“Quizás lo que nos toca hoy es aprender a pensar de nuevo la finitud” — Entrevista a Marina Garcés

11 julio, 2019

Os compartimos una conversación con Marina Garcés, filósofa y directora del Máster de Filosofia para los Retos Contemporáneos de la UOC, sobre las crisis que atraviesan nuestro tiempo y la importancia de dejar de segmentar el conocimiento para abordar los conflictos actuales.

Los retos contemporáneos — Entrevista a la filósofa y profesora Marina Garcés

La cuestión que atraviesa nuestro tiempo

Yo pienso que todos los retos de nuestro tiempo, que son muy variados y de ámbitos muy diferentes, pasan todos ellos por una misma cuestión, que creo que es a la que nos enfrentamos en estos momentos, que es la pregunta: ¿qué es vivible?

La humanidad de alguna forma se ha desarrollado culturalmente, tecnológicamente, en todos sus aspectos, combatiendo la muerte. Nos hace humanos precisamente este largo combate con la muerte, con la muerte en todos sus aspectos. Quizás lo que es específico de nuestro tiempo es que estamos no solo combatiendo la muerte, sino que estamos generando, estamos haciendo invivible la vida. La vida para el conjunto de la humanidad y para el resto de seres con los que compartimos el planeta, y de forma muy desigual para diferentes segmentos, sectores y ámbitos de la población mundial.

Descentralizar el individualismo

El individualismo es precisamente la base de esta negación del mundo como mundo común. El mundo no puede ser solo un conjunto de recursos, no puede ser solo un conjunto de materias, no puede ser solo un escenario, no puede ser solo una base. Es un conjunto de ecosistemas, si hablamos de cuestiones ambientales; es un conjunto de relaciones, si hablamos de política; si hablamos de cultura, si hablamos de cuestiones que parecen privadas, como la ética o la moral, es también un conjunto de sistemas de valores, unos sistemas culturales.

Todo esto, cuando el individuo fagocita, privatiza la vida, el mundo se agota. Y esto lo estamos viviendo, creo que es uno de los principales retos de nuestro tiempo, en todos los planos de la vida. Hablamos de agotamiento de los recursos, pero hay muchas otras dimensiones de este agotamiento que nos hacen tocar los límites de una civilización. Esta crisis civilizatoria de la que se habla mucho hoy no es solo que Occidente, que Oriente o que esta civilización o que esta otra hayan entrado en conflicto. Con lo que entramos en conflicto es con la propia idea de los límites de un mundo. Cómo aprender a percibir estos límites, cómo aprender a relacionarnos de forma igualitaria, justa y compartida con estos límites, cómo compartir realmente esta idea de mundo, de mundo común, en el que este individuo puede dejar de ser solo un individuo y reencontrar sus vínculos sociales, culturales y materiales con el resto de seres, humanos y no humanos, que compartimos la vida en este planeta.

Los límites del progreso y el futuro

El capitalismo nos ha hecho creer que el progreso es crecimiento ilimitado. Este es el principio básico del capitalismo, su ley sagrada sería esta. Que la economía funciona si crece ilimitadamente y que, por lo tanto, el futuro es el sentido de este crecimiento ilimitado, que el futuro es lo que siempre está más allá, indefinidamente más allá, que siempre, como una especie de línea, a la que podemos irnos acercando sin llegar nunca, creciendo sin llegar nunca, aumentando recursos, gasto, ranquin, sea el que sea, tiene valor, si crece ilimitadamente. No hace falta saber mucha filosofía para entender que este principio es contradictorio con las propias condiciones de la vida, que es finita, la de cada uno y la del conjunto del planeta, que también es finito. Quizás lo que nos toca hoy es aprender a pensar de nuevo la finitud, y la finitud significa los límites, pero los límites no necesariamente son imposiciones, son imposiciones si estos límites los controla alguien, pero son condiciones de vida si estos límites los pensamos de forma colectiva y de forma compartida. ¿Hasta dónde podemos ir viviendo como vivimos? ¿Hasta dónde podemos llegar consumiendo como consumimos? ¿Hasta dónde podemos vivir si nos creemos ilimitados en un mundo finito? Estas preguntas son las preguntas de nuestro tiempo, son estas precisamente las que tienen que ver con la pregunta para la vida vivible. Y el crecimiento ilimitado o el futuro como horizonte infinito de progreso han mostrado hoy, y las heridas de nuestro tiempo son la prueba de esto, heridas humanas, heridas ecológicas, heridas íntimas, heridas de salud, heridas ambientales, nos están mostrando que estamos rompiendo precisamente las condiciones para pensar un futuro mejor.

