Retórica del poder en el Próximo Oriente

19 de julio de 2016

Legitimar la desigualdad radical que, a todos los niveles, existe entre un rey y la gran mayoría de la población requiere, ahora y siempre, de la producción de un discurso que justifique esa situación social objetivamente injusta.

La Antigua Mesopotamia, en tanto que civilización prístina, nos ofrece la posibilidad de analizar uno de los discursos de legitimación del poder más antiguos de la humanidad. La aparición de la jerarquización social, la ciudad y el estado estuvo inevitablemente acompañada de la creación de un poderoso discurso, originado desde la élite, y destinado a garantizar la aceptación social del dominio de unos pocos privilegiados sobre el resto de la población.

De esta forma, en Mesopotamia, ya desde finales del cuarto milenio a.n.e., se desplegó una batería de argumentos ideológicos que justificaban la existencia de la monarquía como institución básica gobierno. En un primer momento, esos argumentos fueron sobre todo religiosos. Así, los reyes sumerios ocupaban su lugar privilegiado en la pirámide social a causa de su decisiva proximidad con las divinidades. Reyes por la gracia de los dioses.

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Más tarde, con la incorporación del elemento semítico (acadio), se añadieron nuevas ideas que enriquecieron la potencia del discurso legitimador. A partir de entonces, el rey no únicamente era alguien escogido por los dioses. También era un individuo óptimo, especialmente en la batalla. El rey era un héroe conquistador. Guerrero perfecto. Personaje de leyenda.

La acumulación en la figura del rey de virtudes, religiosas primero, heroicas después, intelectuales más tarde (ya en época de la Tercera Dinastía de Ur) culminó con un paso decisivo: el proceso de divinización. La calidad individual del rey en esos momentos alcanzó un nivel tal que lo situaba ya no debajo, sino al lado de los dioses. Naram-Sin y los reyes de Ur III recorrían así un camino que antes solo se había imaginado. Aquellos reyes se proclamaron dioses, esgrimiendo lo que parecía un argumento de una potencia ideológica incontestable. El ejercicio de poder ya no recaía sobre un privilegiado, escogido por los dioses. Lo encarnaba un dios en la tierra.

No obstante, la realidad social mesopotámica, siempre dinámica, activa, supo dar réplica a esa idea del rey-dios. El rechazo y abandono de aquella práctica, ya a principios del segundo milenio, dio lugar a nuevos argumentos de mayor contenido social. Así, los reyes amorreos ya no justificaban sus privilegios únicamente a partir de la religión o la guerra. La justicia social, la protección de los débiles, los desamparados, la capacidad para el buen gobierno, fueron nuevas ideas esgrimidas para dotar a las monarquías mesopotámicas de un nuevo rostro, de un rostro humano.

En cualquiera caso, religión, guerra, política, justicia social… A pesar de los milenios transcurridos, todavía seguimos allí, en Mesopotamia.

Para saber más:

Por Jordi Vidal, Docente de la asignatura Retòrica del poder i imperis mesopotàmics

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Autor / Autora
Máster universitario online la Mediterránea antigua.
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