Ética y Big Data

10 diciembre, 2015

El otro día pude ver Selma, la película que cuenta la historia sobre el derecho efectivo a inscribirse en el censo electoral de las personas negras de esa ciudad de Alabama. La acción transcurre en 1965, y no pude evitar preguntarme hasta dónde habría podido llegar Martin Luther King Jr. con una cuenta en Twitter.

Esta es la más evidente de las ventajas de las redes sociales, facilitan la visibilidad de los conflictos e injusticias y tienen un alcance, aparentemente, universal.

La otra cara de la moneda es que estas herramientas no son únicamente eso, herramientas para sus usuarios, sino que son un floreciente negocio para quienes gestionan la ingente cantidad de datos que se producen gracias a nuestras interacciones en la red.

En 2012 ya se consideraba que el 90% de los datos disponibles entonces se habían producido en los dos años anteriores. Facebook, Google, Twitter, Apple, Android, Amazon y otras muchas cuyos nombres no nos resultan tan familiares, acumulan cada día millones de datos que los individuos les cedemos con el simple uso de sus aplicaciones o sus aparatos.

Hablamos de Big data, una cantidad de datos difícilmente manejable mediante los protocolos habituales de gestión de datos, como SQL. Una eclosión que está, literalmente, modificando las condiciones del “contrato social”. Los ciudadanos ya no pactamos las condiciones de nuestra seguridad con el Estado, sino con nuestro proveedor de datos, con quien nos da acceso a la red.

La cuestión estriba ahora en estimar el alcance de nuestro acceso a las cláusulas de dicho contrato y en dilucidar si nuestra posición como sujetos morales es bien como ciudadanos o como clientes y/o proveedores. Todo apunta a que lo que venimos considerando como una Ética de los Big data deberá considerar como sujeto una combinación de estos tipos.

Esta nueva situación interpela, debe hacerlo, del mismo modo a las organizaciones. La ética de los negocios, Business Ethics, lleva décadas de ventaja en la resolución del conflicto sobre si se deben confiar las decisiones éticas que afectan a la empresa, y al resto de sus grupos de interés, únicamente a los criterios morales de sus directivos y/o empleados o si la empresa debe desarrollar una cultura ética específica que asista en la toma de decisiones.

En tanto que almacenar, gestionar y utilizar datos (en muchos casos con fines lucrativos), plantea problemas relativos a la propiedad, la privacidad, la identidad, y la reputación, ya no es posible eludir los componentes éticos de esta novísima acción humana relacionada con los datos. Las grandes corporaciones, sin embargo, van a rueda de las denuncias, y las denuncias a su vez de una legislación que en muchos casos no es específica.

Salvo en el ámbito académico (del 2012 al 2015 se han triplicado los papers que atienden este problema) nadie más parece tener especial prisa por incorporar la Ética al paisaje de los Big data. Y parece urgente. Como muestra, un botón: tras los atentados del pasado día 13 de noviembre en París, el grupo Anonymous ha decidido declarar la guerra al Estado Islámico, asegurando tener capacidad para hackear sus sistemas.

De hecho, esta misma semana, ha liberado información sobre cuentas de Twitter relacionadas con el ISIS. De acuerdo con los códigos éticos que manejamos actualmente, ¿debemos considerar a la gente de Anonymous como héroes o como villanos?

Rosa Colmenarejo es profesora de la Universidad Loyola de Andalucía y colaboradora del Máster en Business Intelligence y Big Data de la UOC. Es doctora en ética aplicada y su investigación se centra actualmente en los aspectos éticos del Big Data. Este post ha sido publicado previamente en el blog de la Universidad Loyola.

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Comentarios
Elizabetth25 mayo, 2018 a las 7:19 pm

Como contribuciones problemáticas de las tecnologías de la información, está el papel que juegan en la globalización de la economía, las fusiones empresariales o en el aumento continuo del abismo entre los países desarrollados y en desarrollo.

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