Para mí la filosofía es una herramienta impresionante e inagotable de combatir los miedos, de ir hasta donde se nos ha dicho que no podíamos pensar, de transgredir monopolios y, por lo tanto, de abrir las cajas negras de nuestro tiempo.»

Marina Garcés, filósofa y directora del Máster de Retos Contemporáneos de la UOC

Los problemas de nuestro tiempo

Las crisis que atraviesan y caracterizan nuestro mundo no son solucionables solo desde respuestas técnicas. Esta es la gran falacia de esta visión que ha caracterizado tanto la modernidad, que es pensar que la técnica nos salvará. Que está en manos de los tecnólogos venir a dar las soluciones que nuestro mundo necesita. Solo con técnica y solo desde respuestas técnicas no resolveremos los problemas de nuestro tiempo, porque lo que necesitamos sobre todo es formular bien estos problemas.

Por lo tanto, necesitamos mucho, pienso, en estos momentos, de las humanidades, de la cultura, de las artes, de la filosofía, del concepto, del pensamiento teórico y de la reflexión, no solo para correr a encontrar soluciones, sino para parar un momento a plantear bien los problemas, a formular-los de manera adecuada, ver qué hay detrás, dónde se aguantan y cuántos prejuicios o visiones, muchas veces parciales, de la realidad contienen, para formular bien cuál es el sentido, y cuál es el valor de las propuestas que a partir de aquí podemos encontrar, desde muchos campos, entonces sí, del saber, de la ciencia, de la técnica, pero siempre desde esta condición de poder preguntarnos por el sentido y el valor de las propuestas que hacemos, de las condiciones que las sostienen y, por lo tanto, también, de la necesidad de formular bien los problemas que queremos abordar.

Necesitamos que cualquier ingeniero, médico, jardinero o maestro entienda bien, y eso quiere decir que comprenda, que se haga cargo de cuál es el mundo en el que se inscriben aquellas prácticas y aquellos saberes. Esto no quiere decir ser todos generalistas, no significa quedarnos todos con un poquito de cada cosa, sino que significa tener maneras, y yo creo que estamos trabajando en diferentes ámbitos para esto, para hacer que los contextos de experiencia de cada uno de los saberes se integren y se relacionen. Es el reto que ahora mismo tienen las universidades, pero también las escuelas, porque esto hay que empezarlo por abajo, no podemos cortarlo todo durante el camino escolar para luego recomponerlo desde arriba, es decir, es un trabajo que tenemos que hacer de forma compartida, desde la escuela hasta la universidad, así como en todos los otros espacios de la vida social donde hoy se dan los aprendizajes, que no son solo el sistema escolar y el sistema universitario, sino el conjunto de puestos y de relaciones donde hoy en nuestra sociedad estamos aprendiendo, y por lo tanto estamos poniéndolos en relación, y estas relaciones deben ser integradoras, deben ser comprensibles, deben ser críticas, sino no pueden serlo, y deben hacer posible que desde cada una de ellas estemos participando.

