Medea y las víctimas vicarias

15/09/2025
Medea, de Germán Hernández Amores (1887) – Museo del Prado Medea, de Germán Hernández Amores (1887) – Museo del Prado

Introducción

El modelo de la tragedia griega ha tenido gran influencia en muchas manifestaciones culturales hasta la actualidad. La filosofía y la psicología han adoptado (y adaptado) personajes de obras de Esquilo, Eurípides, Sófocles u otros autores clásicos para explicar comportamientos y formular síndromes o complejos. La actual criminología de base científica se encuentra ante el reto de revisar la utilidad que puede tener este legado cultural para comprender problemas que son los mismos de siempre pero se presentan en nuevos contextos. Nos vamos a preguntar, concretamente, si Medea, la mujer que mató a sus hijos para vengarse de Jasón, en la versión de Eurípides sobre este personaje mítico, aporta algo a la comprensión de cuestiones actuales relacionadas con la victimización infantil o la violencia en el ámbito familiar o de las relaciones íntimas.

La obra

La obra de Eurípides narra la leyenda de Medea, una hechicera de noble estirpe, semidiosa, quien para vengarse de Jasón mató a su rival y al padre de esta, Creonte, rey de Corinto, y después a sus propios hijos. Antes Jasón la había abandonado para casarse con la hija del rey y Creonte la expulsó, por miedo (fundado) a su venganza. Aún con anterioridad, Medea había cometido ya homicidio para poder unirse a Jasón, y había sido rechazada por su familia.

Al principio de la obra, la Nodriza predice la desgracia: Ella odia a sus hijos y no se alegra de verlos, y temo que vaya a tramar algo inesperado, pues su alma es violenta y no soportará el ultraje. La mujer se muestra afligida ante la desmesura de Medea: Ay de mi desventurada!  ¿Y qué parte dices que tienen los hijos en la culpa del padre? ¿Por qué los odias? (…) Son de temer los designios de los reyes y es porque poco dados a obedecer y mucho a mandar les cuesta mucho alterar sus humores. 

La Nodriza es el típico personaje subalterno que ve la realidad que no pueden o no quieren ver los poderosos o los que están afectados por delirios de grandeza. Es un arquetipo que revive en la modernidad, en personajes como Sancho Panza, Leporello en Don Giovanni o Brangäne o Kurwenal en Tristán e Isolda.

En la obra de Eurípides, Medea es el personaje central; en torno a ella gira toda la acción. La mujer concibe el propósito de matar a sus hijos porque no soporta el dolor que le ha causado la traición de Jasón y la perspectiva aciaga sobre su futuro, aunque no debe pasar desapercibido que declara su propósito criminal después de haber recibido la oferta de matrimonio de Egeo, rey de Atenas, deseoso de que ella le pueda dar la descendencia que hasta el momento este no había logrado tener.

El corifeo intenta disuadir a Medea de llevar a cabo su plan, pero desoye su consejo argumentando que él no está sufriendo lo que sufre ella. Es digno de mención el proceso de construcción de la venganza, concebida por la protagonista como un imperativo ineludible: el sufrimiento que va a causar al enemigo vale más que el dolor que ella experimentará por la muerte de sus hijos, como muestra la escena en que se despide de ellos. La corona, la diadema y el velo aparecen como instrumentos simbólicos de muerte, indicando una venganza compensadora o contrafáctica.

Ante la firmeza de su propósito criminal, Medea es calificada como mujer nefasta, encarnación de las Erinias. Este es un punto trascendental para un análisis victimológico de la obra.

Medea tiende a las generalizaciones cuando explica sus sentimientos o sus intenciones o cuando juzga a los demás. En uno de sus monólogos, critica la subordinación de las mujeres respecto a los maridos: La mujer, en general, no es válida para el combate, pero si recibe un trato injusto en su lecho, es la pasión más criminal que pueda haber.

Fragmentos como este, reforzados por alguna intervención del coro de mujeres de Corinto, han servido de base para elaborar interpretaciones que subrayan la capacidad de Medea de rebelarse contra la posición de la mujer en la sociedad, aunque la lectura feminista de esta y otras piezas clásicas se ha hecho también en otro sentido, el de resaltar que la obra representa la visión masculina sobre la maldad de la mujer. En este sentido, Medea formaría parte de una lista de heroínas, como Electra o Clitemnestra, cuyo odio visceral les lleva al asesinato. Su feminidad es caracterizada por Eurípides como expresión de la naturaleza salvaje, en contraste con la cultura, representada por el hombre (Pérez, 2018).

