Un destino instagrameable como paradoja de la preservación frente a la globalidad

31 marzo, 2022
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Conseguir buenas fotografías en unas vacaciones o en un viaje siempre ha sido objetivo de turistas y viajeros. Ya fuera la semana pasada o hace veinte, cuarenta o sesenta años, todo turista que se precie debía obtener al menos unas dignas fotografías con las cuales inmortalizar sus vivencias. Estas quedaban antiguamente materializadas en álbumes físicos de imágenes que poder compartir con los amigos, familiares o colegas de trabajo, a la vuelta de los destinos. Especialmente gruesos eran los álbumes de los viajes de boda, acompañamiento esencial del significativo dispendio familiar.

Hoy en día, ciertos segmentos de turistas comparten profusamente sus experiencias viajeras en las redes sociales. Los móviles permiten dar a conocer, in situ, lo bien que lo estás pasando fruto de un buen encuadre; independientemente de que, fuera del marco de la fotografía, la experiencia pudiera ser menos gratificante. En unos tiempos en los que la imagen de uno mismo escapa del yo físico hacia las nubes cibernéticas, representar adecuadamente -y cuanto más, mejor- tu felicidad ociosa, parece una norma a seguir. ¿Quién no se ha sentido atraído por visitar aquel rincón recóndito del mundo que tan bien queda en las fotos de Instagram de aquel influencer para envidia de los followers

Estrategias para viralizar un destino

Los destinos turísticos en general, y sus gestores en particular, detectan estas tendencias y tratan de incorporarlas para mejorar el atractivo de sus localizaciones. Así, por aparición espontánea o por expresa planificación de la administración o del empresario turístico, comienzan a proliferar una especie de photo calls a lo largo de la geografía del destino que son repetidamente representados en las redes sociales. El boca-a-oído de antaño -no se salía a la calle con el álbum de fotos- ha dado paso a una especie de click-ojo-click que, en un ensueño viralizador, puede poner a un destino en el mapa.

Las estrategias son diversas y con diferentes grados de complejidad. Un simple enunciado romántico en una calle de la localidad o en un banco con buenas vistas puede volverse un éxito en las redes. Coloridos paraguas a modo de parasoles veraniegos en la calle bohemia de la ciudad recibirán la atención merecida. Una política de grafitis atractivos y de autores reconocidos a lo largo de la urbe animará a hacer fotos por doquier a los turistas amantes del arte callejero. Un bello mural, conmemorativo y con mensaje, puede rescatar un rincón olvidado; como es el caso del notable éxito del fotomosaico realizado por el fotógrafo Joan Fontcuberta y el ceramista Antoni Cumella, en la Plaza de Isidre Nonell de Barcelona.

Más complejas son las iniciativas que pueden involucrar a toda o parte de una localidad. Ha habido casos con polémica incluida; como Júzcar, en la provincia de Málaga, que consiguió que la mayoría de las casas se pintaran de azul y situó estratégicamente estatuas de unos peculiares dibujos animados; Hasta ser conocido (y visitado por ello) como «el Pueblo de los Pitufos«. Los dueños del copyright de las criaturas denunciaron tamaña apropiación. 

El colmo de la planificación parece recaer en Xiapu, una localidad China donde asistimos a escenas vivientes que dan lugar a bucólicas imágenes de modos de vivir antiguos: pescadores recogiendo redes a la manera tradicional, granjeros con herramientas y atuendos milenarios, mujeres llevando el ganado ataviadas en trajes regionales desempolvados. La imagen perfecta es en realidad un escenario difuminado en la localidad donde los habitantes de Xiapu están llamados a participar, aunque hace décadas que habían abandonado esas maneras de vivir. De hecho, ya no es una manera de vivir, es una impostura irreal para atraer visitantes. Es la impostura la que se vuelve atractiva.

Es curioso este caso, por lo que supone en extremo. Al mismo tiempo que las ciudades pierden su autenticidad en favor de la globalización, sus comercios y restauración en favor de las franquicias, la arquitectura tradicional por la moderna, y las costumbres sociales por las modas tecnológicas; las excepciones se convierten en atractivo mayúsculo digno de estudio. El bar de hace cien años, la tienda de sombreros que todavía pervive, el barrio dónde aún se tiende la ropa en los balcones, o las plazas donde los ancianos se reúnen para jugar al dominó, el ajedrez, el backgammon o la petanca, son marco incomparable de atractivo en las redes. En un giro surrealista de la tematización turística podría darse el caso que para reflotar curvas decrecientes de visitas de turistas, las autoridades promovieran sobremanera  las costumbres locales. Espero que si este giro se da lo haga de forma armoniosa, no impostada y bien integrada para la población local. 

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Autor / Autora
Profesor de los Estudios de Economía y Empresa de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC). Responsable de asignaturas de Turismo y TIC en el Grado en Turismo, y en el Máster en Turismo Sostenible y TIC.
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