Psicologización de las mujeres y reescritura: Emily Brontë, Charlotte Brontë, Jean Rhys

25 abril, 2018

#recercaEAiH

Por Marta Puxan-Oliva  — Investigadora postdoctoral en Estudios de Artes y Humanidades de la UOC

A Culture and imperialism [Cultura e imperialismo] (1993) Edward Said traza un hilo de Ariadna en busca de un misterio indescifrable: la dificultad de identificar la factura de las ideologías que nos rodean y sus efectos. Pasando por autores tan conocidos y tan diversos como Jane Austen, Joseph Conrad o Albert Camus, Said muestra cómo estas escritoras y escritores se sitúan en los límites del abismo entre la comprensión crítica y la conformación de las ideologías.

El caso de Camus, por su labor desde posiciones políticas a la izquierda, es iluminador de esta perspectiva. Para Said, Camus es capaz de identificar la injusticia en el tratamiento de los argelinos respecto a los de la población francesa o europea en Argelia, pero no es capaz de llegar a apoyar la independencia de la colonia francesa. Su escritura literaria, en obras como L’étranger [El extraño] o La peste [La peste], capta el problema de manera oblicua, pero no consigue llevarlo más allá para transformarlo en un pensamiento que supere el legado y el lenguaje colonial.

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«Pintura de las hermanas Brontë, Anne, Emily y Charlotte (cerca de 1834).»

            La ideología de género, que en tantos aspectos se acerca a los presupuestos y estrategias retóricas de la ideología colonial, se consolida en términos similares. Autores como Emily Brontë a Wuthering Heights [Cumbres borrascosas] (1847) o Charlotte Brontë Jane Eyre (1847), conscientes ya de la situación opresora de las mujeres en la sociedad inglesa del siglo XIX, encuentran elementos para representar los estados límites al que se ven abocadas sus figuras literarias. Un caso claro es el de Catherine, el personaje central de Wuthering Heights. Atrapada en la pasión por su hermanastro huérfano Heathcliff, ella misma lo rechaza por su estatus social. Catherine sigue los principios victorianos que ha aprendido recientemente en el camino que la conduce hacia el modelo de «el ángel del hogar», («the angel in the house», tal y como la discutió Virginia Woolf). Las consecuencias nefastas de esta entrada al mundo adulto en los únicos términos en que esto se entiende socialmente, la conducen a unos estados de delirio casi psicótico. Estos se producen cuando, preñada del marido que no ama, siendo la imposibilidad de desarrollar su pasión por el hombre que quiere, y se encuentra literalmente cerrada en lo que el resto de personajes, incluida la narradora Nelly, consideran el ambiente doméstico estable, seguro, sano. Recluida en la habitación durante un brote, en parte causado por la falta de alimentación y descanso, Catherine abre ventanas, devuelve al mundo de la infancia y se ahoga en la prisión de la casa victoriana. De esta, no se saldrá, y morirá dando a luz una criatura prematuramente.

Sandra Gilbert y Susan Gubar identificaron esta otra figura femenina en la literatura victoriana, a la que llamaron «the madwoman in the attic» [la mujer loca encerrada en el ático], como producto de la sociedad que la engendra, en oposición al ángel del hogar. La figura tiene también un caso tal vez más conocido en el personaje de Bertha Mason, primera mujer de Mr. Rochester a Jane Eyre de Charlotte Brontë, que aparece en la novela cerrada en el ático por su supuesta locura, y en la que sólo se siente en forma de gritos y risas estridentes. Bertha acaba muriendo en un intento de incendiar la casa donde permanece confinada.

La mujer encerrada en el ático es, pues, una figura que en parte ayuda a expresar disconformidad – una disconformidad que, por ejemplo, las novelas de Austen no muestran – con unos valores la agresividad y la fuerza de los que es ya evidente a mediados del siglo XIX. Ahora bien, la expresión de esta rebelión en un enloquecimiento producido por la presión patriarcal es también, desgraciadamente, contraproducente. Como apuntó Nancy Armstrong, la atribución de la locura a la mujer contribuye a consolidar la esfera doméstica victoriana y la psicologización de las mujeres, a quienes se las asocia con una enfermedad de unas enormes connotaciones morales negativas en la época. Es por ello que, muy fácilmente, la misma figura de rebelión participa también de la construcción de una ideología que, en la línea de lo que apuntaba Said, tal vez no es inmediatamente clara para sus contemporáneas.

«Traducción catalana de Wide Sargasso SeaL’ampla mar dels Sargassos (Barcelona, ​​Ediciones 62, 2007)»

            Sí lo fue, en cambio, para la caribeña Jean Rhys que, un siglo más tarde, en 1966, pensó mejor «la mujer loca en el ático» en Wide Sargasso Sea [El ancho mar de los Sargazos] . Rhys no sólo reescribió Jane Eyre para ofrecer la historia de la Bertha brontiana en su pasado de abuso psicológico, físico y social por parte del marido a Jamaica, sino para darle voz, en una narración modernista en primera persona donde también la supresión de la palabra en momentos claves muestra la sustracción masculina de la versión femenina de los hechos.

De alguna manera, la historia de Bertha de Brontë era, todavía, una historia contada en el lenguaje de los hombres, si bien ya buscaba un punto de ruptura. Pero había que la narración del confinamiento y el incendio desde dentro a Wide Sargasso Sea por, en reescribir desde las cenizas, denunciar la psicologización ideológica de las mujeres. La reescritura de la figura victoriana de «la loca del ático» de Rhys nos ayuda a pensar la necesidad de revisar en todo momento los mecanismos ideológicos del contexto que vivimos, los que observamos desde los límites, sabiendo que estamos dentro pero con la capacidad de detectarlos, como mínimo, como problemas. Y es que la psicologización no es, todavía hoy, un poderoso instrumento al servicio de la discriminación y la desigualdad de género que padecemos?

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