El coro muestra desde el principio una posición ambivalente: compadece e incluso alaba a Medea y luego muestra horror ante sus actos, que llega a censurar, de un modo poco explícito. Es la habitual función que tiene el coro en la tragedia griega, que refleja las ambivalencias, paradojas e incluso las contradicciones de la sociedad, que la victimología ha descrito en lo que respecta a la construcción de la victimidad (he desarrollado la cuestión en Tamarit, 2013).

El coro pide calma y serenidad a Medea ante la ruptura del orden que ha provocado la traición de Jasón: Las aguas sagradas de los ríos vuelven a las fuentes; retrocede la justicia. Posteriormente, el coro implora a Medea: Te lo pedimos de rodillas, no mates a tus hijos.

Ante la firmeza de su propósito criminal, Medea es calificada como mujer nefasta, encarnación de las Erinias. Este es un punto trascendental para un análisis victimológico de la obra. Las Erinias son las fuerzas vengativas que deben ser puestas bajo control. Al final del ciclo de la Orestíada de Esquilo, para poner fin a la cadena de la venganza, Atenea somete a las Erinias y las transforma en Euménides, que deberán procurar el bien de la comunidad sobre el dolor de las “augustas víctimas”, sepultando bajo tierra los impulsos vengativos. Pero Medea es anterior a esta transformación clave para el orden social.

Interpretación

La tragedia de Eurípides pone de relieve las consecuencias de la ruptura del orden. Es controvertido hasta qué punto deberíamos remontarnos para encontrar el punto inicial de esa ruptura. En la unión libre por amor entre Medea y Jasón queda desbordado el código patriarcal y la mujer rompe con su familia y abandona su patria para unirse a su amado y llega a matar por ello. Luego Jasón rompe los vínculos de fidelidad al traicionar a Medea y ella reacciona con desmesura. La narración revela un proceso de descomposición social.

Una lectura en clave criminológica actual puede llevarnos a la concepción sistémica de la violencia familiar. La familia es un espacio potencialmente conflictivo y el equilibrio es siempre precario. La ruptura del equilibrio provocada por la acción de un miembro del grupo tiene consecuencias que acaban afectando a todos.

También cabe una lectura que centre la atención en la agresora. La acción de Medea sería vista así como la respuesta a la herida narcisista. Impotente ante una situación que arruina su identidad, opta por llevarse todo por delante, incluso a sus hijos, incapaz de ver nada más allá de su dolor. La acción puede incluso ser entendida como fruto de un trastorno (de ahí la idea de un “síndrome de Medea”), como hacen aquellas posturas que consideran que un acto tan abominable sólo puede cometerlo alguien “enajenado” que no obra de acuerdo con la racionalidad sino dominado por una patología.

Más allá de estas interpretaciones, válidas pero parciales y que pueden llevarnos hacia un fácil “presentismo”, a una mirada descontextualizada históricamente, prefiero poner el foco en una lectura victimológica del texto de Eurípides que conecta con el sentido profundo de la tragedia clásica y se centra en el sentido de la víctima como objeto sacrificial. El concepto mismo de víctima, como señaló Van Dijk (2009), refleja la idea de alguien que es sacrificado en beneficio de algo. Para explicarlo podemos acudir a Girard (1977) y su tesis de que la víctima es la base de la experiencia de lo sagrado.

Esta sería la razón por la que los niños tienen la condición de víctima sacrificial, no los adultos, incluidas las mujeres, cuya inmolación comporta el riesgo de venganza de parte del grupo afectado por la ofensa.

Los niños de poca edad encarnan a la perfección la imagen de la víctima ideal, cuyo principal atributo es su inocencia (Christie, 1986). Medea se refiere al sacrificio de sus hijos. Pese a que la cultura ha reprimido los sacrificios humanos (el coro lo condena en la misma obra de Eurípides, aunque no de modo muy explícito, y de forma más clara lo hicieron religiones hebrea y cristiana), en Grecia había reminiscencias del infanticidio como práctica ritual y la idea del sacrificio del inocente ha estado tan arraigada en la cultura occidental hasta el punto que el cristianismo ha tenido como piedra angular la idea de Dios sacrificando a su hijo para redimir a la humanidad.

Según Girard, la sustitución se encuentra en la base de la práctica del sacrificio: la víctima ritual es una criatura “inocente” que paga una deuda por la parte “culpable”. Mediante el sacrificio, la sociedad desvía hacia una “víctima sacrificable” la violencia que podría afectar a quienes más quiere proteger. El sacrificio deviene así un acto de violencia infligido en una víctima subrogada, que sirve para proteger a la comunidad de su propia violencia. Para Girard, el principio de la sustitución de una víctima humana por otra aparece en la Medea de Eurípides en su forma más salvaje. La búsqueda de la víctima es percibida por la Nodriza: Estoy segura de que su rabia no cesará hasta que haya encontrado una víctima; roguemos porque la víctima sea al menos uno de nuestros enemigos.

