El crash pandémico

23 marzo, 2020
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Se hace difícil hacer previsiones precisas cuando la llegada de un hecho inesperado provoca un descalabro económico y social impensable aunque, con posterioridad a los hechos, probablemente muchos tratarán de justificar que el suceso era previsible, tal como la teoría del cisne negro nos cuenta .

Sea como sea, es un buen momento para reflexionar hacia dónde estamos y lo que sabemos. El impacto de la pandemia probablemente dependerá de dos factores: su capacidad de propagación a más personas y países y el grado de eficacia de las medidas de previsión, detección y contención.

Cada país, ¿sus medidas?

Para con el primer factor, por lo que nos dicen los expertos, la capacidad de hacer predicciones es limitada porque las cadenas de transmisión llevan ya tiempo fuera de control, no se dispone todavía de vacuna y porque se trata de un virus nuevo del que se desconocen todavía características esenciales como la estacionalidad o la capacidad de mutación. La información cambia cada día y nos limitamos pues a replicar escenarios basados ​​en la evolución de otros países. Pero esta evolución depende críticamente del segundo factor. Es decir, del acierto en las políticas que tratan de frenar la curva de contagios identificados.

Y en este caso, la fortuna va por barrios, vista la dispersión de medidas preventivas y de contención aplicadas en todo el planeta. Una crisis sanitaria de naturaleza global exigiría medidas de respuesta globales pero el multilateralismo va de baja, en estos tiempos de neoproteccionismo comercial, Brexit, negacionismo climático y populismos retrógrados. A muchos despachos de spin doctores de la política, parece que la ciencia esté dejando de ser sexy. El temor a un futuro tecnológico y económico incierto despierta miedos e incita un giro conservador al que algunas élites políticas saben sacar provecho.

El impacto en la producción y la oferta

En este escenario más cargado de incógnitas que de certezas, hacer previsiones económicas es aún más osado de lo habitual. Ya sabemos que el primer semestre del año será desfavorable y que la recesión va a venir a las economías que a finales de 2019 ya estaban en plena desaceleración. La Covid-19 habrá dado la puntilla. ¿Hasta dónde y cuándo será el descenso? Este es el tuétano. Si los primeros datos nos indican que el paro de actividad en una región importante para la economía china (pero no la que más) ha causado un descenso del 13% en la producción industrial del país, construyendo un escenario similar de progresivo desplazamiento en forma de U en los próximos meses con descensos de actividad que vayan entre el 10 y el 25%, no sería raro ver un descenso de entre el 4 y el 8% del PIB con relación a las estimaciones anteriormente hechas. Superior al impacto de la crisis financiera pero concentrada en el tiempo y que daría lugar a caídas muy inferiores para el conjunto del año, una vez la actividad se recupere. En el escenario optimista, claro. Cada país sufriría el impacto en función del peso de las actividades industriales y de los servicios relacionados con la movilidad, como el turismo, en su economía.

En caso de episodios de crisis repentina, la duración e intensidad de sus efectos normalmente dependen de cuando cambien las condiciones de los mercados y del acierto en las medidas de política económica adoptadas. Pocas dudas hay hacia el carácter mundial de una crisis sanitaria que ha comenzado a la llamada Fábrica Asia, por donde circula una parte importante de las principales cadenas globales de valor. Al reducirse o detenerse la producción de componentes, productos intermedios o materias primas industriales el impacto inicial se trasladó primero a lo largo de la cadena de producción, provocando una crisis de oferta que pudo ser compensada temporalmente con los stocks disponibles o mediante la sustitución por proveedores alternativos. Pero la extensión del virus ha hecho que la crisis económica haya mutado, requiriendo ahora un intervencionismo político urgente y extremo. La crisis de oferta se ha transfigurado en una crisis severa de liquidez y demanda.

Una lenta y larga recuperación

De modo que, a pesar de que las buenas nuevas lleguen desde el continente asiático, el impacto económico adverso en nuestras latitudes tardará en diluirse. A pesar de que, en un primer momento, los organismos económicos internacionales respondieron tímidamente al estallido de la crisis previendo un rápido retorno a la normalidad en forma de V, la terca realidad nos está demostrando lo contrario.

