La enseñanza y el aprendizaje del trabajo social sanitario en el segundo cuarto del siglo XXI: la Ética como bastión
28 julio, 2025Uno de los retos de la formación ha sido siempre despertar en cada estudiante el entusiasmo y la motivación para aprender; procurar que sienta y experimente el placer de comprender el conocimiento y la satisfacción de aplicarlo. Son aspiraciones virtuosas, muy alejadas del mero aprobar como sea, solo para obtener un título.
La titulitis, palabra frecuente en los medios estos días de julio, atraviesa todas las capas sociales, sin embargo, es la misma sociedad la que con sus baremos y prejuicios intoxica desde hace años el noble acto de aprender y formarse en un contexto formal o informal. Más que lo aprendido lo que importa es el título o títulos obtenidos. El título académico, entre otros, reconoce un aprendizaje que se ha dado para ejercer una práctica profesional. En el caso del trabajo social sanitario, como en las otras profesiones del sistema sanitario, avala competencias para desarrollar las funciones «asistenciales, investigadoras, docentes, de gestión clínica, de prevención y de información y educación sanitarias».[1]
¿Dónde queda la autodidáctica en este escenario?
¿Qué ocurría antes de los títulos? El trabajo social sanitario cuenta con un título universitario desde 2013. ¿Qué ocurría antes? Una vez superada la diplomatura o el grado general, la formación específica corría a cargo de cada profesional, mediante cursos, seminarios, estancias en centros extranjeros, lecturas especializadas, etcétera, pero ello como mucho se acreditaba mediante un certificado o las capacidades adquiridas evidenciadas en el día a día cuando se ejercía en el hospital o el centro de salud.
Los chatbots generativos y la ética
Estos pocos años, sin embargo, el panorama universitario ha cambiado radicalmente. Hoy se convive con chatbots generativos. Así pues, si alguien quiere romper los códigos éticos con malas prácticas, hoy lo tiene fácil, mucho más que hace tiempo.
Todas las dimensiones y áreas sociales se ven comprometidas por la ética, o falta de ella.
La ética es individual, rige nuestros comportamientos, nuestras decisiones, nuestros actos diarios y comunes. En un contexto universitario cada vez más abierto, menos restrictivo, la ética lleva a cada estudiante a abrazar «lo bueno», «lo benéfico», «lo correcto» del aprendizaje. Pero no solo, el equipo docente también se debe a la ética y la nobleza propia del enseñar y, aunque sea docente, también aprender.
La ética se aquilata en la interioridad de la persona. Sea cual sea su rol, la siente, lo la convierte en un ser íntegro. La persona no varía su comportamiento en función de si la ven o no la ven, de si se sabrá o no se sabrá que ha protagonizado tal o cual acción, reprobable o virtuosa.
¿Cómo somos cuando nadie nos ve?
Este es el quid. ¿Importa que nos vean o no?
Es difícil que alguien se declare abiertamente proclive al robo, pero si se encuentra un botín de miles de euros ¿lo lleva a la comisaría o se lo queda? ¿lo lleva porque alguien está mirando? ¿Se lo queda porque nadie se ha dado cuenta? Estas preguntas, hace años originaron un vivo debate en el aula de la Universidad de Barcelona. Había estudiantes quien justificaba quedarse con el maletín si no lo veía nadie… otra justificación para quedarse con lo encontrado era que no había la seguridad si se entregaba en comisaria, u objetos perdidos, de que lo fuera a recuperar la persona que lo había perdido… hubo muchas versiones y enfoques, pero al final el asunto se desvió a si la oficina de objetos perdidos era de fiar o no. Otro grupo numeroso se inclinaba a entregarlo en comisaria u objetos perdidos sin pensar en lo que ocurría después. Fue un debate interesante.
El ejemplo anterior es bastante ilustrativo. Léase el siguiente.
En la universidad, un estudiante genera un texto con un chatbot y asume la autoría. Lo presenta y pasa sí, se justifica en que no tiene tiempo. Además, ha escuchado que es difícil que las herramientas de plagio convencionales detecten los trabajos realizados mediante chatbots generativos. ¡Ah! Lo hace en secreto y es difícil que lo descubran. En realidad, lo justifica porque no está copiando de otro ejercicio entregado por otro alumno o alumna, el chatbot lo genera en exclusiva para él. ¿Y?
Son muchos los actos «reprobables» que lo son en su naturaleza. La privacidad, la intimidad, actúan de burbuja aislante con el exterior: «nadie lo sabrá».
¿Si se supiera sería distinto? Entonces la comunidad, el entorno, esgrime sus valores y reprueba el acto. Los valores se substancian en la esfera social de la costumbre, del hábito. Entonces es la opinión pública la que juzga y prejuzga, que acepta o rechaza, más que lo que se hace y deshace, el cómo se ha hecho o deshecho, el camino recorrido. En otro contexto, el jurídico, las pruebas pueden ser determinantes, pero si se han obtenido sin garantías, no se pueden usar.
En otros tiempos el «qué dirán» prevenía muchos comportamientos indignos.
La ética se construye fuera de las subjetividades, se sostiene fuera de los «depende», o los «quizás» o los «según». La ética habita dentro del Ser, anida en lo inmutable, desprende la verdad de lo correcto y lo incorrecto, la verdad que se sincroniza dentro de cada individuo.
Cuando se llega a la universidad, el corpus ético debería estar formado, pero…
Año tras año se dan comportamientos relacionados con la falta de ética, a veces, sin conciencia de ello, sin intención. Por ejemplo, una pregunta habitual sobre el plagio es: «¿si leo un texto y lo reescribo con mis palabras, es plagio si no lo cito? Porque el texto resultante lo he escrito yo». ¿Cómo?
Todo ello pone de relieve que desde la universidad se debe despertar ese sensor interior que fomenta la ética y que, pasada la fase de estudiante, guía el buen hacer profesional.
En el segundo cuarto de siglo XXI la ética supone un gran reto para el aprendizaje, pero también para la enseñanza.
Las sociedades desarrolladas lo son porque sus miembros obran dentro de la ética. Viven en un clima de confianza mutua. Se puede engañar, pero no se engaña; se puede robar, pero no se roba; se puede plagiar, pero no se plagia. La ética ilumina cada mínimo acto, para que el estado del bienestar, la democracia, la formación universitaria sea creíble, genere confianza, no implosione.
¿Cómo si no se puede resolver el conflicto que genera la elaboración de ejercicios y pruebas de evaluación de competencias mediante tecnologías de inteligencia artificial? La regulación en el uso es individual. Cada cual obrará éticamente. Los equipos docentes deben poder confiar en el alumnado que no rompe la confianza, aunque pueda.
La deriva que toman las circunstancias que bordean el acto de aprender y el acto de enseñar hoy, cuando las tecnologías de chatbots generativas arrasan, requiere la ética de las partes, de quien enseña y de quien aprende. No hay otra alternativa.
Barcelona, 28 de julio agosto de 2025
Dolors Colom Masfret, directora Científica del Máster Universitario de Trabajo Social Sanitario
[1] Ley 44/2003, de 21 de noviembre, de ordenación de las profesiones sanitarias.