Afirma Girard que todas las víctimas sacrificiales son distinguibles, invariablemente, de los “seres no sacrificables” por una característica esencial: Between these victims and the community a crucial social link is missing, so they can be exposed to violence without fear of reprisal. Their death does not automatically entail an act of vengeance.

Esta sería la razón por la que los niños tienen la condición de víctima sacrificial, no los adultos, incluidas las mujeres, cuya inmolación comporta el riesgo de venganza de parte del grupo afectado por la ofensa. En la visión de Girard, los ritos sacrificiales desempeñan un rol esencial en sociedades que carecen de un robusto sistema judicial. Por ello han dejado de ocupar este papel en la sociedad actual, lo cual no impide preguntarnos si queda alguna huella de esta marca cultural en la que los niños son vistos como seres sacrificables, como víctimas vicarias. Son percibidas como víctimas vicarias cuando son utilizadas por un adulto para causar dolor a otro adulto y lo son, también, cuando la sociedad las reconoce antes, precisamente, por su naturaleza vicaria, derivada del daño reflejo causado a un adulto, que por su propio sufrimiento.  

Implicaciones para la criminología

Desde hace tiempo se ha calificado como Síndrome de Medea la actuación del progenitor que mata a sus hijos con la finalidad de hacer sufrir a su pareja, normalmente como venganza y en la creencia de que eso es lo que más daño puede causarle (“es lo que más dolerá a mi marido” son las palabras que Eurípides pone en boca de la filicida). La investigación criminológica ha revelado que el filicidio es un comportamiento muy poco frecuente, que es cometido tanto por mujeres como por hombres, por motivos que pueden ser los mismos en ellas y en ellos. A lo largo de la historia la victimización infantil ha permanecido invisible y el filicidio por venganza contra un adulto es quizá el ejemplo más extremo del poco valor que los niños pueden tener para las personas adultas, incluso los propios hijos, sin olvidar aspectos como el narcisismo exacerbado que suele estar detrás de estos delitos.

Desde el mito de Medea y con la ayuda del conocimiento criminológico cabe poner en cuestión también la tendencia a calificar como síndrome aquello que no encaja con la concepción estandarizada de la racionalidad criminal. ¿Se presupone que alguien que hace algo tan antinatural como matar a sus hijos debe tener alguna clase de trastorno, especialmente si es la madre, al contrario de lo que sucede con otros homicidios? El conocimiento sobre la violencia familiar es bastante reciente y quizás todavía no se ha llegado a aceptar que también estos comportamientos pueden ser estudiados y comprendidos como actos criminales, igual que otra clase de delitos, no necesariamente consecuencia de un “síndrome”.

En la actualidad los principales actores políticos y mediáticos han difundido el concepto “violencia vicaria”, para explicar esta clase de filicidios como casos de violencia contra la mujer. Se percibe ahí un salto conceptual desde el más asentado concepto de victimización vicaria (o trauma vicario), que describe el daño reflejo que alguien sufre como consecuencia de la victimización experimentada por otra persona. Afirmar que alguien es víctima vicaria no oculta a la víctima directa ni la desplaza del primer plano. Pero si es el acto violento aquello que se califica como vicario, se desfigura el sentido que puede aportar la idea de lo vicario o se reproduce la idea atávica de los niños como víctimas sacrificables (vicarias). Como resultado, se invisibiliza a las víctimas directas del asesinato, perpetuándose la invisibilización histórica de la victimización infantil.

Referencias

Christie, N. (1986). The ideal victim. In E. A. Fattah (Ed.), From crime policy to victim policy: pp. 17–30. Palgrave Macmillan.

Girard, R. (1977). Violence and the sacred. Traducció Patrick Gregory. Baltimore and London: The John Hopkins University Press.

Pérez Gómez, L. (2018). Del mito de Medea al “Síndrome de Medea”, Florentia liberritana, 29: pp. 211-238.

Tamarit, J. (2013). Paradojas y patologías en la construcción social, jurídica y política de la victimidad. InDret, 1.

Van Dijk (2009). Free the victim: A critique of the Western conception of victimhood. International Review of Victimology, 16.

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Autor / Autora
Doctor en Derecho, desde 1999 es Catedrático de Derecho penal de la Universidad de Lleida y desde 2010 Catedrático de la Universidad Oberta de Cataluña.  Investigador principal del Grupo "Sistema de justicia penal". Su actividad de investigación se centra esencialmente en la victimología, especialmente en la victimización, la protección de las víctimas vulnerables, la reparación a las víctimas, los abusos sexuales de menores, la justicia restaurativa y la justicia transicional.
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