El conflicto en Ucrania tres años después: ¿negociaciones a la vista o un estancamiento prolongado?
04/03/2025Tres años después del inicio de la guerra en Ucrania, seguimos en un período de incertidumbre sobre cómo acabará el conflicto y si existen las perspectivas reales de las negociaciones de paz.
Desde el principio, el conflicto en Ucrania no ha sido solamente un enfrentamiento entre los países vecinos, sino un desafío de Rusia al orden geopolítico, europeo y global y al marco normativo internacional. Desde la llegada al poder de Vladímir Putin en 2000 y con la creciente asertividad del país, los líderes políticos rusos han expresado reiteradamente su descontento con la posición de junior partner se le asignó a Rusia tras el fin de la Guerra Fría, un sentimiento que indudablemente fue uno de los factores que desencadenaron el conflicto. Por otra parte, para la Unión Europea y Occidente, la guerra no es crucial solamente por razones estratégicas, sino como un punto de inflexión para defender su razón d’être, sus valores fundamentales, la credibilidad de alianzas y preservación del orden internacional basado en normas.
La nueva situación política surgida tras las elecciones presidenciales en Estados Unidos ha alterado el panorama del conflicto, ya que desde su primer día en el cargo, Donald Trump ha empezado a presionar activamente para que la guerra termine lo antes posible. Su llamada telefónica a Putin el día 12 de febrero es la primera comunicación directa que un presidente estadounidense en funciones ha mantenido con su homólogo ruso desde febrero de 2022. La prisa de la administración estadounidense de establecer relaciones directas con Rusia es evidente, ya que los representantes de Washington y Moscú iniciaron las conversaciones sobre la guerra en Ucrania en Arabia Saudí el día 18 de febrero, excluyendo de las negociaciones iniciales tanto a la UE como a Ucrania.
Esta situación ha dejado a la UE en una posición incierta, puesto que tiene que afrontar el desafío de reaccionar ante el posible giro de la política exterior estadounidense hacia Rusia lo que podría causar una disminución del respaldo militar que hasta ahora estaba brindando EE. UU. al viejo continente. En un duro discurso en la Conferencia de Seguridad de Múnich el 14 de febrero, el vicepresidente de EE. UU., J.D. Vance, atacó severamente a la UE y exhortó a Europa a “dar un gran paso adelante para garantizar su propia defensa”. En respuesta a dicha exigencia, la Alta Representante de la UE, Kaja Kallas, calificó dicho discurso como un intento de “de iniciar una pelea” con Europa. Ante estas señales preocupantes, los líderes europeos, en una reunión de emergencia en París el 17 de febrero, reafirmaron su apoyo político, militar y financiero a Ucrania.
En este contexto de incertidumbre, la pregunta principal es si Trump tiene realmente la capacidad resolver el conflicto en Ucrania. Da impresión de no tener ningún plan específico, tomando decisiones más bien ad hoc, mientras que sus declaraciones reflejan un tono populista alineado con sus promesas electorales, dejando que su personalidad moldee la política exterior. En cambio, para otros es, paradójicamente el pragmatismo de Trump, su carácter empresarial (su famoso transactional deal-making) y su inclinación a priorizar los intereses de Estados Unidos, lo que podría ayudar a encontrar una “cierta solución” y sacar el conflicto prolongado de su callejón sin salida.
Los Estados Unidos, bajo el pragmatismo del nuevo presidente, puede estar más interesado en atraer Rusia a su zona de influencia. Con el ascenso de China y la reconfiguración del poder mundial, a EE. UU. podría interesarle mantener a Rusia, al menos como un actor neutral, especialmente en cuestiones estratégicas como el acceso a recursos clave, incluidas las tierras raras. Por otro lado, en el posible acercamiento con la Federación Rusa, Trump deberá sopesar las implicaciones que ello conlleva: las tensiones transatlánticas, la reticencia interna en Washington a un giro abrupto en la estrategia estadounidense, y la dificultad de acceder a tierras raras y minerales de Ucrania, y podrían servir de contrapeso frente al dominio de China en este mercado de estos recursos estratégicos.
Por su parte, Rusia parece estar más dispuesta a aceptar a EE. UU. como un interlocutor. Como el presidente ucraniano, Volodymyr Zelensky ha advertido repetidamente, Rusia no teme a la Unión Europea. Precisamente esta es la actitud que el presidente de la Federación Rusa demostró con la mesa desproporcionadamente larga cuando Emmanuel Macron lo visitó en 2022 y que sigue siendo un símbolo de la distancia entre Rusia y Europa tras tres años de la guerra en Ucrania. Recientemente, el ministro ruso de Asuntos Exteriores Sergei Lavrov ha dejado claro que las reuniones en Riad son una oportunidad para acabar “con el período anormal las relaciones entre las dos superpotencias,” lo cual evidencia que Rusia, aunque esté interesada en acabar el conflicto, busca hacerlo bajo las condiciones que garanticen el reconocimiento de su estatus. Moscú sigue siendo intransigente, lo cual lamentablemente ha demostrado con el último ataque masivo de drones rusos a Ucrania en la víspera del tercer aniversario de la guerra. En este sentido ya ha pasado el punto sin retorno en su invasión, por lo que aparentemente no está dispuesto a devolver los territorios ni retirar inmediatamente las tropas.
Las dinámicas recuerdan inevitablemente a la lógica de la Guerra Fría, pero bajo unas pautas nuevas que tienden a ser más pragmáticas que ideológicas. El pragmatismo que dicta avanzar las negociaciones de paz tendrá su precio y probablemente sirve de presagio de un orden cada vez más antiliberal.
En este contexto, el futuro del conflicto en Ucrania está en una encrucijada, pero con pocos indicios a optimismo. Lo único que parece mantenerse constante es el compromiso de la UE con Ucrania. Sin embargo, la voluntad política no es suficiente. La UE deberá asumir una mayor responsabilidad en la defensa del continente, un proceso que ya está en marcha bajo el principio “de autonomía estratégica” que subyace los últimos avances de la Política Común de Seguridad y Defensa (PCSD). Lo que sí que podemos esperar es un aumento de las discrepancias entre los Estados miembros, las tensiones y líneas divisorias que siempre han existido, y que podrían intensificarse aún más con las nuevas dinámicas geopolíticas.
Aun así, la UE probablemente seguirá apoyando a Ucrania en su camino a la adhesión de la organización. La situación es muy reminiscente del compromiso similar de la ampliación Big Bang, cuando 10+2 países, en su mayoría del antiguo bloque comunista, ingresaron en la UE en su proceso de democratización sin precedentes. Aunque la membresía en la UE sigue siendo una posibilidad —aunque con nuevas delimitaciones geográficas— su ingreso a la OTAN es cada vez más lejana, ya que encontraría una firme resistencia por parte de Rusia. Moscú probablemente exigirá la neutralidad de Ucrania o preferirá mantenerla como un conflicto congelado en su zona gris.
En cualquier caso, las negociaciones rápidas y “la paz duradera” que respete la integridad territorial de Ucrania son poco probables en el futuro próximo, dado el complejo contexto geopolítico incierto y cambiante, los profundos intereses estratégicos e identitarios en juego y falta de consenso internacional.