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Las costuras del conocimiento

El campo del conocimiento de nuestro tiempo es que hemos confundido la especialización, que para ciertas cosas es necesaria, con la segmentación y la ceguera y la sordera entre disciplinas. El problema empieza cuando segmentamos y cuando convertimos determinados saberes en autorreferenciales, en discursos que solo se hablan a sí mismos, y que se vuelven ciegos a la hora de percibir cuál es su relación con el mundo en el que se inscriben, con la sociedad con la que intervienen, con aquellos con los que realmente están implicados en las consecuencias de aquellas prácticas o de aquellos saberes.

Esto es una tendencia creciente, por desgracia, y es la que debemos combatir. Pero también hay indicios, y creo que por eso estamos aquí hablando de proyectos como los que estamos emprendiendo ahora, indicios bastante distribuidos, bastante amplios, aunque no dominantes en estos momentos, de empezar a reabrir estas costuras tan cerradas, a recorrer y explorar estos intersticios entre lenguajes, entre mundos, entre conocimientos, entre instituciones y entre diferentes ámbitos de la sociedad, también entre clases sociales, entre géneros, de formas diferentes de vivir el mundo, que no renuncias, y que no se resignan a quedar encerradas en pequeñas burbujas a la defensiva, o en pequeñas burbujas de autocomplacencia o en pequeñas burbujas también de exclusión, porque se dan todas estas formas.

A veces pensamos que solo nos podemos acercar al mundo académico, pues, para hacer una trayectoria individual, o currículo personal, una especie de carrera de obstáculos hasta un posible doctorado, o no, pero en realidad, si algún valor tiene la institución universitaria es que sea un espacio de encuentro, un lugar donde ir al encuentro de lo que no sabemos, tanto del conocimiento, que vamos a aprender, a estudiar, a compartir, como también, sobre todo, de los otros, de aquellos con quienes compartiremos aquellos aprendizajes. Esta dimensión está muy neutralizada al espacio académico y universitario. Cada vez es más un espacio de circulación y nosotros queremos revertir, precisamente, esta tendencia tan individualizadora, tan privatizadora también del estudio y del conocimiento, porque pensamos que el principal valor de ponernos a pensar es poder pensar cada uno con los demás, si no, no hay pensamiento ni problemas comunes. Hay teorías que pueden ser más o menos privadas, pero no hay pensamiento.

El pensamiento siempre implica este «entre» y este «entre» hay que construirlo. Hay que dar herramientas, en este caso mediadas por la virtualidad, que tiene unos límites pero que también tiene unas potencialidades. Nos podemos encontrar con gente de territorios, contextos y ámbitos de experiencia más variados, y por lo tanto todo está pensado en la forma en la que hemos imaginado las asignaturas, los recursos, las actividades, con el fin de potenciar esta dimensión compartida del pensamiento y del aprendizaje, hacer una comunidad abierta de gente que se encuentra para compartir lo que necesita pensar y que no sabe cómo terminar de pensar y que, a partir de ahí, puedan surgir propuestas, proyectos, investigaciones, pero también intervenciones activas, prácticas, en diferentes ámbitos de la sociedad y de nuestro entorno.

¿Estamos dispuestos a ser parte de una vida invivible o podemos comprometernos desde cualquier ámbito de la vida, de la sociedad y del saber a hacer más vivible esta vida y para el conjunto y de forma compartida para el conjunto de los seres que vivimos en este mundo?

Marina Garcés, filósofa y directora del Máster de Retos Contemporáneos de la UOC

Filosofía para los retos contemporáneos

Para mí la filosofía es una herramienta impresionante e inagotable de combatir los miedos, de ir hasta donde se nos ha dicho que no podíamos pensar, de transgredir monopolios y, por lo tanto, de abrir las cajas negras de nuestro tiempo.