La recuperación económica en China y las economías de su entorno próximo progresivamente ayudará a mejorar las expectativas y probablemente modificar el sentimiento de los mercados. Sobre todo, de unos mercados financieros colapsados ​​que conviven muy mal con la incertidumbre. Recuperación económica asiática, mejor contención en la extensión y letalidad de la pandemia, las elevadas rentabilidades por dividendos y algunas operaciones de adquisiciones probablemente ayudan a delimitar el suelo de la caída de los mercados de valores. Antes que los profit warning aparezcan, advirtiendo del impacto de la crisis en la cuenta de resultados de muchas empresas y que los datos trimestrales del PIB confirmen la magnitud de la tragedia. Viviremos tiempo volátiles en el parqué bursátil.

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Font: Erik Mclean a Unsplash

Pero el confinamiento en casa, la reducción de actividad económica y la paralización casi completa de las actividades relacionadas con la movilidad ya han tenido, como consecuencia, paradas de proyectos de inversión, disminuciones sensibles de producción, una severa crisis de ingresos muchos trabajadores autónomos y ajustes de empleo en muchas empresas, sobre todo industriales. Si bien estas consecuencias deben tener necesariamente un carácter temporal, la recuperación de la demanda interna y de los mercados de exportación será condición necesaria pero no suficiente para el retorno a la normalidad vivida.

Básicamente, porque las decisiones de inversión y contratación de trabajo a menudo requieren una cierta predictibilidad. El retorno de la confianza empresarial puede requerir más tiempo del que ahora podemos prever debido a un entorno que, coronavirus aparte, no diluirá fácilmente las incertidumbres existentes. Pero también porque la experiencia demuestra que la salida de los períodos de crisis suele convertirse en una oportunidad empresarial para reconfigurar tareas y funciones, en una dirección distinta de la existente.

¿Como podemos alcanzar la estabilidad económica?

De lo que se trata, pues, es de conseguir mitigar y acotar el máximo en el tiempo el impacto recesivo mediante acciones a cargo del presupuesto público que tendrán una duración incierta. Es precisamente la estabilización una de las principales funciones y responsabilidades de la política económica. Es decir, la necesidad de mitigar la intensidad de los ciclos económicos, sobre todo de los adversos.

¿Cómo hacerlo? Sosteniendo lo posible la demanda agregada. Primero, protegiendo al máximo los niveles de empleo. Segundo, impulsando directamente la actividad económica. ¿Cómo se conjugan estas metas con una crisis sanitaria que exige confinamiento? Reforzando la actividad de los servicios esenciales y, en caso de destrucción inevitable de empleo o paralización de la actividad, estableciendo mecanismos de sostenimiento de rentas. Una vez entrados en territorio ignoto con la crisis financiera, con el impulso de políticas monetarias altamente heterodoxas bajo el epígrafe del quantitative easing, ahora le corresponde experimentar a las políticas fiscales.

De esta manera observamos como los diferentes gobiernos regulan por doquier mediante moratorias fiscales y hipotecarias, reducciones impositivas, complementos a los subsidios de desempleo, alivio de requerimientos para el acceso a las prestaciones públicas, ayudas económicas directas, nacionalizaciones de empresas, más inversiones y recursos a los servicios de salud, adquisiciones directas de productos y servicios, controles sobre los precios y pagos de alquileres o servicios básicos, entre otros ensayos fiscales, presupuestarios y normativos.

Medidas económicas y de financiación

Es en estos momentos, sin embargo, cuanto más se manifiestan las miserias de nuestro modelo económico, con una parte del tejido productivo opuesta de forma recalcitrante a impulsar medidas de mayor flexibilidad interna y que confía siempre a superar los cambios de ciclo económico con ajustes salariales o de empleo. Las limitaciones de un teletrabajo efectivo, la escasa digitalización o el poco arraigo de fórmulas más flexibles de dedicación laboral flotan cuando la corriente baja sucia y pestilenta. Molesta aún más los sentidos el enaltecimiento del sistema sanitario por parte de irresponsables que con el mantra de la austeridad milagrosa justificaban los recortes indiscriminados en unos servicios públicos que atienden a necesidades sociales y nos identifican como comunidad: la salud, la educación, la dependencia o la ciencia.

