La desigualdad como triple motor de la política cultural
abril 6, 2025
Emmanuel Négrier
Foto: Vincent Pereira- PIXPRO
(Texto de la conferencia presentada en el seminario del proyecto DEPART el 9 de julio de 2024)
Me complace compartir mis reflexiones sobre el tema de la igualdad en las políticas culturales. Creo que se trata de un tema de gran importancia, tanto para el mundo académico como para los agentes culturales. Por ello, mi punto de partida será un estudio comparativo internacional sobre los paradigmas de las políticas culturales. Esta reflexión se llevó a cabo en el marco de un proyecto de investigación financiado por la Unión Europea (UNCHARTED) en el que participaron una decena de países europeos. En primer lugar, me parece importante mencionar que, en comparación con otras políticas públicas, las políticas culturales están marcadas por una característica bastante peculiar. A continuación, mostraré que los paradigmas o valores fundamentales defendidos por las políticas culturales entran en conflicto en términos del concepto de igualdad. Por último, analizaré cómo, en el contexto francés, el programa cultural del partido Reagrupamiento Nacional (Rassemblement National, un partido de extrema derecha) puede ser analizado en términos de igualdad. Todo ello ilustrará la problemática contemporánea de la democracia cultural.
En primer lugar, plantearé la cuestión de la igualdad en el centro de una reflexión más global sobre los paradigmas de las políticas culturales. Desde Peter Hall y su trabajo sobre los cambios de paradigma en las políticas públicas, se ha reevaluado el papel de las ideas en la acción gubernamental. Pero el interés se ha centrado a menudo en analizar y explicar el cambio. La pregunta central es: ¿por qué y cómo cambian los paradigmas de las políticas públicas?
Si nos fijamos en cómo cambian los paradigmas de las políticas culturales, observamos inmediatamente una especificidad interesante. En muchos sectores (agricultura, defensa, economía, sanidad, etc.), un cambio de paradigma significa sustituir un paradigma por otro. Por ejemplo, en agricultura, hemos pasado de un paradigma de mantenimiento (con bajos niveles de mecanización, agricultura mixta, etc.) a un paradigma de industrialización (basado en la concentración de tierras y la mecanización), un modelo que actualmente está en cuestionamiento desde el prisma de las cuestiones medioambientales y humanas. Por su parte, en el ámbito cultural, el cambio de paradigma no es de sustitución sino de acumulación. De ahí el interés de la cuestión de la igualdad. Inicialmente, el paradigma estaba basado en la idea de la excelencia artística. Pero hacia finales del siglo XX surgieron la democratización cultural, la economía creativa, la diversidad cultural y la democracia cultural como conceptos o modelos alternativos. Hoy, por su parte, la extrema derecha intenta promover lo que se presenta como una soberanía nacional-cultural.
A diferencia de otros sectores de políticas públicas, todos estos paradigmas coexisten en el debate sobre las políticas culturales. Los responsables de las grandes instituciones siguen creyendo en la superioridad de la excelencia, profesionales que trabajan en las administraciones públicas y representantes políticos afirman que la democratización es una cuestión primordial, y los agentes emergentes y socioculturales consideran que la democracia cultural, los derechos culturales y la diversidad son las cuestiones más importantes. Por su parte, los agentes de la industria cultural promueven la visión de la economía creativa. Una política cultural es, por lo tanto, una tensión permanente y en evolución entre estos paradigmas. Y la cuestión de la igualdad está en el centro de este compromiso.
Cada uno de estos actores tiene una opción desigual, que defiende la superioridad de su paradigma en términos de valor político y social. Esta es la base de la negociación entre una pluralidad de valores. Una tensión que produce colectivamente un vínculo entre el ámbito cultural y la sociedad en general. Se trata de crear sociedad a través de la cultura. Y esta tensión existe en todos los niveles de gobierno (nacional, regional, urbano) y en todos los países. En el proyecto de investigación UNCHARTED destacamos la excepción que representa Hungría. En el caso de Hungría, crear una sociedad a través de la cultura significa centrarse en dos ejes: el neoliberalismo económico, a través de la privatización de las instituciones culturales; y una visión fantasiosa de la homogeneidad cultural húngara, a través de la promoción de una cultura nacional, incluso nacionalista.
En el conflicto que alimenta esta tensión entre paradigmas, es bastante fácil ver una doble desigualdad. Por un lado, son casi siempre los paradigmas de la excelencia los que dominan las grandes instituciones culturales y la agenda de los ministerios de cultura. Por otro lado, los paradigmas de la democratización acostumbran a dominar en las administraciones culturales regionales. En la mayoría de casos, estos dos paradigmas prevalecen sobre los derechos culturales y la democracia cultural, excepto quizás la acción cultural local en los entornos urbanos.
La doble desigualdad es, por tanto, la siguiente:
- Ciertos paradigmas están estructuralmente relegados mientras otros dominan la agenda política. Esta es la primera desigualdad. Explica las continuas tensiones en el debate instrumental sobre las políticas culturales.
- Son siempre los paradigmas que promueven la visión más ambiciosa de igualar el acceso social a la cultura los que menos influyen en la agenda política. Esto explica el constante cuestionamiento de la legitimidad de las políticas culturales y del papel de la cultura en la sociedad.
Para concluir, unas palabras sobre la singularidad del programa de la extrema derecha en el sector cultural. Utilizaré Francia como ejemplo. Por un lado, en cuanto a la manera de concebir el sector de la cultura, la visión de la extrema derecha está notablemente centrada en el subsector del patrimonio. Lo que promueven es una visión literalmente «reaccionaria» del patrimonio:
- Limitación al lugar que ocupan los edificios y no a la pluralidad de patrimonios inmateriales.
- Utilización de herramientas financieras y fiscales para reforzar la posición de los propietarios.
- Evocación del patrimonio como herramienta de refuerzo de la eterna identidad francesa.
Por otro lado, el posicionamiento es neoliberal. Propone privatizar la radiotelevisión pública. A su vez, todo su discurso consiste en apoyar los éxitos probados y renunciar a transformar los gustos del público, al descubrimiento de nuevas creaciones. El discurso de la extrema derecha es siempre virulento en el terreno del arte contemporáneo (“nadie entiende nada de él”), en el tema de las culturas diversas (contra el rap, el hip-hop, salvo sus versiones nacionalistas). Se trata de un proyecto neoliberal, ya que otorga al individuo el lugar central en los gustos legítimos. Pero estos gustos están ligados a un capital social y cultural desigualmente repartido en la sociedad. Por tanto, este proyecto neoliberal es también profundamente desigualitario.
Por último, el programa de la extrema derecha en el sector cultural es un modelo politizado. En diferentes territorios, la extrema derecha en el poder está socavando la autonomía profesional de los administradores culturales para politizar las opciones en línea con las opciones nacionalistas y populistas que defiende. La extrema derecha contemporánea es postgramsciana, en el sentido de que hace de la cultura una posible palanca para su hegemonía. Pero también es ampliamente discutible al menos por dos razones:
- Su visión neoliberal es económicamente muy arriesgada.
- La sociología de los gustos demuestra que el valor que las personas conceden a su experiencia cultural está ligado al descubrimiento y al compartir, dos valores que contradicen el proyecto populista.
La desigualdad en las políticas culturales es, por tanto, un triple motor: un motor de tensión y negociación entre paradigmas, un motor para cuestionar la legitimidad de las políticas culturales y un motor de movilización contra la cultura populista.