El Máster de Filosofía para los Retos Contemporáneos en lo que ha apostado es por hacer de la filosofía un espacio común, un espacio de interpelación, un lugar de encuentro y no una disciplina cerrada solo para filósofos. Entender que la filosofía es una herramienta; una herramienta que nos da conceptos, nos los da y nos permite crear otros nuevos, también, porque la filosofía es creativa. Creativa de conceptos que nos permitan, pues, desarrollar precisamente toda esta exigencia de comprensión de un mundo que nos cuesta pensar, que no sabemos dónde nos lleva, que tiene más interrogantes que respuestas, donde las crisis despiertan miedos que, si los pensamos, los analizamos, los diseccionamos y pensamos de otra forma, pueden ser atravesados, pueden ser combatidos, pueden ser disueltos. La filosofía, con todas estas herramientas, lo que nos permite es poner en juego diferentes saberes, disciplinas y prácticas. Es un máster que invita tanto a profesores como a estudiantes a trabajar desde diferentes ámbitos del saber con la filosofía como herramienta, como una herramienta común, como una práctica compartida, como una forma que tenemos, en nuestra tradición, de generar espacio público desde el pensamiento.

Hemos establecido diálogos y contactos con la Universitat Politècnica de Catalunya, por un lado, porque es uno de los principales entornos donde están desarrollándose algunas de las tecnologías y prácticas científicas que más tienen que ver con alguno de los retos de nuestros tiempos, ya sea por cuestiones ambientales o tecnocientíficas y todas sus implicaciones —también— sociales y políticas, que muchas veces los estudios técnicos no incorporan y que son inseparables de cualquiera de los retos, ya sean, por ejemplo, tecnológicos, ambientales o científicos, de nuestro tiempo.

También estamos trabajando con instituciones no universitarias. En esta dirección hemos empezado a trabajar también en Barcelona con el Centro de Cultura Contemporánea, que coincide plenamente con los ejes y líneas de trabajo que nos estamos planteando nosotros. Y en Madrid con Medialab Prado, que es otra institución donde la relación entre cultura, ciudad y tecnología se experimenta y se explora para que sea la propia ciudadanía quien genere convocatorias, quien genere programas, quien genere proyectos y quien los lleve a cabo.

Mundos que necesitan pensarse juntos

Creo que hay insatisfacción y un deseo a la vez que está llevando a mucha gente a explorar caminos por los que nuestras instituciones en este momento no están suficientemente preparadas. Siguen funcionando por disciplinas cerradas, siguen funcionando por lógicas como decíamos ahora de autorreproducción y, por lo tanto, de legitimación, de formas de hacer ya legitimadas, cómo salir de ellas, cómo atrevernos a transgredir estos límites, a insubordinarnos de alguna manera ante estos espacios acotados del pensamiento. Creo que cada vez más hay personas que arriesgan parte de su trayectoria, de sus currículos, de su forma de estar en la academia, para dar este tipo de pasos, para buscar esos caminos en las fronteras y más allá, y para empezar a pensar mundos que necesitan pensarse juntos.

Si el mundo deja de ser el mundo para convertirse en el escenario solo de vida y de historias individuales, acaba ocurriendo lo que estamos viendo en nuestros tiempos: el propio agotamiento del mundo y de todas las relaciones que hacen que este mundo sea vivible, en cada uno, pero en cada uno integrado de relaciones, interdependencias y condiciones que nos hacen posibles la vida.

¿Estamos dispuestos a ser parte de una vida invivible o podemos comprometernos desde cualquier ámbito de la vida, de la sociedad y del saber a hacer más vivible esta vida y para el conjunto y de forma compartida para el conjunto de los seres que vivimos en este mundo? Pienso que esta es la pregunta. Si hablamos de ecología, si hablamos de envejecimiento, si hablamos de alimentación, si hablamos de instituciones políticas, si hablamos de desigualdad, si hablamos de expulsiones, si hablamos de expropiación, si hablamos de desahucios, si hablamos de guerra. Todo esto, que serán los temas que atravesarán muchas de las propuestas de estudio de este máster, si hablamos de todo esto, es porque de alguna manera hemos tocado los límites de lo vivible, incluso cuando estamos vivos. Y no es suficiente con estar vivos. Debemos hacer que esta vida sea digna, que quiere decir que sea vivible para el conjunto del mundo.

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