Aparte de un confinamiento indispensable, aunque probablemente insuficiente, las mejores noticias de las medidas provienen del amplio consenso existente en la dirección de la política económica y de la capacidad para rectificar y ampliar el alcance de las actuaciones a medida que la epidemia avanza. La principal derivada de la interrupción en la cadena de suministros y, posteriormente, de pedidos, radica en la crisis de financiación para muchas empresas que no dispondrían de recursos para atender sus compromisos de pago, nóminas laborales incluidas. Por este motivo, la inyección de liquidez al sistema financiero y los avales públicos a los créditos bancarios se convierten en indispensables. De sabios es rectificar y, desde la vertiente monetario y financiero, los compromisos adquiridos por el Banco Central Europeo y por el Eurogrupo, tras unas intervenciones iniciales demasiado tímidas, muestran el buen camino.

Desde la vertiente fiscal, todos reconvertidos de repente a un Keynesiasmo demasiado simplista, no se discute la urgencia partes de un impulso fiscal, flexibilizando los compromisos previamente adquiridos con la disciplina presupuestaria y pese a las preocupaciones preexistentes con la deuda pública existente. Nada hay, sin embargo, más dañino que el rigor mortis y sabemos que el endeudamiento sólo acontece sostenible si la evolución del PIB supera el coste de la deuda. Por ello, la continuidad del programa de compras de deuda soberana por parte del BCE es muy conveniente a fin de mantener los tipos de interés contenidos y ofrecer margen de tiempo para cuando llegue la reactivación económica.

A pesar de todo, vamos a salir de esta

Es cierto que el margen de actuación para una política fiscal más expansiva es bastante limitado, después de un rescate bancario diseñado para proteger los intereses de las entidades acreedoras y que ha llevado el nivel de endeudamiento de las arcas públicas a lo que la economía es capaz de generar en todo un año. Pero a nadie se le escapa que nada hace más insostenible la deuda que la ausencia de crecimiento económico. Y ante una emergencia sanitaria que afecta la salud y supervivencia de las personas, otras prioridades económicas deberían convertirse de segundo orden. De nuevo, como en el caso de la crisis hipotecaria, el problema se socializa y el Estado asumirá el grueso de los riesgos económicos pero, en este caso, el bien más grande hace que los conflictos de riesgo moral sean casi despreciables.

Duele, sin embargo, que la crisis sanitaria tome las instituciones europeas en plena negociación a la baja del nuevo marco financiero 2021-2027. La pérdida de impulso del proyecto de integración europeo tiene sus consecuencias, también, en una dotación risible de fondo de contingencia. De manera que los costes de las políticas de choque se pagarán a escote. Europa otorgará flexibilidad pero pocos recursos, una solución que ayuda poco a los que ya tienen más dificultades para financiarse.

Desgraciadamente, en ausencia de coordinación internacional, las respuestas serán pues sobre todo de carácter individual. Crucemos los dedos para que el BCE continúe con su política de whatever it takes (lo que haga falta). Tal vez sólo la activación del Mecanismo Europeo de Estabilidad podría abrir una brecha de aire fresco para las economías más endeudadas. Basta observar cómo las economías europeas más afectadas por el virus también estamos encabezando el ranking de las más endeudadas. Una vez más, haber hecho tarde y mal las deudas tiene consecuencias y renunciar aún hoy al federalismo fiscal o la mutualización de la deuda soberana que requerirían la unión monetaria deja la economía europea desprotegida ante populismos peligrosos. Crucemos los dedos…

La crisis pasará y saldremos adelante. En interés propio y de toda la comunidad, hay que confiar en los expertos, hacer el máximo caso de que nos dicen y quedarnos en casa el tiempo que haga falta. Ojalá detengan pronto las consecuencias fatales en vidas humanas perdidas. Y cuando todo pase, haremos balance y trataremos no sólo la evolución de la renta, también nos tendremos que fijar en los cambios en su distribución, con el fin de evaluar si esta vez el coste de la crisis ha viajado por parajes más equitativos.

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Autor / Autora
Profesor de los Estudios de Economía y Empresa de la Universidad Oberta de Catalunya (UOC). Experto en economía internacional, política económica y geografía económica.
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