender las obras), aplicando sobre ellas un acercamiento obsceno. Obsceno, esto es, en el sentido en que Jean Baudrillard denuncia, en su conocido artículo El éxtasis de la comunicación, la sobreexposición del mundo:

“la obscenidad de lo visible, lo demasiado-visible, lo más-visible-que-lo-visible. Es la obscenidad de lo que ya no tiene ningún secreto, lo que se disuelve completamente en la información y la comunicación.” [1]

La obra expuesta a la alta definición se convierte así en «demasiado-visible», se vuelve incluso borrosa al ser escrutada en sus más ínfimos detalles, sin más sentido (para la mayoría de los usuarios) que el de la propia posibilidad de explorar cada uno de sus millones de píxeles.

Manuel Borja-Villel, director del MNCARS, afirma en una entrevista que con este sistema el espectador deja de ser pasivo y se convierte «en un agente». No obstante, no es esta interacción la que transforma el papel del espectador ante la obra de arte, sino que perpetúa las reglas del cubo blanco. Como indica Brian O’Doherty en su conocido ensayo Inside the White Cube, en el «cubo blanco» de la galería y el museo, ese espacio falsamente neutro destinado a la sacralización de las obras, el visitante deja de tener presencia propia para ser sustituido por un ente observante (el Ojo) y un ser anónimo (el Espectador), que se somete al discurso establecido por el espacio expositivo:

“Estar presente ante la obra de arte, entonces, significa que nos ausentamos en favor del Ojo y el Espectador, quienes nos indican lo que habríamos visto si hubiésemos estado allí.» [2]

En Google Art Project, el usuario, de forma aún más evidente, se ausenta del espacio del museo en favor de un Ojo de alta definición y un Espectador robótico que se mueve mecánicamente por las salas, en función de los recorridos que ha determinado previamente la institución. Incluso el Ojo está más limitado en este caso, puesto que percibe algunas obras de las salas como manchas borrosas, afectado de una miopía que le infligen los derechos de reproducción de ciertas piezas.

André Malraux, en su conocido ensayo Le musée imaginaire (1947), señala que al entrar en los museos las obras de arte sufren una «metamorfosis», pierden su sentido original y su contexto. Esto es tanto más cierto cuando podemos obtener la ilusión de pasear por las salas de un espacio que percibimos sin profundidad ni escala, y, más aún, examinar una obra con una proximidad para la que jamás fue concebida. La obra queda así doblemente descontextualizada, tanto por su reproducción como por la capacidad de ser examinada como si se tratase de una imagen de satélite. Esta es, en definitiva, la clave del acercamiento de Google a la experiencia del visitante del museo, el de una simple cartografía que se aplica por medio de unas herramientas creadas para otros fines.

Malraux indica que las reproducciones de las obras de arte han dado lugar a lo que describe como un «museo sin paredes». Las fotografías, los libros de arte facilitan un acercamiento sin precedentes al arte, permitiendo además que una misma obra sea observada por distintas personas en distintas partes del mundo de forma simultánea. Sus ideas prefiguran lo que ahora ha conseguido Google, la posibilidad de un museo virtual que tiene una larga historia de precedentes entre los que cabe recordar aquellos numerosos CD-ROMs que nos ofrecían visitas virtuales a pinacotecas emblemáticas como el Musée d’Orsay o el Louvre, además de los efímeros edificios virtuales erigidos en Second Life por algunos centros de arte hace unos pocos años. Este Google Maps de los museos revitaliza hasta cierto punto el concepto introducido por Malraux, pero pierde muchos de los aspectos más esperanzadores del «museo sin paredes», como son la posibilidad de acceder al arte sin pasar por la institución o establecer nuevas relaciones y contextos para las obras. La función de crear una colección propia a partir de las obras disponibles en Art Project sin duda es simpática y algunos se apresurarán a considerarla una forma de comisariado, pero no deja de ser una minúscula concesión al espectador para que crea ser algo más que un simple observador.

Sin duda lo más interesante que le puede pasar a Google Art Project, más allá de la loable promoción de los contenidos de los museos, es el posible uso que los artistas contemporáneos puedan hacer de él. De la misma manera en que ciertos artistas han creado obras con Google Maps y Street View, Art Project podría convertirse en una interesante plataforma para cuestionar el espacio sagrado del museo.

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[1] Jean Baudrillard. «The Ecstasy of Communication», en: Hal Foster (ed). The Anti-Aesthetic: Essays on Postmodern Culture. Seattle – Washington: Bay Press, 1993, 131.

[2] Brian O’Doherty, Inside the White Cube. The Ideology of the Gallery Space. Berkeley-Los Angeles-Londres: University of California Press, 1999, 55.

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Comentarios
Mariana7 de abril de 2011 a las 19:15

Muy interesante artículo. Nos hace pensar en lo aparente y engañoso que puede ser ese poder que nos ofrece la tecnología.

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